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ella–. ¿Por qué me has traído aquí? ¿Para enfatizar tu estatus social? ¿Para que me sienta una vulgar plebeya? ¿Es eso? ¿Quieres ponerme en mi lugar?

      –Sí, efectivamente.

      La respuesta de Zak fue tan seca y tajante que Violet no supo si lo decía en serio o estaba de broma, y se maldijo a sí misma por haber creído que rechazaría su acusación.

      –También tengo intención de limitar tu contacto con el mundo exterior –continuó él–. Por lo menos, hasta que establezcamos ciertas normas.

      –No hay nada que establecer. Estoy embarazada. Voy a tener un hijo. Nada más.

      –Pues yo diría que ya hemos establecido algo. Y a mi entera satisfacción, por cierto.

      –¿Te refieres a que quiero tener el niño? ¿Pensabas que querría abortar?

      Él se encogió de hombros.

      –Bueno, quedarte embarazada y contármelo no implicaba necesariamente que quisieras ser madre –respondió–. Y tampoco implica que no tengas motivos ocultos.

      –¿Motivos ocultos? ¿Qué motivo podría tener para…? Oh, Dios mío. ¿Crees que te lo he dicho para sacar algún tipo de provecho? –dijo, indignada.

      –No tendría mucho de particular. Gracias a ese embarazo, podrías tener todo lo que has deseado desde niña –afirmó Zak–. Sin embargo, tomo nota de tu indignación. Y de tus sentimientos maternales.

      Zak añadió esa última frase porque acababa de ver que Violet se había llevado las manos al estómago. Pero esta vez, no las apartó. A fin de cuentas, estaban a solas y, por otra parte, se había cansado de disimular su embarazo.

      Al cabo de unos momentos, la furgoneta empezó a ascender por un tramo empinado, al final del cual se atisbaba una mansión. La zona era tan frondosa como la del aeródromo, aunque una de las arboladas pendientes terminaba en una playa de límpidas arenas blancas y refulgentes aguas azules.

      Todo era tan bonito que casi no parecía real. Tan bonito, que casi olvidó que Zak la había secuestrado. Tan bonito que, si las circunstancias hubieran sido diferentes, habría sido incapaz de no expresar su admiración.

      Pero no lo eran. El príncipe Zakary Montegova la había llevado allí sin más propósito que el de alejarla del mundo y ocultar la mancha que su embarazo suponía.

      La angustia de su pecho se volvió tan intensa que apenas podía respirar, aunque se las arregló para mantener la compostura. Se había mostrado débil demasiadas veces, y no quería darle ese gusto. Además, aún tenía que librar las batallas más importantes, y no podía si no conseguía dos cosas: recuperar el aplomo y encontrar la forma de escapar.

      En cuanto la furgoneta se detuvo, cerró los dedos sobre la manilla de la portezuela.

      –Espera, Violet…

      Ella hizo caso omiso. Se bajó a toda prisa, corrió hacia la entrada de la mansión y abrió la puerta principal. Y se encontró ante una docena de hombres y mujeres que, por el uniforme que llevaban, debían de ser los empleados de la casa.

      Sus miradas de asombro le recordaron que aún llevaba el vestido de la boda de Remi, cuya larga cola no podía estar más fuera de lugar en una isla caribeña, donde los bikinis y los bañadores eran la norma. Pero, a pesar de su incomodidad y del agravante de seguir descalza, se las arregló para sonreír.

      Zak apareció entonces a su lado y la presentó como lady Violet Barringhall, disimulando su sorna a duras penas. Y no era extraño que lo encontrara divertido, porque estaba muy lejos de parecer una dama. Pero Violet pensó que no era culpa suya, sino de él.

      Al cabo de unos instantes, se quedaron a solas con el mayordomo.

      –Sírvenos algo de beber en el comedor, Patrick.

      –Por supuesto, Alteza.

      Zak la tomó entonces del brazo y se la llevó, sin que Violet opusiera resistencia. No quería discutir con él delante de un empleado.

      –Bueno, ya estamos donde querías –declaró ella al llegar–. Di lo que tengas que decir y libérame. Quiero irme de la isla.

      –Siéntate, Violet.

      –Me estoy cansando de que me des órdenes, Zak.

      –¿Órdenes? Estás en mi casa y eres mi invitada. Es lógico que te ofrezca un asiento.

      –No soy tu invitada, sino tu prisionera.

      Él suspiró.

      –Está bien. Si insistes en considerarte prisionera, tienes que saber un par de cosas relevantes. En primer lugar, que no hay forma de salir de la isla si no tienes un barco o un avión, y los dos que hay son míos. En segundo, que si pides ayuda a alguno de mis empleados, solo conseguirás quedar en ridículo. ¿Lo has entendido bien?

      Ella tragó saliva, y él arqueó una ceja.

      –¿No dices nada? –continuó Zak–. ¿Qué pasa, que he destrozado tus esperanzas?

      Violet soltó una carcajada.

      –Ya te gustaría –se burló.

      Zak la miró con desconcierto, pero se recompuso al instante.

      –¿Te apetece que te enseñe la propiedad? La mayoría de la gente estaría encantada de disfrutar de sus lujos. Puede que cambies de opinión cuando la veas.

      –Si querías que disfrutara de tu casa, tendrías que haberme invitado. Ser una rehén no ayuda mucho.

      –Oh, vamos… ¿Seguro que no quieres verla?

      –Seguro.

      Él se encogió de hombros.

      –Bueno, al menos me has dado una respuesta.

      –No te entiendo. No entiendo nada de nada –declaró ella–. Dices que intentas proteger a tu familia, pero esto complicará las cosas. ¿Qué impedirá que vaya a las autoridades o hable con la prensa cuando me liberes? ¿O vas a tenerme aquí indefinidamente?

      –No lo había pensado, aunque es una buena idea –bromeó.

      Violet suspiró.

      –No tiene gracia, Zak.

      –Ni yo me estoy riendo –replicó–. Venga, siéntate.

      Justo entonces, el mayordomo apareció con una bandeja de bebidas. Y, tras aceptar un zumo, Violet se acomodó en el asiento más alejado de Zak, consciente de que su proximidad física era un peligro.

      –¿Cuánto tiempo me vas a tener aquí? –preguntó cuando Patrick se fue.

      –Eso depende.

      –¿De qué?

      –De tu actitud ante mis condiciones.

      –¿Qué condiciones?

      Zak la miró con intensidad.

      –Jules fue el único hijo ilegítimo de toda la historia de mi familia, aunque ya no lo es. Seguro que conoces la historia.

      –Solo sé lo que leí en los periódicos. Pero, ¿qué tiene eso que ver con mi embarazo?

      –¿Qué crees tú?

      Violet había empezado a sospechar lo que pasaba, así que dijo:

      –Sea lo que sea, mi respuesta es «no».

      –Aún no he preguntado nada.

      –Insisto –dijo–. No.

      –Sí, Violet. Cometí un error al hacer el amor contigo sin preservativo, pero tú cometiste otro al afirmar que no te podías quedar embarazada. Y, aunque me parece curioso que tu método anticonceptivo fallara de repente, lo voy a pasar por alto. Te has quedado embarazada de mí, y voy a reconocer a nuestro hijo.

      Ella se puso en tensión.

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