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misma sinceridad. Si no quieres hacer el amor, dilo; si quieres, tócame.

      Violet supo que estaba a punto de dar el paso. La invitación de Zak era tan irresistible que olvidó la idea de confesarle su virginidad. Ya lo descubriría y, si no se daba cuenta, tampoco cambiaría nada: cuando hicieran el amor, ella volvería a su vida normal e intentaría sacarlo de sus pensamientos.

      –Dio mio, ¿me vas a obligar a rogártelo? –insistió él.

      –Puede que sí. Puede que no quiera perderme un acontecimiento de tal calibre.

      Él sonrió, pero sin dejar de mirarla con deseo, y ella se rindió y le pasó los brazos alrededor del cuello.

      Segundos más tarde, Zak asaltó su boca con un beso arrebatador que la dejó sin aire. Pero duró poco, y sus labios se apartaron enseguida para iniciar una senda descendente cuyo destino estaba anunciado: sus senos.

      Entonces, mordisqueó suavemente un pezón y le arrancó un nuevo gemido. Y, antes de que el sonido se apagara, empezó a lamer y succionar el otro, provocándole sensaciones que Violet no había experimentado nunca. Las llamas de placer que surgían de sus pechos se fundían entre sus piernas y hacían que apretara las caderas contra él en busca de satisfacción.

      Por suerte, Zak no le hizo esperar demasiado. Sus largos dedos se deslizaron por la sensible piel del estómago de Violet, llegaron a sus braguitas y se introdujeron por debajo de la tela. Luego, alcanzaron la suave piel de su sexo y, tras separarle las piernas un poco más, la empezó a acariciar.

      Ella echó la cabeza hacia atrás, sintiéndose al borde de un abismo. Él soltó un suspiro de gozo ante la húmeda evidencia de su necesidad, y durante los minutos siguientes se dedicó a darle placer mientras su lengua jugueteaba con sus pezones.

      –Oh, Zak…

      Zak la tumbó sobre la roca, le quitó las braguitas y admiró su cuerpo.

      –Madonna mia, eres exquisita –dijo.

      Los ojos de Violet brillaron con deseo, y Zak retomó sus atenciones anteriores mientras pronunciaba roncas palabras en su idioma que la excitaban más. Había cruzado la línea, y ya no podía ni quería resistirse.

      Al cabo de unos momentos, llevó un dedo a la entrada de su sexo. Ella se estremeció y, aunque no hizo que cambiara de opinión, despertó un nerviosismo que apenas pudo disimular.

      –Está tan tenso, tan ceñido… –comentó él en voz baja–. Cualquiera diría que no has hecho nunca el amor.

      Ella supo que era la oportunidad perfecta para confesarle que era virgen; pero, por algún motivo, guardó silencio.

      –¿Violet? ¿Hay algo que debas contarme?

      Violet tragó saliva y fingió un aplomo que no tenía.

      –¿Me vas a interrogar? ¿O vamos a seguir adelante? –replicó.

      Él entrecerró los ojos y sonrió.

      –¿Tan impaciente estás?

      –No sé, tú eres el que conoce todas las respuestas. Dímelo tú.

      Zak se inclinó súbitamente sobre ella, le succionó un pezón y, acto seguido, pasó la lengua entre sus senos y se concentró en el otro. Ella perdió hasta la capacidad de pensar, y se estremeció de nuevo al ver que descendía hacia su pubis, con la evidente intención de lamerla.

      Atrapada entre el deseo y el nerviosismo, solo fue capaz de decir:

      –Por favor…

      Zak alzó la cabeza y clavó en ella sus intensos ojos grises.

      –¿Vas a darme lo que quiero, Violet?

      –¿Qué quieres?

      –Probarte. Aquí –dijo, pasando un dedo por su sexo.

      Ella gritó, y él le alzó un poco las caderas.

      Violet no estaba preparada para lo que sintió a continuación. Su cuerpo se retorcía y estremecía mientras Zak la exploraba con la lengua, centrando sus atenciones en su clítoris y regalándole oleadas de placer.

      No pudo hacer otra cosa que dejarse arrastrar al paraíso que le ofrecía, donde era vagamente consciente de sus propios gemidos, de las gotas de agua que le caían sobre los hombros y del sólido cuerpo de su amante. Todo lo demás había dejado de existir y, cuando la tensión llegó al punto más alto, alcanzó un orgasmo tan potente que estuvo segura de que nunca volvería a sentir algo así.

      Estuvo como flotando durante varios minutos, con miedo de abrir los ojos y descubrir que había sido un sueño. Pero al final los abrió, y el corazón se le encogió al ver la magnífica realidad de un Zak absolutamente concentrado en ella.

      En ese momento, comprendió por qué volvía locas a las mujeres. Si lo que acababa de vivir era solo una fracción de lo que podía darle, su arrogancia estaba más que justificada. Aunque eso no la obligaba a decírselo y alimentar un poco más su ego.

      Entonces, se dio cuenta de que Zak se había quitado los calzoncillos, y se quedó maravillada al contemplar su erección por primera vez. Pero, ¿sería capaz de acomodar el viril miembro que mostraba sin vergüenza alguna?

      Violet se sintió insegura, y él lo debió de notar, porque le dedicó una sonrisa, bajó la cabeza y asaltó su boca con un beso.

      –Mírame –le ordenó, al ver que apartaba la vista–. Tócame.

      Ella pensó que se había equivocado al creer que podía sobrevivir a esa experiencia y seguir con su vida como si no hubiera pasado nada. Zak le gustaba demasiado.

      –Quiero ver tus ojos cuando te tome –insistió él.

      Los pensamientos de Violet se esfumaron cuando Zak la penetró, rompiendo la última barrera de su inocencia. Y, al notar lo sucedido, él la miró con asombro y con algo que se acercaba bastante a la recriminación.

      Capítulo 6

      MADRE de Dios… ¿Eres virgen?

      Violet hizo un esfuerzo por respirar, por apartar su mente de las sensaciones que dominaban su cuerpo, por someter la ansiedad sexual que Zak había despertado, tras una punzada inicial de dolor. Una ansiedad que corría el riesgo de quedar insatisfecha, porque él estaba empezando a salir.

      –No, por favor –le rogó.

      Zak sacudió la cabeza.

      –¿Por qué no me lo habías dicho?

      –¿Tan importante es?

      –¿Crees que no?

      –Bueno, puede que no quisiera darle importancia.

      Zak intentó salir un poco más, y ella cerró las piernas alrededor de su cintura, impidiéndoselo.

      –Esto es algo serio, Violet.

      –¿Por qué?

      Él la miró con asombro.

      –¿Pensaste que no me importaría que fueras virgen? ¿Tan mala opinión tienes de mí?

      Violet apretó las piernas un poco más.

      –Ya está hecho, Zak. No le des más vueltas –declaró–. Querías que fuera tuya, y lo has conseguido.

      Zak gimió, se liberó de sus últimos conatos de duda y se empezó a mover. Una acometida, dos, tres, abriéndole un mundo de sensaciones nuevas que la convencieron de que, pasara lo que pasara al final, nada podía ser mejor que eso.

      –¿Por qué soy incapaz de alejarme de ti, por mucho que lo intente? –dijo él, deteniéndose un momento–. ¿Es que me has hechizado?

      –Si te hubiera hechizado, no te detendrías.

      Él respiró hondo y se movió de nuevo, sin pronunciar más palabras.

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