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apóstol Pedro escribió en 1 Pedro 3:15 que nosotros como cristianos debemos “estar siempre preparados para presentar defensa” de la esperanza que está en nosotros. En nuestros días, esa defensa tiene que empezar en esta primera pregunta, ya que mucho antes de que lleguemos a preguntas como, “¿Quién es Jesús?” o “¿Qué es el Evangelio”, se encuentra la pregunta que todos a nuestro alrededor quieren hacer y para la que, honestamente, dudan que tengamos una buena respuesta: “para comenzar, ¿por qué confías en la Biblia?”

      Las tortugas llegan hasta el fondo

      Antes de que continuemos, permíteme admitir algo desde ya, algo que probablemente no te sorprenda en lo más mínimo. Yo soy cristiano. Un cristiano totalmente convencido del cristianismo. Creo que la Biblia es verdad, creo que el Mar Rojo se dividió a la mitad, creo que las murallas de Jericó se derrumbaron y que Jesús caminó sobre el agua y sanó a enfermos y echó fuera demonios. Creo que Dios inundó con un diluvio al mundo y salvó a Noé, creo que Jonás fue tragado por un pez gigante y creo que Jesús nació de una virgen. Y, por sobre todas las cosas, creo que Jesús murió y después resucitó de los muertos, no en un sentido espiritual o metafórico, sino de forma corporal, histórica y verdadera. Yo creo todo eso.

      Lo cierto es que no tiene sentido pretender lo contrario: La razón principal por la que creo que la Biblia es verdad es precisamente porque creo que Jesús resucitó de los muertos. Ahora bien, sea que estés o no de acuerdo conmigo sobre la resurrección, probablemente puedas ver por qué creer esto me lleva a la conclusión inevitable de que la Biblia es confiable. Esto es debido a que si Jesús realmente resucitó de los muertos, entonces la única conclusión posible y honesta a la que uno puede llegar es que Él realmente es quien dice ser. Si Jesús realmente resucitó de la tumba de la forma en la que la Biblia lo relata, entonces Él es verdaderamente el Hijo de Dios, el Rey de reyes y Señor de señores, el Camino, la Verdad, la Vida y la Sabiduría de Dios, tal como lo dijo. Y si eso es verdad, ¿no crees que tenga sentido decir que Él habla con la verdad y que, por tanto, debemos escucharlo? Ahora bien, una de las cosas que va más allá de toda duda razonable es que Jesús creía en la Biblia. En cuanto al Antiguo Testamento, esto es muy evidente; una y otra vez en Sus enseñanzas, Jesús autenticaba y aprobaba el Antiguo Testamento como Palabra de Dios. Respecto al Nuevo Testamento, aún cuando fue escrito años más tarde, en última instancia también descansa en la autoridad de Jesús, y los primeros creyentes sabían esto. En efecto, los dos criterios principales que usaron para atribuir la autoridad de Dios a algunos libros fueron 1) que esos documentos debían ser autorizados por uno de los apóstoles de Jesús, y 2) tenían que concordar en todo con la enseñanza misma de Jesús. Hablaremos sobre eso más adelante, pero el argumento es bastante claro. Una vez que estás convencido sobre la resurrección real de Jesús, la verdad y autoridad de la Biblia son las consecuencias naturales.

      Entiendo que esto fue una manera rápida e impresionante de presentar la defensa pero entonces surge esta pregunta: ¿Cómo comenzar? En otras palabras, ¿cómo llegar hasta el punto de creer que Jesús realmente resucitó de los muertos? Me refiero a que no puedes simplemente decir que crees en la resurrección porque la Biblia lo dice, y que crees lo que la Biblia dice porque Jesús se levantó de los muertos, y que crees que Jesús resucitó porque crees en la Biblia, y que crees en la Biblia porque Jesús resucito y así sucesivamente. Un argumento así sería ridículo y circular. Me recuerda al pequeño niño a quien su maestra le preguntó por qué el mundo no cae en el espacio. “Porque está recargado sobre la espalda de una tortuga”, contestó el niño. “¿Y por qué no se cae la tortuga?”, preguntó de nuevo la maestra. “Porque está recargada sobre la espalda de otra tortuga”, dijo el niño. “¿Y por qué no se cae esa otra tortuga?”, insistió la maestra. “Bueno”, dijo el niño pensativo, “¡Es obvio que las tortugas llegan hasta el fondo!”

      En este momento, antes de seguir, debemos reconocer que de una forma u otra, para todos nosotros “las tortugas llegan hasta el fondo”, sin importar cuál sea nuestra fuente de autoridad y conocimiento. Así que esto no es solo un problema para los cristianos. Si le preguntas a un racionalista por qué confía en la razón, te dirá “porque es razonable”. Si le preguntas a un lógico por qué confía en la lógica, te dirá, “Porque es lógico”. Si le preguntas a un tradicionalista por qué confía en la tradición, te dirá, “Porque todo el mundo siempre ha confiado en la tradición”. Incluso si quisieras ser un poco más sofisticado, pudieras decir que confías en la lógica o la tradición o la experiencia o en cualquier otra cosa porque es razonable hacerlo, pero eso solo crea un círculo ligeramente más grande, ya que ahora debes responder por qué confías en la razón para empezar. ¿Lo ves? De una forma u otra, todos terminamos con “tortugas hasta el fondo”. De hecho, creo que esa es probablemente una forma en la que Dios nos recuerda que somos finitos. Ser humano, por lógica, connota un recordatorio ineludible de que no conocemos todas las cosas.

      Aun así, esto no quiere decir que no haya esperanza y que debamos renunciar a todo tipo de esperanza. Aun cuando es cierto, en un sentido filosófico y epistemológico, que finalmente todos nuestros argumentos descansan sobre una lógica circular, eso no quiere decir que no podamos llegar a una conclusión segura sobre la naturaleza de la realidad. Por supuesto, algunos filósofos radicales en ocasiones se han encogido de hombros y han dicho, “¡Bueno, me rindo! ¡Al parecer no podemos conocer nada!” Pero ese tipo de pensamiento tiende a encerrarte en una celda de aislamiento epistemológico (no podemos conocer a nada ni a nadie) que muy pocos de nosotros encontramos atractiva o necesaria. Entonces, lo que la mayoría de nosotros hacemos es comenzar con unas pocas presuposiciones—por ejemplo, la razón es razonable, la lógica es lógica, nuestros sentidos son confiables, el mundo y nosotros mismos realmente existimos, no somos, como a veces dicen “cerebros en un frasco”. Y a partir de esas presuposiciones, sacamos conclusiones seguras sobre nosotros mismos, sobre la historia, sobre el mundo a nuestro alrededor y sobre todo tipo de cosas.

      Pero espera. El hecho de que sea necesario presuponer algunas cosas no quiere decir que puedas presuponer cualquier cosa que desees. Por ejemplo, no puedes presuponer que eres el presidente de los Estados Unidos. Tampoco puedes presuponer que eres un dios y que, por tanto, la verdad es cualquier cosa que tú pienses. Ni tampoco puedes presuponer que la última edición de un periódico amarillista es la Palabra de Dios, y que, por tanto, te provee una imagen precisa de la realidad. Estas serían presuposiciones completamente injustificables, y las personas se burlarían de ti por creerlas—y probablemente también te ingresarían a un manicomio. Pero esta es la cuestión: Más de una persona diría que eso es exactamente lo que los cristianos han hecho con la Biblia. Nosotros, sin tener ninguna razón, presuponemos que la Biblia es la Palabra de Dios, que todo lo que dice es verdad, y que, por consecuencia, Jesús resucitó de los muertos.

      ¿Pero qué tal si la falta no es tan flagrante? ¿Qué tal si existe una forma de llegar a una conclusión buena y segura en cuanto a la resurrección de Jesús de los muertos, sin presuponer que la Biblia es la Palabra de Dios? Si pudiéramos hacer eso, entonces seríamos capaces de evitar la acusación de circularidad flagrante e injustificada. Seríamos capaces de decir que incluso antes de concluir que la Biblia es la Palabra de Dios, llegamos a una conclusión segura de que Jesús sí resucitó de los muertos y, entonces, en base a esa confiable conclusión, imitamos a Jesús al aceptar la Biblia como la Palabra de Dios. Ese tipo de convicción sería muy diferente a una que simplemente se basa en un “salto de fe”. Sería una que no solo podría ser defendida de las objeciones de los escépticos, sino también podría retar su incredulidad. Eso sería, como Pedro escribió, una formidable “razón de la esperanza que hay en vosotros”.

       El cristianismo como historia

      La pregunta, por supuesto, es si realmente existe una forma de hacer eso. Para ir directo al grano, creo que sí la hay, y creo que podemos llegar a ella al hacer historia. En otras palabras, abordemos los documentos que componen el Nuevo Testamento, en primer lugar no como la Palabra de Dios, sino simplemente como documentos históricos, y veamos si sobre esa base podemos llegar a una conclusión confiable en cuanto a que Jesús resucitó de los muertos. Ni siquiera un no cristiano tendría alguna objeción inicial en contra de eso. Después de todo, abordar

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