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Cibercultura y prácticas de los profesores. Diego Fernando Barragán Giraldo
Читать онлайн.Название Cibercultura y prácticas de los profesores
Год выпуска 0
isbn 9789588572895
Автор произведения Diego Fernando Barragán Giraldo
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
No se trata simplemente de enseñar matemáticas, ciencias naturales, lenguaje, o cultivar la tierra, hacer una buena pieza de metal, o enseñar buenas costumbres democráticas. Un proceso de enseñanza-aprendizaje de corte instrumental como ese reforzaría solamente el carácter técnico del aprendizaje, vigorizando con ello la simple profesionalización del maestro y la tecnificación de las habilidades del estudiante. Eso sí, podría ser muy útil al momento de presentar y superar pruebas regionales, nacionales e internacionales en las que se mide el nivel de profundidad técnico-científico y no se habría ganado mucho en el desarrollo de habilidades críticas, que en este esquema también simplemente pueden convertirse en seguir la voz de la mayoría. Por ello, la práctica pedagógica debe estar cargada de significación, al punto que se valore la comprensión de praxis que existe en ella. Una práctica pedagógica real insiste en los procesos, en las significaciones, comprende las formas de conocer, valora conocimientos acumulados históricamente, pero sobre todo, considera sus fines humanos con miras a la transformación social, en cuanto sabiduría practica: phrónesis. La práctica pedagógica define al profesor y a su vez se encarna en él, pero no es simplemente la sumatoria de una miscelánea de desempeños; de manera específica, tiene que ver con una opción que va más allá de lo simplemente metodológico y la verificabilidad científica de sus actuaciones.
Ser profesor parece comportar el que se asuma la existencia más allá del profesionalismo, del cumplimiento normativo y metodológico de la ciencia y de la idealización de teoría educativa y pedagógica. Implica que si para aprender matemáticas se debe hacer ejercicios, para aprender a dibujar se debe dibujar, para jugar cualquier deporte se debe entrenar, entonces también se debe hacer algo similar para realizar una buena docencia.
El profesor artesano
En su libro El artesano, el sociólogo Richard Sennett (2009) invita a pensar sobre la forma como Occidente ha construido el conocimiento. Llama poderosamente la atención que el autor muestre la importancia de recobrar la comprensión sobre quien desarrolla actividades artesanales, especialmente porque esa labor —tal como fue gestada en la tradición occidental— va más allá del producto concreto que resulta al final. Alrededor del artesano se consolidó una comprensión del mundo que valoraba la tradición teórica, la técnica, la práctica, la relación maestro-discípulo y el espacio mismo donde se realizaba el oficio. Sennett reinterpreta la categoría artesano, la cual “abarca más que la del artesano artista; hombre o mujer, representa en cada uno de nosotros el deseo de hacer algo bien, concretamente y sin ninguna otra finalidad” (Sennett, 2009, p. 181). En la obra en mención el autor pone el acento en la manera como la cultura ha olvidado que lo simple y lo laborioso son algo importante, que no ha de buscar necesariamente ser validado y legitimado por un conjunto de métodos canónicos como los de la ciencia.
De los postulados de Sennett concentraremos la atención en lo que
él ha llamado la conciencia material, que es finalmente aquello por lo que el artesano sabe que puede cambiar la materia con la que trabaja, de acuerdo con sus intencionalidades técnicas y sus fines éticos y morales. Un joyero, por ejemplo, involucra todo su ser en modelar los materiales con que crea su extraordinaria pieza; pacientemente moldea, da forma, calienta, enfría, tuerce, recorta, lima, pule; si es necesario deshace y vuelve a fundir. En la dedicación de este individuo se nota su conciencia material, por la que es capaz de saber que puede cambiar las cosas a él confiadas utilizando unas técnicas específicas, pero además que esa joya tiene un fin último, en este caso la belleza. De igual forma, un grupo de profesionales de la salud —aquí nos apoyamos en los ejemplos de Sennett— quienes al observar en una convención las fotografías o videos de una intervención quirúrgica, saben que lo que allí se hace es posible, pues su conciencia material les ha mostrado que es viable cambiar las cosas, en este caso, cambiar la enfermedad por salud. En este contexto, la categoría conciencia material, introducida por Sennett de la que hablaremos también en el capítulo noveno, permite vislumbrar cómo las acciones concretas de los individuos deberían pasar por una interiorización de las capacidades técnicas y sus fines humanos, ya que “los seres humanos dedican el pensamiento a las cosas que pueden cambiar” (Sennett, 2009, p. 151), en un sentido muy similar a la forma que, líneas atrás, hemos caracterizado las prácticas y, adicionalmente, considerando que esas transformaciones tienden a los fines humanos y al bien, que es según Aristóteles: “… aquello hacia lo que todas las cosas tienden” (Ética nicomáquea, I,1, 1094a1).4
Pero en el campo de la educación, ¿sobre qué recaería propiamente la conciencia material?, es decir, ¿qué es aquello sobre lo que se debe actuar, con la certeza de que se puede cambiar? El ser humano, como artesano, puede transformar las acciones con intencionalidades técnicas o de fines. De igual forma, si asumimos también como valedero que “Éste es el campo de conciencia propio del artesano; todos sus esfuerzos por lograr un trabajo de buena calidad dependen de su curiosidad por el material que tiene entre las manos” (Sennett, 2009, p. 151), cabría preguntarnos sobre el material que tiene entre las manos el profesor y la curiosidad sobre este de cara a la educación.
El profesor puede llegar a ser un artesano; él representa el compromiso con lo humano por medio de la cristalización de actuaciones en las que desde su interpretación de los conocimientos y los ideales de la cultura, posibilita la trasformación de los individuos que son confiados a su tutelaje en el marco de los sistemas educativos. Si se mira con detenimiento, y más allá de acepciones románticas, el maestro es un individuo que se atreve a reflexionar curiosamente sobre cómo hacer posible la relación enseñanza-aprendizaje. La conciencia material, de la que hemos hablado en los párrafos anteriores, se encarna en la confianza en que es posible la mediación pedagógica y unos productos que pueden ser observables en términos de actuaciones de los estudiantes, tanto en el campo cognoscitivo como en el estético, el ético y el moral. El profesor es un artesano de la práctica pedagógica en la que se involucran prácticas de diversos tipos.
Siempre en los recuerdos están las imágenes de aquellos buenos profesores que marcaron nuestra existencia. Esos individuos son perpetuados en la memoria por lo que nos enseñaron, especialmente por aquellas actuaciones virtuosas en las que un gesto amable, un consejo a tiempo o unas metodologías nos permitieron aprender existencialmente que el bien es posible en el universo de las desigualdades humanas. Muchos de ellos ni siquiera eran propiamente profesores de educación moral, filosofía o ética, tal vez tenían que ver más con química, matemáticas, ciencias o educación física, pero con independencia de su origen epistémico imprimieron en los estudiantes, de manera artesanal, esa marca indeleble que hace que lo humano sea reproducible. Debe recordarse que cuando hablamos de lo artesanal en modo alguno podemos entender algo improvisado o que es producto del azar; por el contrario, el artesano se constituye mediante un arduo proceso de aprendizaje, desarrolla unas técnicas rigurosas y sobre todo piensa en los fines últimos de lo que hace. La visión del artesano atribulado o asistemático es una conquista renacentista y de la época industrial, periodo en el cual la confianza en lo metodológico y en la racionalidad moderna ilustrada imperó. Así se instauró el reino de la técnica. El artesano es ante todo un hombre de bien que considera su obra como un producto nunca acabado, sino susceptible de trasformación, siempre en relación con el principio de cooperatividad como se vincula a una tradición de conocimiento.
El lugar de las prácticas: el taller
Los profesores son profesionales, es cierto, pero fundamentalmente, por encima de ello, son individuos que ejercitan de forma práctica sus destrezas al permitir la formación de lo humano en los seres humanos, de acuerdo con lo que el orden sociocultural les insinúa como rutas de configuración. Es en este sentido que el profesor es un artesano, y todo artesano se procura un taller. El taller se opone al laboratorio o a la fábrica, donde la producción en serie, la asepsia y el purismo metodológico imperan en los procedimientos para crear algo, al punto que su razón de ser tiene que ver con la calidad procedimental para llegar a un producto final, llevando a olvidar el disfrute de hacer algo simplemente por hacerlo bien. El taller no es solo el lugar