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las grandes catedrales de Europa fueron construidas sobre antiguos emplazamientos druidas y, tras localizar las columnas de Boaz y Jaquin en los dos extremos del pórtico del templo apocalíptico en la tierra, Trevor Ravenscroft esperaba encontrar siete catedrales sobre dichos emplazamientos. Los druidas creían que los siete chacras no sólo se hallaban en el ser humano, sino también en el cuerpo del planeta. El conocimiento de estos centros telúricos y su funcionamiento, era parte importante de la sabiduría mística. Por esta razón, existe una secuencia de siete oráculos planetarios entre la península Ibérica y Escocia. El oráculo del Sol, el más importante, estaba situado en Carnuntum, entre el Loira y el Eure, documentado por Julio César en De Bello Gallico. Sobre esta gruta de iniciación solar, se construyó la catedral de Notre-Dame, en Chartres. El oráculo de la luna se localizó en Galicia, y, sobre él, se levantó la catedral de Santiago de Compostela. Los oráculos de Mercurio y Venus se situaron en los chacras de la tierra donde actualmente están las ciudades de Toulouse y Orleans, y sobre las grutas druidas en cuestión se construyeron las catedrales respectivas. Además, la catedral de Notre-Dame de París, junto al río Sena, está situada en el antiguo emplazamiento del oráculo de Marte, y la de Notre-Dame de Amiens, sobre el oráculo de Júpiter. Finalmente, la capilla de Rosslyn, originalmente diseñada para convertirse en una gran catedral, se levanta sobre el oráculo de Saturno.

      Parece ser que antes del cristianismo, los peregrinos druidas que veneraban a la diosa de la tierra, viajaron desde Iberia hasta Escocia, pasando por estos oráculos planetarios y de ese modo, sincronizaban los siete chacras humanos con el alineamiento correspondiente de los siete chacras de la tierra. La gran configuración de las dos columnas en cada extremo y las siete catedrales entre ellas, bajo el arco real de las estrellas, no representa un monumento estático. Cada vez que hay un alineamiento de los siete planetas mencionados, el conjunto de columnas y catedrales se aviva creando un aura en forma de arco iris sobre los extremos. El último gran alineamiento se dio el 5 de mayo de 2000 y marcó el principio del «final de los tiempos» descrito por san Juan en su Apocalipsis.

      Dicho alineamiento se dio el mismo año en que astrónomos de todo el mundo informaron al público sobre el descubrimiento de un gran destello de luz en el centro del universo —quizá, el acontecimiento comunicado a las niñas del pueblo español de San Sebastián de Garabandal, cuando el 8 de junio de 1961, fueron testigos de una aparición mariana—. En uno de los mensajes recibidos, María decía que después de un gran acontecimiento de luz y justo cuando la Nueva Jerusalén empezara a vislumbrarse entre el cielo y la tierra, empezarían los grandes desastres vaticinados. Menos de un año y medio después del gran alineamiento del 2000, las dos columnas que simbolizaban el poder económico del mundo fueron derribadas por un ataque terrorista en Nueva York, una señal más antes del cumplimiento de las revelaciones de san Juan y el establecimiento de un nuevo templo espiritual uniendo el cielo y la tierra.

      Conclusiones

      La persecución de los templarios durante la Inquisición obligó a esta orden de caballeros a construir sus iglesias y templos o bien siguiendo una geometría sagrada basada en estrellas de 5, 6 o 7 puntas desplegadas sobre grandes superficies de terreno o bien erigiéndolos sobre antiguos santuarios druidas, llamados «oráculos planetarios» que concentraban las energías telúricas en los chakras (ruedas de energía) de la tierra.

      El diseño templario de unas estrellas sobre el terreno podría corresponder a un lenguaje matemático aún sin descifrar donde esconder su botín de oro, reliquias varias y manuscritos o quizá son estrellas simbólicas del cielo del Nuevo Jerusalén que promete la paz continua y el amor incondicional del dios andrógino. Debajo de este cielo están siete grandes templos distribuidos por España, Francia y Escocia, flanqueados por dos columnas que representan las energías femeninas y masculinas en Escocia y Portugal. Es la representación simbólica del Nuevo Jerusalén prometido después de los acontecimientos apocalípticos descritos en las Revelaciones de san Juan.

      En el capítulo 6 («Las elites del dinero»), me extenderé en explicar como Adam Weishaupt, fundador de la sociedad secreta de los Illuminati de Baviera, recibía ayudas económicas de M. A. Rothschild, creador de la dinastía banquera más poderosa del mundo. Ahora quiero mostrar cómo esta sociedad secreta ha influido directamente en la política y la mayoría de las tragedias históricas de los últimos cien años.

      En la segunda mitad del siglo XVIII, la población de la región de Baviera era de mayoría católica y contaba con una aristocracia ampliamente asentada. La ciudad de Ingolstadt, donde residía Weishaupt, está ubicada en las orillas del Danubio, a unos setenta kilómetros al norte de Múnich. Por entonces, Baviera contaba con más de 25.000 iglesias para 40.000 habitantes, además de 19 conventos y monasterios. En este escenario, el poder de los jesuitas era evidente en todos los lugares y Baviera era un opositor radical a la Reforma. A pesar de este talante religioso, Weishaupt afirmó que el ateísmo, la apostasía y el deísmo eran más frecuentes en Baviera que en cualquier otro lugar.

      Influencia jesuita

      Weishaupt empezó a formar los Illuminati de Baviera cuando era profesor de derecho canónico en la universidad de Ingolstadt. Por entonces estudiaba para hacerse sacerdote jesuita. Sin embargo, cuando en 1773, el papa Clemente XIV prohibió los Illuminati, su disgusto le llevó a romper con la Iglesia católica. Sin embargo, no declinó su interés por la teología jesuita. Otra influencia importante en su vida fue la del mercader Kolmer. Algunos investigadores, como Jim Marrs, sostienen que, en su trayecto a Francia y Alemania, hacia 1770-73, Kolmer se encontró con Cagliostro en la isla de Malta, antigua sede de los caballeros templarios. Al parecer, Cagliostro, el futuro revolucionario francés, se involucró entonces en actividades masónicas, así como también lo hicieron Giovanni Giacomo Casanova (el eterno amante veneciano) y el enigmático conde de Saint-Germain. Habría sido Kolmer quien, en Alemania, transmitiera sus conocimientos secretos a Weishaupt, quien empleó muchos años en trabajar para consolidar los distintos sistemas ocultos en su sociedad secreta, los Illuminati. Marrs argumenta que la adopción del calendario persa por los Illuminati de Baviera evidencia su respeto por los antiguos misterios de Mesoptamia.

      El estudio profundo de los secretos de Kolmer y del conocimiento que poseía de los jesuitas fueron la base para que Weishaupt estableciera una estructura piramidal para sus iniciados, situando a personas claves dentro de los nueve grados superiores. Para sus compañeros de los Illuminati, Weishaupt era conocido por su nombre de iniciación, Espartaco, en memoria del esclavo que lideró la famosa revuelta contra los romanos en el año 73. Según Paul H. Koch, autor del libro Illuminati, Weishaupt se veía a sí mismo como un nuevo héroe rebelde en contra del orden establecido, tanto en el ámbito material como espiritual..., una especie de Lucifer humanizado.

      Por otra parte, Jim Marrs sostiene que Weishaupt estudió las enseñanzas del líder de los Hassasins (los Asesinos), una sanguinaria secta musulmana contemporánea de las cruzadas en Tierra Santa, que recibió este nombre porque, antes de sus hazañas, los miembros solían consumir hasish (hachís) para iluminarse. Probablemente, por esta razón, el mismo Weishaupt consumía este narcótico para alcanzar la «iluminación» durante los rituales de la orden.

      En total, el llamado Rito de los Iluminados de Baviera contaba con trece grados de iniciación. A saber: 1.º) Preparatorio; 2.º) Novicio; 3.º) Minerval; 4.º) Iluminado menor; 5.º) Aprendiz; 6.º) Compañero; 7.º) Maestro; 8.º) Iluminado mayor; 9.º) Iluminado dirigente; 10.º) Sacerdote; 11.º) Regente; 12.º) Mago; 13.º) Rey. Si un miembro llegaba al grado de sacerdote podía asumir los poderes del Estado y debía actuar en consecuencia.

      Hoy es ampliamente aceptado que el sistema interno de los Illuminati de Baviera, copiaba las técnicas jesuíticas de espiar a otros miembros para probarlos y conocer sus debilidades. Denunciarse unos a otros era también otra técnica para asegurarse de que nadie del último escalafón de la orden trabajaría en contra de los demás. En muy poco tiempo, Weishaupt reclutó para su sociedad secreta, a las mejores cabezas de las finanzas, la industria, la educación y la literatura. Utilizó el soborno y el sexo para controlar a los que iban alcanzando posiciones superiores; posteriormente, el chantaje le garantizaba el mantenimiento de este control. En esta etapa, los Illuminati empiezan a utilizar a sus adeptos (los

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