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que creen que con un poco de erudición o sentimentalismo están aptos para escribir poesía, o con un poco de repetir el lenguaje de todos los días ya hay poesía. Y no la hay.

      A Heidegger le habría gustado su Poesía Vertical, quizás porque la concepción heideggeriana de que el lenguaje constituye la “casa del ser” está muy vinculada a su propio enfoque poético.

      Usted ha tocado un punto muy sensible en mí: el sentimiento de lo que Heidegger planteó y dijo en relación con la poesía y el lenguaje. Yo comparto totalmente que el lenguaje es la casa del ser. Dicho de otra manera. No hay ser sin lenguaje para el hombre. Si en algún otro reino o plano existe alguna forma de ser, sin el lenguaje, no lo sé. Pero aquí, el lenguaje, en último término, es una búsqueda del ser, y de alguna manera alberga al ser. Para mí lo más misterioso, lo más rico de sentido —no de sentido que podamos explicar sino de sentido posible— es el hecho, la experiencia de esto que llamamos lenguaje. ¿A qué se debe que nosotros a través del lenguaje tratemos de expresar cosas, de decirnos? Hay detrás de esto una especie de necesidad y misterio que no podemos nunca definir bien del todo. Hay otra expresión de Heidegger que me seduce profundamente, que es la aproximación a lo que él entiende por poesía. Sabemos que la poesía no admite definiciones, sabemos que es un problema siempre, que es algo inasible para fórmulas, lugares comunes, o estereotipos, pero sí hay aproximaciones. Y una de las mayores que yo conozco es la de Heidegger, cuando dice que la poesía es la fundación del ser por la palabra. Una pequeña frase de una riqueza inmensa. ¿Qué es fundar el ser?...De alguna manera es crearlo. La poesía crea ser. ¿Cómo es posible que el hombre cree ser?... Vamos a ser más humildes: ¿lo crea o lo reconoce? Pero, para mí, la poesía en último término es creación de realidad. Si yo consigo hacer un poema ese poema es una presencia que antes no estaba. Es una presencia que acompaña. Un poema de Vallejo, de Rilke, nos acompaña toda la vida. Nos hace estar menos solos, nos hacer ser más nosotros mismos, y nos hace responder a esa necesidad que tiene el hombre de ser. Lo decimos con una palabra porque no tenemos explicación. Esa necesidad que es mucho más potente que la necesidad de poseer cosas o hacer. Ser es más. ¿Y qué es ser? Yo diría que es, para el hombre, aquello que responde a una más alta intensidad del existir. En el tiempo, que es fugitivo, que es fluyente, es como si se plantaran de pronto algunas estacas que lo detienen o crean otra forma del tiempo. Esas formas de mayor intensidad son las que llamamos manifestaciones del ser.

      ¿Solamente lo podemos lograr a través de la poesía? ¿No hay una magnificación del poema frente a otros géneros que también usan el lenguaje?

      Son muchas las razones para que sea la poesía, pero aun así no creo que hay una magnificación ni un agrandamiento del poema. Creo que lo más inseparable del hombre, lo más integralmente suyo es el lenguaje. Esa especie de milagro de articular sonidos con silencios que nos hace poder expresar ciertas cosas. Nadie nos puede despojar de eso. Nos pueden aniquilar, matar o exiliar de todo. Pero no del lenguaje. Está con nosotros como nuestro rostro, y es nuestro rostro. Ahora, yo siento que en todas las otras formas del lenguaje hay algún añadido. La música, en último término, tiene un añadido: los instrumentos musicales. La pintura lo mismo: tiene elementos materiales que se utilizan para pintar aunque después se obtengan resultados no materiales solamente. La novela y todas las formas de la literatura se preocupan de cosas más exteriores como describir, narrar. No alcanzan la última síntesis que persigue la poesía. Decir con ese lenguaje indirecto, traslaticio, lo que casi no se puede decir. Es distinto el objetivo planteado y el tipo de búsqueda. Yo pienso que la poesía es el extremo del lenguaje.

      Su tentativa poética está claramente orientada a un trabajo en el lenguaje. ¿Podríamos ser más específicos al decir que es un trabajo en el lenguaje del pensamiento?

      Entendiendo el lenguaje como yo lo he entendido, no hay lenguaje sin pensamiento. Lo que hay son formas estereotipadas, repetitivas del lenguaje, que abandonan, por así decir, el pensamiento. No hay poesía sin pensamiento. Eso es lo que a veces cuesta hacer entender. La poesía es una altísima forma de la imaginación que es también pensamiento. Y así como hay imágenes sensibles, imágenes parecidas a la pintura, o a lo que sea, con elementos reconocibles, hay también giros del pensamiento, nuevos, distintos, que son como imágenes del pensamiento. Lo que usted dice del lenguaje del pensamiento es cierto, porque no hay otro. Otro más o menos integral.

      ¿No desearía sistematizar ese pensamiento haciendo filosofía antes que poesía?

      No, porque yo respeto mucho la filosofía. O mejor dicho, a mí me gusta más que el término filosofía, el término pensar, que es de una enorme riqueza. Ahora, ¿por qué mi inclinación no es a sistematizar u ordenar todo esto en la filosofía? Pues justamente lo que no tiene la poesía es voluntad, encubierta o no, explícita o implícita, de sistema. Sabe que la vida y la realidad no se pueden transformar en una serie de pasos ordenados. O en eso que llamamos sistema. ¿Cómo sistematiza usted el amor, aunque estudie cosas externas como las posiciones del acto amatorio? Eso no es el amor. Es una partecita chiquitita en un costado. Entonces, la voluntad de sistema, para mí, limita el cambio. Y una de las cosas más plenas de la poesía es renunciar a la voluntad de sistema, saber que para las últimas cosas no hay sistematización posible.

      La filósofa española María Zambrano decía que el primer imperativo de la poesía, su empeño congénito, es hacer sustancia de la palabra. Esto obedece, según ella, a una ley de corporeización que rige el mundo, y si esta ley no se cumple queda un vacío demoníaco, donde surge la materialización. ¿Se relaciona este enfoque con sus preocupaciones sobre la poesía y la realidad?

      No conozco suficientemente la obra de María Zambrano. Lo que he leído de ella me ha resultado próximo, afín, familiar. Es de esos escritores que me resultan próximos. En cuanto a su pregunta, diría que en buena parte sí hay una correspondencia. Tendría que profundizar un poco más cuáles son las distinciones entre materialización y corporización. Pero creo que es exacto lo que ella dice de alguna manera, de que la poesía transforma lo que es casi inasible comúnmente en algo concreto.

      Lo hace sustancia, dice María Zambrano.

      Me parece una buena expresión. No es mi palabra, pero cuando yo digo que la poesía crea realidad, quiero decir eso. ¿Qué es crear realidad? Justamente: es encontrar algo que complete la realidad. Yo no sé si la corporiza, como dice ella, pero sí la completa. La realidad para el hombre es algo que está sin terminar, que constantemente exige nuestra parte en ella, y nuestra parte en ella es a lo que acabamos de aproximarnos con respecto al ser.

      Un crítico dijo que usted halló su Sócrates en Antonio Porchia, y también dice que usted articula conceptos en su poesía, mientras que Porchia los palpa en los objetos, las plantas y los animales “con los ojos rayados en lágrimas”. ¿Qué nexos o vínculos hacen que su obra se interrelacione o se distancie con la de Antonio Porchia?

      Nunca he compartido el vocabulario de los críticos. Recordemos una frase de Novalis, allá en el corazón del romanticismo alemán, cuando dice que la crítica de la poesía es un absurdo. ¿Por qué? Porque utilizan otro lenguaje para aproximarse. Y no es que utilicen un metalenguaje, como se dice ahora, que es un lenguaje de análisis de otro, sino que utilicen un lenguaje disertativo, asertivo, explicativo, en suma, un lenguaje discursivo, y ese no es el camino para acercarse a la poesía. Hay que utilizar un camino, por ejemplo, del tipo de Heidegger. Yo he admirado y admiro profundamente a Porchia. Vuelvo cada tanto tiempo a nutrirme de él. Es uno de mis maestros, y no tengo ningún empacho en decirlo, porque reconocer a los maestros es algo admirable, ante tanta gente que cree que nunca ha tenido ni tendrá porque no los necesita. El mismo Porchia no habría hecho jamás esta distinción entre lo que es el concepto o es el pensamiento en las cosas mismas. Tal vez García Valdez tenga razón, no sé. Él habla desde afuera de mis cosas y de Porchia. Yo hablo desde adentro, y desde adentro de Porchia también. Porque hemos dialogado a través de tantos años. Yo sé cómo era Porchia y no así ese crítico.

      ¿Cómo era Antonio Porchia?

      Porchia era un sabio, un maestro en el pleno sentido de la palabra. Además, con un uso de lenguaje tan ceñido, tan sintético, tan admirable como yo no he encontrado en casi nadie. Una vez, en París, Roger Caillois me invitó a que lo visitara, y me contó

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