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      Al pensar en el príncipe Remi, supuso que su retraimiento habría aumentado la presión sobre Zak, que ahora se veía obligado a representar públicamente a los Montegova. Y se preguntó si ese era el motivo de que hubiera empezado a vivir de forma estoica.

      Sin embargo, no quería analizar al enigmático hombre que la acompañaba, de modo que se apartó de él con intención de seguir andando. Pero Zak la detuvo en seco.

      –Puede que el arbusto que has estado a punto de rozar te parezca inofensivo, pero sus púas son venenosas. No te salgas de los caminos designados. Estás en África, y nunca se sabe lo que te puedes encontrar.

      Violet se dijo que Zak la incomodaba más que la posibilidad de toparse con una serpiente, y replicó:

      –Si me preocupara en exceso por lo que me puedo encontrar, no disfrutaría mi estancia en Tanzania.

      –Bien dicho –sentenció Peter, quien apareció de repente.

      Zak le dedicó una mirada tan dura que Peter dejó de sonreír y se volvió a marchar.

      –No has venido a disfrutar, sino a trabajar –declaró el príncipe, molesto.

      –Esa es la diferencia entre nosotros. Yo me doy permiso para disfrutar de las cosas. Y eso no significa que no esté absolutamente comprometida con lo que hago.

      –Puede que lo estés, pero no permitiré que un descuido tuyo cause problemas a los demás o interrumpa el programa de trabajo.

      Ella suspiró.

      –¡Pero si acabo de llegar! ¡No he tenido tiempo de ser descuidada!

      –¿Ah, no? –dijo, señalando el sombrero que le habían puesto.

      –No soy tan frágil como crees –se defendió–. Ni estamos en las horas más cálidas del día.

      Zak la miró de arriba abajo, causándole un estremecimiento que, desde luego, no tenía nada que ver con la temperatura.

      –¿Cuándo te has puesto crema protectora por última vez?

      Violet no lo pudo recordar, y reaccionó de mala manera.

      –¿Y a ti qué te importa? Soy una mujer adulta, que sabe cuidar de sí misma. Si quieres criticar a alguien, búscate a otra.

      Para entonces, ya habían regresado al lugar donde estaban los vehículos, y ella se alegró al ver que estaban sacando su equipaje. Era la excusa perfecta para quitarse de encima a Zak.

      –Voy a guardar mis cosas. Si no tenemos que hacer nada más, te veré por la mañana.

      –No, me verás dentro de una hora y media, cuando nos reunamos para cenar y hablar del trabajo –puntualizó él, tajante.

      Violet tuvo que recordarse que estaba hablando con su jefe, y que no tenía más remedio que obedecer. Además, su futuro profesional estaba en manos de Zak, lo cual la condenaba a ser paciente durante el tiempo que trabajaran juntos.

      Sin embargo, aún seguía enfadada cuando llegó a las tiendas de campaña, que habían instalado en el extremo este de la propiedad. Y no tuvo que esforzarse mucho para reconocer la del príncipe, que habían instado lejos de las otras: era la más grande con diferencia, y tenía dos guardias en la entrada.

      –¿Señorita? –dijo el trabajador que la había acompañado–. Su tienda es esa.

      Violet se quedó perpleja al ver la dirección que señalaba el hombre. ¿Sería posible que Zak quisiera vivir con ella?

      –Pensaba que me darían una de las pequeñas…

      –Y pensaba bien, aunque es de tamaño mediano. Está detrás de la del príncipe y, como podrá usar su ducha, no tendrá que asearse en la colectiva.

      Ella se sintió aliviada y decepcionada al mismo tiempo. Aliviada, porque no tendría que vivir con él y decepcionada, porque la idea de estar juntos le había parecido perturbadoramente atractiva. Pero se quitó el asunto de la cabeza y dio las gracias al trabajador, que dejó su enorme macuto en el suelo y se fue.

      Violet arrastró su equipaje al interior y echó un vistazo. A un lado, habían puesto una silla y una mesa sobre la que había una jarra de agua y unos vasos; al otro, una cama de aspecto sorprendentemente cómodo, una mesita de noche con una lámpara y un pequeño armario con estantes, además de una palangana, que estaba en el suelo.

      Era un lugar tan sencillo como rústico. No se parecía nada a la opulenta sede del Royal House of Montegova Trust. No tenía ni el glamour ni el lujo de la embajada de Nueva York. Y, por supuesto, tampoco se parecía a la mansión que su madre se empeñaba en mantener, a pesar de sus dificultades económicas.

      Pero, a pesar de ello, se sintió como si estuviera en casa.

      Tras guardar la ropa, puso el portátil en la mesa, lo conectó y comprobó el correo electrónico gracias al wifi, que habían instalado recientemente. Como no había nada urgente, se dirigió a la cama y se tumbó, deseosa de poner en orden sus pensamientos.

      Zak Montegova estaba allí, y lo iba a estar durante toda la duración del proyecto. Sería mejor que se acostumbrara, porque se iban a ver todos los días. Pero se dijo que, si mantenía una distancia profesional, no pasaría nada.

      Y entonces, se quedó dormida.

      Cuando despertó, no podía creer lo que había pasado. Evidentemente, estaba más cansada de lo que creía. Y ahora tenía un problema, porque llegaba tarde a la cena.

      Rápidamente, se levantó de la cama, abrió el armarito y sacó una camiseta blanca, unos pantalones militares y unas alpargatas de color beige. Luego, se lavó como pudo en la palangana, se cambió de ropa y se cepilló y recogió el cabello.

      Segundos después, salió de la tienda. Y se quedó perpleja al ver la espectacular puesta de sol, que había teñido el cielo de pinceladas naranjas y moradas. Era tan bonita que casi no podía respirar.

      –Oh, Dios mío.

      –¿Es tu primera vez?

      Violet reconoció la voz de Zak al instante, estremecida ante su tono casi amable. Era como si no quisiera estropear el momento con su animosidad anterior.

      –¿Mi primera vez? –preguntó, pensando que su magnetismo rivalizaba con el magnífico cielo.

      –Sí, con las puestas de sol africanas.

      Ella asintió.

      –Sí, lo es –replicó en un susurro.

      Él sonrió.

      –Tienen la capacidad de emocionar a cualquiera.

      Violet sintió curiosidad sobre la primera vez de Zak. ¿Estaría solo? ¿O con alguien?

      Fuera como fuera, se dijo que no era asunto suyo. Y fue la primera sorprendida cuando abrió la boca y dijo:

      –Me extraña que tú seas capaz de emocionarte.

      –Si no te conociera bien, pensaría que me estás provocando –comentó él.

      Ella no lo pudo negar. Efectivamente, lo estaba provocando; pero, ¿por qué? ¿Buscaba una demostración de la pasión de Zak? ¿Quería que pronunciara su nombre en voz baja mientras la tomaba entre sus brazos?

      Violet sintió una oleada de calor que se concentró en sus senos y entre sus muslos cuando él la miró con intensidad. Estaba perdiendo el control de sus emociones. Estaba a punto de caer en la tentación y, como no podía arriesgarse a eso, le dio la espalda y clavó la vista en el cielo.

      –Porque, si lo estás, solo tienes que decirlo –añadió él.

      En ese momento, Violet supo que le estaba tomando el pelo. Lo vio en el humor de sus ojos y en la postura desenfadada de su cuerpo. Pero también vio otra cosa, algo tan feroz que la perturbó: su maravillosa energía, una fuerza extremadamente peligrosa que despertaba su curiosidad y la atraía como

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