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y dejarse acompañar al impresionante salón de baile del igualmente impresionante Palacio Real de Montegova.

      Durante los largos discursos y la interminable cola que tuvieron que hacer para felicitar al príncipe heredero y a su flamante esposa, Violet fue más que consciente de la abrumadora presencia de Zak y de su intención evidente de no hacerle caso; pero, sobre todo, lo fue del montón de solteras que gravitaban a su alrededor, acaparando su atención, lo que casi la puso enferma.

      Por supuesto, intentó convencerse de que solo estaba enfadada porque lo mantenían tan ocupado que no podía acercarse a él para darle la noticia de su embarazo y marcharse a continuación, pero no lo consiguió. Zak le había dejado una huella profunda, y su ausencia física solo había servido para que lo deseara más. De hecho, era incapaz de dejar de mirarlo mientras charlaba o reía con sus despampanantes admiradoras.

      Decidida a recuperar el aplomo, se excusó y se dirigió al cuarto de baño, donde se retocó el maquillaje y respiró hondo durante unos segundos, intentando disminuir del desenfrenado ritmo de su corazón.

      Desgraciadamente, sus intentos fueron un fracaso y, tras esperar unos momentos más, pasó sus temblorosas manos por la tela del vestido y se dirigió a la salida con una falsa y rígida sonrisa en sus labios. Pero su sonrisa desapareció cuando abrió la puerta y se encontró ante el objeto de sus preocupaciones, que estaba apoyado en la pared exterior.

      –Hola, Zak –acertó a decir.

      –No pareces precisamente contenta de verme, teniendo en cuenta de que me has estado buscando por todas partes.

      A ella se le encogió el corazón.

      –Ah, sabías que te estaba buscando. Entonces, ¿por qué no te has molestado en llamarme por teléfono o responder a mis mensajes?

      Zak se encogió de hombros.

      –Porque los informes que enviabas estaban tan bien que no había nada que decir. Además, no sé de qué tenemos que hablar –replicó él, muy serio–. Pero has insistido tanto que he decidido salir de dudas.

      Violet apretó los puños.

      –Pues lo has disimulado bastante bien. Llevo dos días en Montegova y cuatro horas en la boda de tu hermano –le recordó.

      Zak la miró con intensidad, y el pulso de Violet se aceleró al instante.

      –No cambies de conversación.

      Él se puso tenso.

      –Como ya he dicho, tus informes eran correctos. Y, como no tenías nada más que contarme, saqué mis propias conclusiones sobre tu obsesión por verme.

      –¿Qué conclusiones?

      –Que debía ser algo de carácter estrictamente personal. Pero quedamos en que no habría nada entre nosotros después de lo que pasó en Tanzania, y guardé silencio con la esperanza de que recapacitaras y dejaras de presionarme –respondió Zak, quien parecía tan súbita como inmensamente aburrido–. Ahora bien, es evidente que no tienes intención de hacerlo, así que dime lo que tengas que decir.

      –Espera un momento… ¿Piensas que quería verte para hacer el amor otra vez? –preguntó ella con sarcasmo.

      Él entrecerró los ojos, la tomó del codo y se la llevó.

      –¿Adónde vamos? –dijo ella.

      –A un lugar donde la escenita que intentabas montarme no cause demasiado revuelo.

      Violet soltó una carcajada.

      –¿Escenita? Te lo tienes muy creído, ¿no?

      Zak no dijo nada. La llevó hacia una puerta frente a la que hacían guardia dos uniformados, que se la abrieron inmediatamente. Y Violet se derrumbó cuando se quedaron a solas en lo que parecía ser una versión pequeña del salón de baile.

      No había cambiado nada. Seguía tan carismático y atractivo como siempre, aunque tenía el pelo un poco más largo.

      –Me encanta que se interesen por mí, pero tu elección del momento y el lugar no puede ser más inadecuada –declaró entonces.

      –¿De qué estás hablando?

      –Mi madre me ha pedido que no llame la atención ni alimente rumores durante la boda de mi hermano. Y estar a solas con una mujer bella no es la mejor forma de conseguirlo.

      Violet se ruborizó, pensando que Zak no quería saber nada de ella. E incluso consideró la posibilidad de dar media vuelta, marcharse de allí y dejar que descubriera las consecuencias de su encuentro amoroso ocho meses después.

      Sin embargo, se quedó clavada en el sitio. Llevaba varias semanas durmiendo mal, y seguiría en la misma situación si no afrontaba definitivamente su problema.

      –¿Violet? –dijo él, frunciendo el ceño.

      –No te preocupes por mí, Zak. No estaré en Montegova más tiempo del que tú quieras. He venido por ser cortés con tu hermano, y porque necesito hablar contigo.

      –¿De qué? ¿De trabajo?

      –No, el trabajo no tiene nada que ver.

      Él entrecerró los ojos con desconfianza.

      –Bueno, ¿me lo vas a contar? ¿o no? –preguntó con sorna–. ¿Qué quieres, poner música de fondo para añadir suspense a tu pequeña interpretación?

      –Mira, no sé si esto te resulta aburrido o divertido, pero te aseguro que estoy en el último sitio del mundo donde me gustaría estar.

      Zak se puso tenso, sin dejar de mirarla.

      –Entonces, explícate.

      Ella respiró hondo, intentando controlar su desbocado corazón. Luego, suspiró lentamente y dijo:

      –Estoy embarazada.

      Zak se la quedó mirando, desconcertado con lo que acababa de oír.

      –Repite eso –le ordenó–. No sé si te he entendido bien.

      –Me has entendido perfectamente.

      Tras unos segundos de silencio, él le lanzó una mirada de asombro que se transformó en furia contenida.

      –Supongo que no eres tan estúpida como para intentar engañarme, así que daré por sentado que estás hablando en serio.

      –No sé si darte las gracias por creerme, porque tu actitud resulta vagamente insultante. Pero los hechos son los hechos.

      Ella se llevó las manos al estómago como tantas veces, y él bajó la mirada y, a continuación, la volvió a clavar en sus ojos.

      Violet no tenía forma de saber lo que estaba pensando, y se llevó una sorpresa cuando sacó el teléfono móvil y habló con alguien en montegovés, lo cual impidió que entendiera la conversación. Por desgracia, su madre era de cultura inglesa, y había impedido que aprendiera el idioma del país cuando era niña.

      –¿Se puede saber qué estás haciendo? –preguntó cuando colgó el teléfono.

      –Conoces la historia de mi familia, ¿verdad? Sabes que tengo un hermanastro que se presentó el día del entierro de mi padre.

      Ella frunció el ceño.

      –Sí, claro que lo sé, pero ¿qué tiene que ver eso con…?

      –Jules provocó el caos cuando apareció repentinamente –la interrumpió–. Por lo visto, fue idea de su madre, que es tan intrigante como la tuya.

      –No pensarás que…

      Él la volvió a interrumpir.

      –Créeme cuando digo que no voy a permitir que se produzca una situación parecida.

      –No te entiendo, Zak.

      –Puede que no, pero lo entenderás pronto.

      Zak

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