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Y lo que se vuelve sólido “allí afuera” hace que “yo” también me sienta sólido. Tengo un cuerpo en un espacio y un tiempo determinados. Cuando siento mi cuerpo internamente, siento la respiración, los músculos y los huesos, incluso las fascias. Pero no puedo localizar mi cuerpo exactamente. Cuando digo “hueso”, aparece no solo una sensación, sino también una imagen. La imagen proviene de un esqueleto que vi una vez en un laboratorio. Luego siento la respiración, pero no podría distinguir con exactitud dónde empieza o termina, de dónde parte en las narinas, ni el lugar preciso por donde sale. Cuando como una zanahoria, no puedo distinguir, una vez que la he masticado, dónde termina la zanahoria y dónde empiezo “yo”.

      En la meditación subjetiva, el cuerpo no es algo estático, sino básicamente un concepto que se apoya sobre otros conceptos que se entremezclan con respiraciones, sensaciones, sentimientos y percepciones fluctuantes. Puedo sentir una forma que llamaría “cuerpo”, pero no puedo decir dónde está ni qué es. No estoy seguro de dónde empieza o termina, especialmente si tengo los ojos cerrados. El cuerpo no es algo concreto que uno pueda estudiar; el cuerpo y el que lo estudia son uno. El observador y el cuerpo no pueden separarse. Ya sea que examinemos el mundo interior de la mente y el cuerpo o el mundo exterior de las “cosas”, no podremos hallar en nuestra percepción “algo” que exista realmente. Si te digo “Muéstrame tu ego”, ¿podrías hacerlo? ¿Dónde está tu ego? Sabes que tienes un ego, pero ¿cómo lo sabes? Lo sabemos, sobre todo, por inferencia –puedo saberlo cuando pienso egocéntricamente–, pero eso está unos pasos más atrás de la experiencia directa. No puedo encontrar el mecanismo llamado “ego”, ni tampoco eliminarlo. La base carece de base. ¿Cómo determinamos lo que somos y lo que no somos? Si tuviéramos que trazar el perímetro de nuestra existencia, ¿dónde dibujaríamos la línea entre el lugar donde nosotros terminamos y el lugar donde empieza lo externo? El hecho es que las distinciones que solemos hacer entre las cosas son justamente el mecanismo que crea esas “cosas”. La dualidad, la creación de un ser “aquí adentro” que percibe un objeto “allí afuera”, genera siempre separación y alienación. El dualismo es construido por el ser; no se construye en la realidad cuando aparece. Esto nos lleva directo al corazón de la práctica de yoga: el yoga es la unión y la interconexión inherentes a toda existencia antes de que dividamos las cosas en sujeto y objeto, o mediante cualquier otro método de categorización.

      Si la percepción dualista está tan incrustada en nuestra estructura psicológica, ¿dónde empieza uno? Para el practicante de yoga, uno comienza justo aquí y en este momento. Ya sea mediante las prácticas de prācarácterāyāma, mantras, āsanas o ética, todos los sistemas de yoga surgen del momento presente y hacia él apuntan. Incluso en la visualización de un patrón de la respiración o la meditación sobre un sonido, disolvemos el mundo exterior y lo convertimos en objeto de concentración. Luego, este objeto de concentración cae en la experiencia de estar completamente centrado y quieto. Esta quietud es un punto de la nada, aunque también lo es todo. Es estar allí sin nadie. Es estar tan presente en una acción (o una no acción) que no es necesario crear un ser. Cuando vivimos de manera auténtica, no estamos creando simultáneamente una idea del “yo, a mí y lo mío”, sino que solo estamos siendo nuestro ser desprovisto de ser.

      En la práctica de las posturas de yoga, disolvemos la técnica de mover el cuerpo y la transformamos en puras sensaciones; luego disolvemos la mente y se vuelve esa profunda experiencia sensorial. Y entonces eso es todo lo que queda. Cuando entonamos mantras, por dar otro ejemplo, disolvemos el germen de las sílabas para volverlo puro sonido; luego convertimos el sonido en silencio, el silencio en quietud, y así la quietud deviene nada menos que una mente satisfecha, que se mantiene abierta y receptiva, aguda y tranquila. Cuando la mente regresa a este estado natural, la mente, el cuerpo y el corazón se vuelven un receptáculo para lo que sea que surja; no hay idas y venidas, sino solo surgimiento y disolución, una cosa que se convierte en otra. Como ya hemos dicho, en estas diversas técnicas, la esencia de la práctica es a lo que apunta la técnica, más que la técnica en sí misma. Pero como a la mente le cuesta concentrarse lo suficiente para alcanzar un estado de quietud, necesitamos que la técnica nos ayude a lograrlo. El propósito de la práctica no es la meta, sino el modo en que las distintas etapas del camino nos conducen hacia una forma de ser más abierta y sincera. Esta sinceridad (karucaráctera) es el resultado continuo de una práctica de yoga saludable. Si nuestra práctica está creando flexibilidad en el cuerpo sin la correspondiente flexibilidad en el corazón, debemos corregir la forma en que concebimos y abordamos dicha práctica.

      Este libro trata sobre cómo cultivar una práctica de yoga, qué es lo que constituye esta práctica, cómo reconocer y trabajar las distintas etapas del camino, y cómo hacer que la tradición del yoga se mantenga viva a través de una práctica dedicada y un verdadero compromiso. En el plano del corazón, este libro trata sobre cultivar la paciencia, la honestidad, la no violencia, la sabiduría y la capacidad de encontrarse con la vida a medida que ocurre en cada momento, sin caer en las formas habituales de aferrarnos a las cosas. Ya sea que recién empieces tu práctica o que hayas estudiado profundamente un sistema en particular, deberías poder encontrar aquí algunos estímulos y sugerencias para profundizar tu práctica.

      En este libro se tratan dos temas. En primer lugar, la esencia del yoga nos enseña que todas las formas en que nos aferramos a las cosas generan sufrimiento. Nada puede ser adueñado en los términos de “yo, a mí y lo mío”. Y, en segundo lugar, una práctica disciplinada y adecuada no deja ningún rincón sin revisar. Un amplio conocimiento de la teoría del yoga bien integrado a prácticas específicas lleva las técnicas formales del yoga a niveles más profundos, pero también saca el yoga de la esterilla y de la sala de meditación para trasladarlo al enmarañado mundo de las relaciones interpersonales, los típicos patrones psicológicos habituales y la complejidad de las acciones éticas. Este libro oscila entre estos dos temas –la práctica y la capacidad de soltar–, ya que entrelaza la teoría con una acción capaz de modificarse.

      Junto con el tema principal de la capacidad de soltar nuestros apegos, especialmente la autoimagen, este libro pretende llenar el vacío que existe en el yoga contemporáneo entre la teoría y la práctica. Mi objetivo consiste no solo en conciliar teoría y práctica, sino también en explorar cómo ambas cobran vida cuando se las integra en la vida cotidiana. Así, a diferencia de gran parte de las metodologías de enseñanza habituales, este libro se centra en palabras, más que en posturas; en sugerencias, más que en instrucciones; en interpretaciones basadas en la tradición, más que en la apropiación o idealización de esta última. Busca escuchar las palabras de estas páginas con el corazón, más que con el intelecto. Estamos acostumbrados a oír con la mente intelectual lo que solemos llamar “teoría”. Cuando escuchamos las ideas del yoga solo con el intelecto, permanecen alejadas del corazón y, de este modo, podemos perdernos la esencia y la sabiduría de esta práctica, así como su capacidad de desafiar y abrir el corazón. El yoga trata sobre cómo incorporar las enseñanzas y ponerlas en práctica; cómo permanecer abierto desde la mente y el cuerpo, la respiración y la quietud, para luego expandirse hacia el amplio mundo de la naturaleza y de los demás seres humanos. El yoga nos ayuda a alcanzar un estado en el cual el mundo nos atraviesa de la manera más cristalina.

      Al igual que la inspiración que aparece y la espiración que desaparece, cada momento es en sí mismo un momento de creación seguido por una disolución. Así como la respiración que asciende y desciende, o el sol que sale y se pone, este libro sigue un ritmo similar. Los primeros capítulos comienzan con una descripción y una definición del yoga, a partir de las cuales presentan los diversos caminos de la práctica. Al igual que el punto culminante de una inhalación, o el sol del mediodía, la primera parte de este libro avanza hacia una descripción de la psicología y los aspectos energéticos del yoga. Al descender de allí, exploramos las enseñanzas de la transitoriedad, la vacuidad y la muerte, que nos conducen esencialmente a un compromiso directo con la vida. Este ciclo se completa de un modo natural, puesto que el acto de contemplar la transitoriedad y la muerte nos conecta con el momento presente, que es donde el yoga se inicia.

      El yoga comienza

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