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pretendía insultarte, pero estoy defendiendo mi carrera. Soy muy buena en lo que hago –dijo–. Si mi palabra no vale nada para ti, deja que mis actos lo demuestren.

      Zak la miró con intensidad y, cuando ya se disponía a responder, empezó el discurso de la famosa que dirigía la gala de recaudación de fondos.

      Los dos guardaron silencio, y Violet se quedó perpleja con la mujer en cuestión, porque no dejaba de mirar a Zak. De hecho, su interés era tan descarado que se preguntó si habrían sido amantes. Incluso era posible que él hubiera tenido algo que ver en su elección como anfitriona del acto.

      Tras un discurso cargado de inteligencia y humor, que le ganó un aplauso cerrado, la famosa anunció la intervención del príncipe, quien se levantó con elegancia y se subió al estrado, logrando que todos los presentes se sintieran especiales.

      Zak habló con una combinación sublime de encanto, seriedad y arrogancia. Despertó conciencias, animó a la gente y hasta se ganó a los más escépticos, que miraron el vídeo de presentación con verdadero interés.

      –Para terminar, quiero recordarles lo que dice mi querida lady Barringhall, a quien acabo de nombrar asesora del proyecto en Tanzania… Que el tiempo es esencial si queremos conseguir nuestro objetivo –sentenció Zak–. Dense prisa entonces, porque este tren está a punto de partir. Y si lo pierden, no les garantizo que puedan subir al siguiente.

      Los invitados rompieron a reír y se giraron hacia Violet, aunque ella no les prestó atención. Solo tenía ojos para el príncipe, quien la había dejado atónita con el inesperado y público anuncio de su nombramiento.

      Momentos después, Zak bajó del estrado y volvió a la mesa mientras un cuarteto de cuerda empezaba a tocar.

      –¿Por qué no me lo has dicho antes de anunciarlo? –preguntó ella, que apenas podía contener su entusiasmo.

      Los grises ojos de Zak se clavaron en ella.

      –Se supone que deberías darme las gracias por concederte esta oportunidad, ¿no?

      Violet tragó saliva.

      –Gracias por la oportunidad –replicó con sorna–. Y antes de que me preguntes si estoy a la altura de la tarea, te diré que lo estoy.

      –Eso ya se verá. Pero quiero que sepas que te estaré vigilando constantemente, y que no permitiré pasos en falso. Si me decepcionas, te despediré.

      –No te decepcionaré.

      –En ese caso, nos vamos dentro de siete días. Será mejor que empieces a hacer las maletas.

      Violet lo miró con asombro.

      –¿Cómo que nos vamos? ¿Tú también vas a ir?

      –Ah, ¿no lo había mencionado? Sí, también voy a ir a Tanzania, lo cual significa que estarás directamente a mis órdenes.

      Zak la miró con intensidad, sopesando el efecto de sus palabras y, a continuación, apartó la vista de la desconcertada Violet y se puso a hablar con otros comensales.

      Durante los minutos siguientes, ella intentó asumir el giro de los acontecimientos y borrar una idea que no conseguía quitarse de la cabeza: que ahora estaba a merced del poder sensual del príncipe.

      La suerte estaba echada, y en más de un sentido.

      Pero no era tan malo como parecía. De repente, tenía la oportunidad de demostrarle a él y demostrarle al mundo que no era una aristócrata sin escrúpulos, que no estaba jugando a ser una profesional para echar el lazo a un hombre rico y contentar a su ambiciosa madre.

      Capítulo 3

      TANZANIA era húmeda, tórrida e impresionantemente bella, como Violet tuvo ocasión de comprobar cuando bajaron por la escalerilla del avión privado de Zak y se dirigieron a la ciudad más grande del país, Dar es-Salam.

      El aire acondicionado de la furgoneta que los llevaba solo equilibró levemente la incomodidad de viajar por carreteras llenas de baches, pero ella estaba tan entusiasmada que ni siquiera se dio cuenta. No podía creer que hubiera conseguido un trabajo de campo.

      Al cabo de un rato, se detuvieron en un restaurante de carretera, un lugar de vistas preciosas que consistía en unas cuantas chozas de paja frente a las que habían puesto, mesas, sillas y sombrillas. Aún estaban a dos horas de su destino final, el lago Ngorongoro, y Violet frunció el ceño al ver que un grupo de guardaespaldas trajeados descendían de los tres vehículos que los seguían.

      –¿Qué te molesta tanto? –preguntó Zak con sorna–. ¿El calor, quizá? ¿O el hecho de que no paremos en un restaurante de cinco estrellas?

      Violet apretó los dientes, irritada.

      –Ni lo uno ni lo otro –respondió.

      –Entonces, ¿qué?

      –¿No te parece que llevar seis guardaespaldas es un poco excesivo?

      –Son obligaciones del protocolo. Y, francamente, prefiero no oponerme a los deseos de mi madre. Tiene muy mal genio.

      Violet asintió. Conocía a la reina, con quien había coincidido un par de veces, y sabía que era una mujer formidable. De hecho, se había quedado impresionada con su carisma, su fortaleza de carácter y la inteligencia que brillaba en los ojos grises que habían heredado sus hijos.

      –¿Siempre es tan apabullante?

      Él abrió una botella de agua y le llenó un vaso antes de beber.

      –Eso es como preguntar si la Tierra es redonda. Evidentemente, sí.

      –¿Cambiarías el protocolo si pudieras?

      –¿Por qué querría cambiar una situación de la que solo disfrutan un puñado de personas en todo el mundo? Hay quien diría que tengo suerte de estar rodeado de hombres y mujeres que harían cualquier cosa por mí.

      –Quizá, pero tu tono de voz no indica eso.

      Zak la miró con sorpresa, porque no esperaba que fuera tan perceptiva.

      –¿Qué puedo decir? Me enseñaron a apreciar las ventajas de mi estatus social, a preservarlas en lo posible y a quitarme de encima a los parásitos que quieren acceder a la fortuna de mi familia –replicó.

      Violet supo que se estaba refiriendo a ella, y lo maldijo para sus adentros.

      –Pero eso no impide que uses a la gente para alcanzar tus objetivos, ¿verdad?

      Zak entrecerró los ojos.

      –¿Insinúas que me aprovecho de ellos?

      –No lo sé. ¿Te aprovechas?

      –Soy generoso en los negocios y en el placer. Nadie se queda insatisfecho cuando está conmigo. Salvo que lo merezca, por supuesto.

      Violet tuvo que refrenar el impulso de quitarle las gafas de sol para verle los ojos y salir de dudas. ¿Se estaba refiriendo a la noche en que cumplió dieciocho años? Y, si sus sospechas eran ciertas, ¿por qué insinuaba que se lo había merecido?

      La aparición de un camarero, que empezó a servir la cena, interrumpió sus pensamientos. Y, veinte minutos después, Zak miró su plato y preguntó:

      –¿No vas a comer más?

      Ella bajó la mirada. La comida estaba muy buena, pero no le apetecía.

      –No tengo hambre.

      Zak frunció el ceño, pero guardó silencio.

      De vuelta en la furgoneta, él se sentó al volante y condujo con su elegancia habitual, cargado de un poder latente que la dejaba sin aire cuando le lanzaba una mirada. No podía negar que su cuerpo era extremadamente sensible a su cercanía.

      Dos horas más tarde, llegaron al lago Ngorongoro. Violet se sintió aliviada al ver los verdes paisajes de sus alrededores, que

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