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tanto interno como externo. Pattabhi Jois dijo, en muy pocas palabras, que todas las formas de sufrimiento –físicas y psicológicas– son causadas por estos cinco klecarácteras y que, cuando se indaga en la manera en que estos klecarácteras operan, tanto sobre la esterilla de yoga como fuera de ella, el camino al corazón se abre. Si los klecarácteras no se analizan y se deconstruyen, los síntomas de insatisfacción empiezan a dominar, de a uno por vez, nuestros modos de percepción y nuestras acciones básicas. Todos los síntomas se imponen porque necesitan atención. En lugar de comprender los seis venenos como síntomas de los que debemos deshacernos con una actitud resuelta, examinamos en profundidad las causas de estos síntomas, es decir, los cinco klecarácteras, y, al hacerlo, convertimos los síntomas de nuestro sufrimiento en el propio camino.

      Cuando Pattabhi Jois se tocó el corazón, acompañando el gesto con una simple respiración, para luego pasar a describir los enemigos que residen en el corazón –que no son más que los síntomas que se manifiestan cuando no vemos las cosas como son–, comprendí que la práctica del yoga no madura al sumar cada vez más posturas espectaculares, sino que lo hace por el solo hecho de prestar atención a los movimientos de la respiración en el área del corazón y al papel que la mente desempeña junto con el cuerpo, y no separada de él. Los cinco klecarácteras describen la esencia del yoga: un camino hacia la liberación de nuestros ciclos habituales de descontento.

      VER LAS COSAS COMO SON

      El yoga comienza en el momento presente, y el momento presente empieza en el silencio. De ese silencio nacen las palabras. El Yoga Sūtra, atribuido a Patañjali (siglo III a. e. c.) y considerado uno de los textos centrales de la psicología del yoga, se inicia con una oración simple: “Atha yogānuśāsanam”. Se la traduce como “La enseñanza del yoga reside en el momento presente”.

      El Yoga Sūtra no es un texto especulativo sobre filosofía o metafísica, ni tampoco nos ofrece una teología de la creación o un comentario final acerca de lo que nos espera después de la muerte. La creación y la muerte coexisten sucesivamente con el surgimiento y la desaparición de cada momento. Cada inspiración es un nacimiento, y el final de toda espiración es una pequeña muerte. En cada uno de estos momentos sucesivos, el universo nace y muere una y otra vez mediante el hilo de un ciclo de respiración.

      La primera palabra del Yoga Sūtra –atha– significa literalmente “ahora”, “lo que está aquí en este momento”. El yoga empieza en el momento presente. El yoga es el momento presente. Podríamos traducir este primer verso de manera más concisa como “El yoga comienza ahora”. Las enseñanzas del yoga nos orientan hacia este preciso momento; hacen que el futuro se vuelva invisible y que el pasado quede fuera de nuestro alcance. Muchos académicos y practicantes traducen la palabra yoga como una manifestación del verbo yuj –“unir”–, lo que convierte al yoga en algo que uno hace, un tipo de actividad deliberada. Al creer que el yoga es el acto de unir una cosa con otra (la respiración con el movimiento, el cuerpo con la mente, el ser con un otro), confundimos el yoga con el hecho de hacer yoga. Cuando empleamos el término en este sentido (como en la frase “Voy a practicar yoga”), confundimos las técnicas, o la tecnología, de la práctica con la experiencia del yoga. En cada momento que surge, en cualquier encuentro con alguien, incluso cuando nos encontramos con nosotros mismos, todo está completo. Esta plenitud no significa que todo se une en una suerte de plan maestro; se refiere a que todo es interdependiente y que el yoga no es algo que buscamos fuera de nosotros ni un intento deliberado de alcanzar una unión, sino el reconocimiento, en el momento presente, de la unificación de la vida. La interconexión inherente a la existencia revela lo que en términos filosóficos llamamos “no dualidad”: el fracaso de la separación en sujeto y objeto. Cuando experimentamos una sinceridad relajada y una consciencia atenta, el mundo deja al descubierto su plenitud intrínseca. Cuando nos movemos por el mundo, “ocultos y envueltos en nuestros pensamientos”, no hay un contacto directo con la realidad ni sabemos “quiénes” somos o “qué” nos constituye. El yoga comienza con una ligera reverencia al momento presente.

      El yoga es una forma de ser y un modo de existir. La existencia es un juego de interconexión y, cuanto más clarifiquemos nuestra percepción y las formas de organizar nuestras experiencias, mayor será la sinceridad y la compasión con que llevaremos a cabo la profunda y a veces confusa tarea de estar en el mundo. Una auténtica práctica de yoga consiste en prestar atención a la experiencia presente de manera ininterrumpida, ya sea en la mente, el cuerpo o el corazón, con un bebé en brazos, al hacer el desayuno o al regular la respiración en un parado de cabeza.

      Según la filosofía y la psicología del yoga, el único lugar para comenzar un estudio del yoga –o de cualquier otra cosa– es el momento presente, porque este es todo lo que en verdad está ocurriendo. El futuro aún no ha llegado y el pasado ya pasó; lo único que queda por estudiar, y la única forma de empezar a prestar atención, se halla precisamente en esta experiencia, mientras ocurre aquí y ahora. Por tal motivo, todo estudio de la naturaleza de la realidad y de la verdadera naturaleza de la mente comienza en esta vida, en este cuerpo y en este momento; no puede empezar con ninguna exploración que no sea el aquí y ahora de nuestra experiencia comprobable e inmediata. La mente, con su increíble potencial de distracción y creatividad, se utiliza tanto para tejer concepciones y preferencias en torno al momento presente que, en lugar de conectarnos con lo que realmente está ocurriendo en la vida, solemos reaccionar según nuestros gustos y aversiones. Por eso, la búsqueda psicológica al servicio del despertar empieza con lo que está sucediendo aquí y ahora: una forma de atención centrada en el presente y que se nutre de la aceptación.

      A la mente le cuesta observar algo durante mucho tiempo, especialmente cuando se trata de su propio funcionamiento. A la mente le cuesta estar presente mientras la respiración fluye por el cuerpo o mientras aparecen y desaparecen distintas sensaciones en las diferentes posturas de yoga; y, en consecuencia, no solemos estar aquí la mayor parte del tiempo. Esto ocurre no solo en relación con nuestro cuerpo y nuestras emociones, sino también en lo interpersonal. Otras personas interrumpen nuestras ideas acerca del modo en que se supone que son las cosas. Esta interrupción es la materia prima del yoga: volvernos lo suficientemente flexibles para interrumpir nuestros preconceptos y nuestras tendencias elaborativas. Por lo general, descubrimos mucho más en el período de silencio entre los pensamientos que en todas las interpretaciones, ideas y perspectivas que genera nuestra mente. Los momentos de quietud psicológica nos recuerdan que existen otros modos de conocimiento, además del intelectual o acostumbrado. La práctica de yoga, tanto sobre la esterilla como fuera de ella, abre el corazón al revelar nuestros patrones de comprensión y nuestra inflexibilidad. Esta práctica no deja ningún rincón sin revisar. A través de una práctica de yoga disciplinada y diseñada adecuadamente, no solo vemos con claridad nuestros modos de vida condicionados, sino que también aprendemos cómo soltar esos patrones para que nuestras preguntas superen ampliamente a nuestras respuestas. Cuando estamos abiertos y nuestras habituales formas de ser físicas y psicológicas se interrumpen, llegamos a los momentos presentes de la vida con la libertad para responder con un corazón abierto y creativo.

      El yoga es la exploración acerca de quién y qué somos. No analizamos simplemente nuestras neurosis diarias (aunque a veces esto sea parte del camino) ni estudiamos metafísica filosóficamente (que, como ya dijimos, representa un modo menor de indagación), sino que examinamos la naturaleza de la existencia comenzando por la mente, la respiración y el cuerpo. Para esto se requiere la capacidad de ser pacientes y de aceptar lo que está ocurriendo en nuestro cuerpo-mente de modo tal que podamos ver algo con la suficiente claridad para estudiarlo. Pero ¿cómo estudiamos nuestra propia mente? ¿Cómo examinamos nuestro propio cuerpo? ¿Cómo puede un ojo verse a sí mismo, o la punta de una uña tocarse, o el oído oírse? Nuestra percepción siempre oculta una sombra. Al parecer,

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