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      The Fight

      © 1975, Norman Mailer

      Todos los derechos reservados

      Dirección editorial: Didac Aparicio y Eduard Sancho

      Traducción: María Antonia Menini

      Diseño: Pablo Martín

      Maquetación: Emma Camacho

      Primera edición en papel: Junio de 2013

      Primera edición digital: Junio de 2020

      © 2020, Contraediciones, S.L.

      c/ Elisenda de Pinós, 22

      08034 Barcelona

       [email protected]

       www.editorialcontra.com

      © 1975-2013, María Antonia Menini, de la traducción

      © Getty Images / Focus on Sport, de la foto de cubierta. Muhammad Alí versus George Foreman en Kinshasa, Zaire, 1974.

      © Getty Images / Fred. R. Conrad, de la foto de Norman Mailer de contracubierta.

      El autor quiere agradecer a Macmillan Publishing Co., Inc. el permiso para citar diecisiete versos del poema «The Congo» de Collected Poems de Vachel Lindsay, © 1914, Macmillan Publishing Co., Inc., renovado en 1942 por Elizabeth C. Lindsay; y a Grove Press Inc. y a Faber & Faber Ltd. el permiso para reproducir un pasaje de El bebedor de vino de palma, de Amos Tutuola, © 1953 George Braziller.

      La cita del discurso de Louis Farrakhan proviene de la grabación «Black Family Day, May 27, 1974», incluido en Seven Speeches, © 1974.

      El pasaje que comienza «No eran enemigos, no eran criminales…» es de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad.

      ISBN: 978-84-18282-17-1

      Composición digital: Pablo Barrio

      Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

Primera parte Los muertos se están muriendo de sed

      1. Indiferencia

       carnal

      Siempre se queda uno atónito al volverlo a ver. No en directo como en televisión, sino de pie ante uno y con su mejor aspecto. Porque el Más Grande Atleta del Mundo corre el peligro de ser nuestro hombre más guapo, razón por la cual no tiene más remedio que entrar en escena la hipérbole kitsch. Los suspiros de las mujeres son perceptibles. Los hombres bajan la mirada. Porque recuerdan de nuevo su poco valor. Aunque jamás abriera la boca con el fin de hacer temblar la jalea de la opinión pública, Alí seguiría inspirando amor y odio. Porque es el Príncipe del Cielo… Eso dice el silencio que se produce alrededor de su cuerpo cuando está iluminado.

      Cuando está deprimido, en cambio, su pálida piel adquiere el color de un café con agua lechosa, sin crema. En el cenagoso aguachirle de su carne se observa el verde enfermizo de una mañana melancólica. En tal caso, no ofrece muy buen aspecto. Esta podría ser una descripción bastante ajustada del aspecto que ofrecía en su campo de entrenamiento de Deer Lake, Pennsylvania, una tarde de septiembre, siete semanas antes de su combate en Kinshasa contra George Foreman.

      Su sparring estaba soso. Peor aún. Se pasaba el rato recibiendo golpes, golpes que normalmente hubiera evitado, ¡y aquello no era propio de Alí! Contemplarle entrenar era un arte que se adquiría a lo largo de los años. Otros campeones elegían a sparrings que pudieran imitar el estilo de su próximo contrincante y, en caso de poder permitirse este lujo, añadían a otro púgil que fuera afable: alguien a quien poder golpear a su antojo y con quien resultara divertido boxear. Alí lo hizo también, pero invirtió el orden. Para la segunda pelea con Sonny Liston, su preferido había sido Jimmy Ellis, un enrevesado artista que no tenía nada en común con Sonny. Como boxeadores, Ellis y Liston poseían estilos tan dispares que no se hubieran podido pasar una sopera el uno al otro sin derramar el contenido. Como es lógico, Alí dispuso también de otros sparrings con vistas a aquel combate. Se me viene a la memoria «Shotgun» Sheldon. Alí se apoyaba en las cuerdas mientras Sheldon le propinaba cien golpes en el vientre: de esta forma entrenaba Alí su estómago y sus costillas con el fin de que estuvieran en condiciones de encajar el martilleo de Liston. Eso lo hacía por deber, pero lo que más le gustaba a Alí era pelear con Ellis como si no le hiciera ninguna falta estudiar el estilo de Sonny, pudiendo derrochar su ingenio y brillo a raudales.

      Los púgiles suelen dedicar en general cierta parte de su período de entrenamiento a consolidar la propia confianza en sus reflejos, de la misma manera que un esquiador corriente, tras una semana practicando el esquí en paralelo, puede empezar a abrigar la esperanza de que parecerá un experto. En los últimos años, sin embargo, Alí solía concentrarse no tanto en la consolidación de su velocidad cuanto en la capacidad de encajar golpes. Una parte de esta habilidad consistía en reducir la fuerza de cada golpe que recibía en la cabeza para después fraccionarla. Eso lo hacen todos los púgiles, es más, un boxeador joven no estaría en condiciones de durar mucho tiempo si su cuello no girara en el instante en que recibiera el golpe, pero parecía como si Alí pretendiera enseñarle a su sistema nervioso a transmitir la señal con mayor rapidez que el resto de mortales.

      Tal vez todas las enfermedades estriben en una ausencia de comunicación entre la mente y el cuerpo. Ello es indudablemente cierto en el caso de una enfermedad tan rápida como es el knock out. La mente ya no puede transmitir ningún mensaje a las extremidades. El límite de esta teoría, expuesta por Cus D’Amato cuando era el entrenador de Floyd Patterson y José Torres, señala que un púgil con auténtico deseo de vencer no puede ser noqueado si ve venir el golpe, porque en tal caso no experimenta ninguna dramática ausencia de comunicación. El golpe puede causarle daño, pero no dejarlo fuera de combate. En cambio, una combinación de cinco golpes en la que cada uno de ellos da en el blanco precipita a cualquier contrincante en la inconsciencia. Por ligeros que sean los golpes, hay premio gordo. La súbita sobrecarga del centro de transmisión de mensajes de la víctima da lugar inevitablemente a aquel alud de confusión que se conoce con el nombre de groggy.

      Ahora bien, parecía como si Alí quisiera llevar esta idea hasta un extremo en el que pudiera asimilar los golpes con mayor rapidez que otros boxeadores, transmitir la sacudida a través de un superior número de partes de su cuerpo o bien encauzarla por el mejor camino, de tal forma que estuviera en condiciones de recibir esta combinación de cinco golpes (¡o de seis o siete!) y de distribuir al mismo tiempo el impacto a cada brazo, cada órgano y cada pierna, logrando de este modo digerir el castigo y conservar la claridad mental. Contemplar a Alí encajando golpes era toda una experiencia. Se apoyaba en las cuerdas y enviaba suavemente la zarpa hacia el sparring como una gata que instara delicadamente a su cría a que se alejara. Después Alí disparaba el guante para que el golpe del contrario rebotara desde el guante a su cabeza y repetía el mismo movimiento desde otros ángulos, como si la segunda mitad del arte de encajar golpes consistiera en aprenderse las trayectorias mediante las cuales los golpes rebotan de los guantes y, sin embargo, te alcanzan; Alí estudiaba constantemente la forma de amortiguar tales golpes o de castigar el guante que los había descargado, elaborando sin cesar la íntima comprensión del cómo atrapar, amortiguar, modificar, burlar, curvar, elevar, desviar, deformar, ladear, inclinar y dar la vuelta a las bombas que llegaban hasta él y hacerlo con un mínimo de movimientos, de espaldas contra las cuerdas y con las manos lánguidamente en alto. Se entrenaba invariablemente siguiendo el guion en el que se le había encasillado como púgil proclive a la extenuación, demasiado cansado como para poder siquiera levantar los brazos en el doceavo asalto de una pelea de quince. Es posible que dicho entrenamiento lo salvara de ser noqueado por Frazier en la primera pelea que ambos sostuvieron, y, desde entonces, Alí lo había venido practicando en todos los combates sucesivos. «¡Deja de jugar!», le gritaban desde su rincón; los jueces puntuaban negativamente su tendencia

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