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qué saco yo a cambio?

      –Reciprocidad. Hasta cierto punto.

      –¿Ya estás limitando tu oferta? –preguntó Violet, decepcionada.

      –Mira, no tengo la costumbre de extender cheques en blanco. Y no voy a empezar ahora –replicó Zak.

      Violet se llevó una decepción, y se preguntó por qué le sorprendía su actitud. Era una plebeya más, un ser sin importancia; solo le había ofrecido matrimonio porque se había quedado embarazada de él. Sin embargo, estaba decidido a hacerse cargo de su hijo, y eso le ofrecía la posibilidad de conocerlo mejor.

      Ya a estaba a punto de aceptar la tregua cuando le vino un olor. Por lo visto, Geraldine, el ama de llaves, estaba preparando alguno de sus deliciosos platos. Pero el efecto que tuvo sobre Violet no fue precisamente bueno: le provocó una náusea tan intensa que salió disparada hacia el cuarto de baño para no vomitar allí mismo.

      –¿Violet? –preguntó él con preocupación.

      Violet sacudió la cabeza sin detenerse y no se detuvo hasta llegar a uno de los muchos servicios de la mansión, donde se inclinó sobre el lavabo y vació todo el contenido de su estómago.

      Segundos después, Zak apareció a su espalda y se la acarició.

      –Tranquila, carina.

      Ella soltó algo parecido a una carcajada.

      –¿Cómo quieres que esté tranquila? Las náuseas matinales no son ninguna broma. Es algo horrible, humillante…

      –Sí, ya lo imagino.

      Violet lo miró.

      –Pues no me ayudas mucho estando aquí.

      –Entonces, haré lo posible por sentirme culpable –dijo él, en tono exageradamente solemne.

      Violet sonrió a su pesar.

      –No tiene gracia, Zak.

      –No, no la tiene.

      –Pues deja de intentar animarme.

      Zak asintió.

      –¿Qué puedo hacer por ti, Violet?

      –Ya te lo he dicho, marcharte.

      –No me voy a ir. Tengo la sensación de que, antes de que sufrieras este desafortunado incidente, te disponías a aceptar la tregua. Estábamos avanzando, y no quiero que la esperanza descarrile por tan poca cosa.

      Violet no supo por qué, pero le puso una mano sobre el brazo. Quizá, porque estaba muy débil o quizá, porque se había empezado a cansar de la situación. A fin de cuentas, no había ganado nada con ese punto muerto de silencios y frialdades.

      Fuera como fuese, él la apartó delicadamente del lavabo, alcanzó un colutorio, llenó un vaso y se lo dio.

      –Gracias.

      Mientras Violet se enjuagaba la boca con el líquido mentolado, él humedeció una toalla y le frotó las sienes. La sensación fue tan placentera que ella soltó un gemido, y Zak la devoró con los ojos.

      Al darse cuenta, Violet se quedó sin aliento. Su deseo era tan evidente que ni siquiera se molestó en disimularlo, y el ambiente se cargó de una tensión que se volvió casi insoportable cuando dejó de acariciarle las sienes y descendió lentamente hasta su cuello, donde se detuvo.

      Entonces, Zak dejó la toalla en el lavabo y se puso entre sus piernas, clavándola en el sitio con la intensidad de su mirada.

      –¿Qué estás haciendo? –preguntó ella con voz trémula.

      –Disfrutando el momento –respondió él–. Déjate llevar.

      Ella se había excitado tanto que habría seguido su consejo sin dudarlo un segundo, pero él se limitó a pasarle un dedo por el labio inferior, dar un paso atrás y soltarla.

      –Aún no me has contestado, Violet. ¿Aceptarás la tregua?

      Violet respiró hondo.

      –Sí, pero con una condición.

      –¿Cuál?

      –Que solo durará tres días. Es todo lo que te puedo dar.

      –Siete –replicó él, decidido.

      Ella suspiró.

      –Está bien, que sean siete –le concedió–. Pero después, me marcharé de aquí. Aunque tenga que irme nadando.

      Él arqueó una ceja.

      –¿Lo dices en serio?

      –Sí. O eso, o vuelvo a mi actitud anterior y te vuelvo loco.

      –Entonces, trato hecho –dijo él, tomándola súbitamente de la mano–. Y ahora, ¿qué te parece si vamos a dar una vuelta por la isla? Tu negativa a alejarte más allá de la piscina no me ha engañado en ningún momento. Sé que lo estás deseando.

      Violet no tuvo más remedio que asentir, porque era verdad. Ardía en deseos de explorar la isla; sobre todo, la zona del norte, llena de verdes y frondosas colinas.

      –¿Necesito cambiarme de ropa?

      Él la miró de arriba abajo, excitándola de nuevo.

      –No, estás perfecta. Vamos.

      El tono apremiante de Zak no disminuyó el entusiasmo que dominaba a Violet cuando salieron del edificio y se dirigieron hacia la pequeña flota de cochecillos de golf que usaban los empleados para moverse por la isla.

      Una vez allí, él la invitó a subirse al más elegante de todos, un seis plazas con aire acondicionado y minibar. Luego, esperó a que se acomodara y se sentó al volante.

      Violet tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la mirada de sus morenos brazos y sus fuertes y musculosas piernas. Estaba extrañamente nerviosa, como si se hubiera acostumbrado a no salir de la elegante mansión y tuviera miedo de volver al mundo.

      –¿La isla es muy grande? –preguntó, intentando concentrarse en las preciosas vistas.

      –De unas mil doscientas hectáreas –respondió él–. Tiene tres playas separadas y muchos sitios interesantes para bañarse, entre otras cosas.

      Violet se quedó anonadada con las cosas a las que Zak se había referido. La isla era autosuficiente en un 90%, gracias a la planta desalinizadora y purificadora que reciclaba respectivamente el agua de mar y de lluvia, a los paneles solares que proporcionaban electricidad y a un discreto sistema de riego que daba servicio a una granja con huertas, gallinas y unas cuantas cabezas de ganado.

      Sin embargo, casi todo el lugar estaba libre de presencia humana. Era un parque natural que apenas mancillaban la docena de chalets sutilmente mimetizados con el paisaje que se alquilaban a turistas ricos.

      Violet estaba verdaderamente impresionada. En circunstancias normales, habría dado cualquier cosa por explorar la isla y hasta por quedarse una temporada en ella. Pero no eran circunstancias normales. Si no se andaba con cuidado, corría el peligro de enamorarse de su prisión y de perdonar a Zak por lo que había hecho.

      Justo entonces, él detuvo el vehículo en el lugar más alto de la isla, para que pudieran disfrutar de la impresionante perspectiva. Pero Violet estaba ansiosa por recuperar su sentimiento de indignación, así que dijo:

      –¿Por qué te fuiste a Australia?

      Zak se limitó a encogerse de hombros.

      –Me estabas rehuyendo, ¿verdad? –continuó ella.

      Él entrecerró los ojos.

      –¿Ya te has cansado de ser civilizada, Violet?

      –Solo quiero saber la verdad. Eso no tiene nada de malo.

      –No, ¿pero estás preparada para oír la respuesta?

      Violet

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