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urgencia un documento de identidad, que por una traba netamente arbitraria y burocrática le es negado, acaba suicidándose al arrojarse en el canal del río Tama. Como ya lo advertimos, el título del cuento resulta de lo más irónico pues concluye con esta frase lapidaria: “De acuerdo con todo lo anterior, la felicidad de la familia es el origen de todo mal”.

      “Promesa cumplida” (“Mangan”) .

      En su brevedad, estamos frente a un relato magistral que deja ver el profundo conocimiento de los sentimientos humanos por parte del autor. La mujer de un doctor, amigo del narrador (Dazai), descrita por el marido como la personificación de la maldad, revela un oculto aspecto de su personalidad: la compasión.

      “Hablemos de mujeres” (“Mesu ni tsuite”) .

      Elaborado de forma muy dinámica en torno a un fluido y extenso diálogo sostenido entre el protagonista, un alter ego de Dazai, y un amigo suyo, este relato con ciertos tintes misóginos –que en el contexto de la vida y obra de nuestro autor se pueden englobar dentro de su proverbial misantropía– da cuenta de un episodio de doble suicidio en el cual la mujer muere y el hombre sobrevive. Aunque en el relato los hechos suceden en un hotel, es evidente el paralelismo con la propia experiencia del autor en su frustrado intento de suicidio en 1929 (el relato está fechado en 1936), y es aquí donde confiesa por primera vez que olvidó el nombre de su compañera muerta.

      “El profesor Ôson y la ceremonia del té” (“Fushin’nan”).

      Entre las diversas facetas de la compleja personalidad de Os amu Dazai nos encontramos con una especie de histrionismo cercano a lo caricaturesco, como lo señalamos más arriba cuando nos referimos al personaje que aparece en Indigno de ser humano conocido como “El lenguado”. El profesor Ôson es protagonista de un trío de relatos, y en éste que ofrecemos a los lectores su autor se vale de la estrafalaria naturaleza del profesor para desmitificar uno de los ritos más rancios, exquisitos y tradicionales de la cultura japonesa como lo es la ceremonia del té. Valiéndose de los recursos de la sátira, Dazai inventa unos personajes de un realismo cercano al cómic, como el dúo de estudiantes pusilánimes que acompañan al protagonista-narrador a la grotesca demostración de la ceremonia del té puesta en escena por el profesor Ôson. Mientras se desarrollaba la vulgar pantomima pensé en La conjura de los necios, la novela de John Kennedy Toole, por aquella original idea de Borges de que un autor crea a sus precursores.

      “La estudiante” (“Joseito”).

      En este relato, el más extenso de la selección, Dazai muestra sus consumadas dotes de narrador. Mediante el monólogo o soliloquio de una estudiante, el autor logra incursionar en la psiquis de lo femenino con frescura y sentido crítico, interpretando cabalmente las preocupaciones de una adolescente japonesa de la época (1939). La protagonista –a quien podríamos sin demasiado esfuerzo ubicar como un alter ego de nuestro autor, un Dazai con falda, mas no con kimono, pues el conflicto entre lo tradicional y lo moderno (es decir lo occidental) está patente en la narración– se muestra como una chica “moderna” ocupada de asuntos mundanos como la moda o el corte de cabello, pero al mismo tiempo reflexiona acerca de los avatares de su entorno familiar, su madre viuda, su hermana ausente y casada, el añorado padre muerto, un amigo ciego, al tiempo que se observa a sí misma, su joven cuerpo en la plenitud de su crecimiento, sus sueños, anhelos y pensamientos: “El poder del instinto es una fuerza que no podemos modificar con nuestra voluntad.” El relato fluye como un río de imágenes que no cesan de rozar nuestra sensibilidad y en ningún momento la narración decae ni se hace tediosa, de tal manera que la lectura resulta por demás grata, devoramos aquellos episodios de lo cotidiano de un solo tirón.

      Me llamó la atención la alusión directa a la novela de Joseph Kessel, Belle de jour, convertida treinta años después por Luis Buñuel en el extraordinario y sensual film del mismo nombre. Pienso que al incluir la novela de Kessel como una de las lecturas de la perspicaz y curiosa colegiala, Dazai nos está haciendo algo más que un guiño acerca de su decidida vocación por la modernidad.

      "La mujer de Villon” (“Viyon no tsuma”).

      Al igual que en el relato anterior, Dazai otorga la voz a un personaje femenino, en este caso una desdichada joven, “ama de casa”, madre de un bebé un tanto idiota, que malvive con un individuo de la peor calaña. El ambiente de marginalidad y desamparo que se describe desde las primeras líneas se corresponde casi como un calco a la propia existencia del autor, disfrazando de alguna manera el estilo adoptado por Dazai para sus narraciones, el así llamado Watakushi Shôsetsu o Literatura del yo. Escrito en 1947, un año antes de su muerte, por la época del mayor deterioro de su voluntad de vivir y curiosamente cuando su escritura alcanza un punto cercano a la perfección, este relato es representativo del mejor Dazai. El estilo de la narración es claro y directo, las descripciones son precisas y nos producen la sensación de estar viendo un film impresionista en blanco y negro, con el agregado de una serie de diálogos magistrales.

      “Villon” alude, claro está, al poeta francés del siglo XV, “pariente” espiritual de Dazai. La mujer del relato ante la precariedad de su existencia decide emplearse en un bar restaurante de mala muerte donde encuentra cierto equilibrio emocional: “En un mundo como aquel donde una dama refinada tenía que recurrir a ese tipo de tretas para sobrevivir, no era posible que nosotros pudiéramos permanecer sin algún lado oscuro”. Al final, el amante, un auténtico retrato de Dazai, le pregunta a su mujer: “Fíjate, Sacchan, aquí han escrito que soy un bruto, un animal indigno de ser humano”. Y ésta le responde, cerrando el relato con una propuesta digna del existencialismo: “Puedes ser un bruto o un animal. Eso no tiene ninguna importancia. De momento nos basta con estar vivos”. Reforzando nuestras ideas acerca del carácter autobiográfico de la escritura de Osamu Dazai, encontramos en la frase anterior (“…indigno de ser humano)” el anuncio del título de su novela postrera.

      “El profesor Ôson y la salamandra” (“Ôson Sensei Genkoroku”).

      En este segundo episodio de las bizarras aventuras del ridículo profesor, éste se obsesiona por una salamandra que contempla en un acuario y a partir de ese momento crucial da inicio a una serie de exhaustivas investigaciones basadas en los principios de la ciencia, que lo llevan a límites asombrosos y que revelan su falsa erudición. Visto como una especie de comedia ligera, el relato constituye una burla de los métodos científicos así como un divertido cuestionamiento de las tradiciones más arraigadas del folclore de su país. En general, el trío de cuentos dedicados al profesor Ôson, escritos durante la guerra, conformado por el par que incluimos en esta antología y por el inédito “Tormenta de flores” (“Hana fubuki), se pueden leer como divertimentos, suerte de antídotos a las angustias y penalidades de aquellos tiempos.

      “Toka-ton-ton”.

      Como sobreviviente de la guerra, aun cuando no desempeñó ninguna actividad de relevancia, Dazai conocía numerosas anécdotas acerca de los padecimientos post traumáticos de los soldados que regresaban de los frentes de batalla. En este caso se trata de un soldado que sufre en ciertas circunstancias de ilusiones auditivas que se traducen en un leve martilleo dentro de su cerebro. Curiosamente estas dolencias comenzaron el día de la rendición de Japón y por algún extraño efecto colateral las mismas apartaron al soldado del militarismo y de cualquier idea nacionalista, lo convirtieron en un ser reducido a lo meramente existencial, sin grandes ideales, que a pesar de su pereza y apatía busca un lugar en el mundo. Dazai utiliza en este relato el recurso epistolar, y al igual que en la mayoría de sus últimos textos expresa su visión desencantada de la existencia.

      5. El nacimiento de un mito

      Tal vez sin proponérselo, Osamu Dazai en Indigno de ser humano nos ofreció un magistral retrato del perdedor, una figura arquetípica que por razones que desconozco ha fascinado desde hace siglos a los japoneses. Quizá eso explique que más allá de los méritos estrictamente literarios de esta novela, celebrada por el eminente japonólogo Donald Keene, su traductor al inglés, se siga leyendo como un objeto de culto, en particular entre los jóvenes marginados de una sociedad super urbanizada y ultra sofisticada, que dentro de sus dudas y contradicciones se muestra reacia a los cambios

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