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han visto un ejemplo de «complejidad irreductible») puede explicarse muy bien por una serie de causas bioquímicas y por una historia de adaptaciones y exadaptaciones26 sucesivas, de duplicaciones y de transferencias horizontales de genes, sin tener que apelar a Dios «en» el plano empírico. No por ello la creación ha dejado de tener lugar ni deja de existir un creador. En efecto, Dios es la causa de las causas, Él da a las realidades el ser y el hacerse según sus leyes propias. Veremos a continuación que los diferentes modos de relación entre Ciencia y Teología implican, de hecho, una representación particular del acto creador, de modo que no todas estas representaciones son compatibles con la Teología cristiana de la creación.

      Es curioso constatar hoy que el concordismo no es hoy propiedad exclusiva de los creyentes. Hay numerosos científicos agnósticos o ateos que creen rechazar las verdades de la fe de los grandes monoteísmos en nombre de argumentos sacados de sus disciplinas. Por ejemplo, Stephen Hawking, que no es creyente, estima que la existencia de un modelo cosmológico sin singularidad inicial (sin Big Bang) muestra que no hay necesidad alguna de un Creador27. Actuando así, confunde el concepto metafísico y teológico de creación con el de comienzo físico, natural, del universo, de carácter científico. Ahora bien, la creación, que es una relación metafísica que pone al mundo y lo sostiene en el ser, y que explica así el origen de todo lo existente, no puede reducirse a un proceso físico o a un estado inicial que presupone siempre la existencia de algo (espacio-tiempo-materia u otro estado de donde emergería el espacio-tiempo).

      En otro campo, el célebre descubridor de los lisosomas, el premio Nobel Belga Christian de Duve28, gran adversario del creacionismo y de las formas de concordismo que se hallan en ciertos ambientes antidarwinistas contemporáneos, pretende sin embargo mostrar que «el pecado original no es otra cosa que un fallo inscrito en los genes humanos por la selección natural». Para el célebre médico, los antiguos sabios29 «imaginaron así, para explicar esta tara hereditaria en términos de nociones que les eran familiares, el mito maravilloso de la caída original, situado en el cuadro nostálgico de un paraíso perdido. Y para no abandonarse a la desesperación, han inventado la idea del rescate, del acto redentor que vendría a salvar a la humanidad de su decadencia. Este mito sigue inspirando hoy día las creencias, las esperanzas y los comportamientos de una buena parte de la humanidad». Curiosamente, el acercamiento propuesto por el profesor De Duve no va acompañado de ninguna referencia exegética, adoptando de antemano una especie de lectura literal del Génesis. Pero además de esto, que ya es chocante, está el hecho de que la intención aquí es la de producir directamente en ciencia el significado de un concepto teológico y bíblico. La reducción de la teología a lo biológico plantea una cuestión, pues la teología católica contemporánea, sin menoscabo de la doctrina del pecado original, no está vinculada a una lectura literal del tipo que adopta De Duve. Además, el análisis, muy interesante, de los límites y los peligros consiguientes a la selección natural de rasgos de comportamiento ligados a un beneficio inmediato, en detrimento de los que podrían afirmar la seguridad de la especie humana a largo plazo, no tiene sino una relación muy lejana con lo que constituye el sentido teológico fundamental del pecado original como rechazo de la dependencia de las creaturas respecto al Creador. Se mezclan aquí dos discursos cuyo alcance y significado no se sitúan en el mismo registro de conocimiento. No estamos diciendo que el análisis del Premio Nobel no tenga nada que ver con la Teología. Decimos, en realidad, que, en este caso, su método confunde pura y simplemente dos niveles de discurso que conviene mantener distintos, lo cual constituye un error desde el punto de vista epistemológico30.

      Confundiendo los niveles de discurso de la Teología y de la Ciencia, estos científicos llegan a veces a identificar de manera natural los objetos de estas disciplinas: Dios y el cosmos. Así, desde un punto de vista ontológico, su posición confina a menudo con la del panteísmo, en un estilo cercano a Espinoza. Estos no admiten una verdadera trascendencia, sino que para ellos, esta expresa simplemente el carácter inagotable y la riqueza insondable, por otra parte real, de la inmanencia. Hawking declara así, coherentemente,

      Sin embargo, si descubrimos una teoría completa, debería ser comprensible en sus grandes líneas para todo el mundo, y no solo para un puñado de científicos. Entonces, todos nosotros, filósofos, científicos e incluso la gente de la calle, seremos capaces de tomar parte en la discusión acerca de por qué existimos el universo y nosotros. Si hallamos respuesta a esta pregunta, será el triunfo último de la razón humana y entonces conoceremos la mente de Dios31.

      El prologuista de Hawking, Carl Sagan, tiene razón cuando dice, a propósito del libro de donde está tomado este pasaje: «es también un libro sobre Dios… o quizá sobre la ausencia de Dios»32. En efecto, el Dios del que se trata aquí es el Deus sive Natura, un Dios que, como el que Einstein invocaba a menudo, se identifica con el gran todo, con la totalidad inmanente de lo que existe. Pero entonces ya no hay apenas razón para convocar a Dios y el panteísmo del físico se convierte ipso facto en una forma evolucionada de materialismo.

      Se constata lo mismo en Cristian de Duve. El premio Nobel de Medicina, profesor emérito de la Universidad Católica de Lovaina, se distancia sin dudar del cristianismo, aun cuando le conserva una cierta simpatía y aprecia su dimensión moral. Él confiesa: «el Dios de la Biblia sigue radicado en la ilusión engañosa de un antropocentrismo que toma sus deseos por realidades. Hay que invertir la frase bíblica […]. Es el hombre quien ha creado a Dios a su imagen»33. Rechazando explícitamente definirse como ateo, confiesa:

      Me es difícil suscribir aun siquiera la noción de un Dios antropomórfico. En mi opinión, tenemos que «despersonalizar» a Dios, tal como la nueva física nos dice que hay que «desmaterializar» la materia. Para mí, en nuestro lenguaje no hay mejor término para designar a la entidad que emergerá de ello, que el de «realidad última»34.

      Para De Duve, la realidad última es el fundamento de la belleza, del bien, del mal y del amor, que son como facetas de la realidad que emergen en el nivel de la vida humana. En realidad, De Duve es mucho más coherente que Einstein y Hawking, pues, habiendo vaciado a Dios de su carácter personal, no siente ya siquiera la necesidad de usar el término mismo de Dios, contentándose con referirse a la «realidad última».

      El concordismo es un obstáculo importante y real en el diálogo entre creyentes y científicos que no pertenecen a una confesión determinada. Es importante comprender a estos últimos, que a menudo nos piden respeto a la verdad científica y a sus límites epistemológicos. El científico católico ofrecerá un testimonio de la verdad rechazando, aun bajo el impulso de un gran celo apostólico, deslizarse por la pendiente resbaladiza de los acercamientos arriesgados porque son demasiado inmediatos, es decir, están desprovistos de mediación, entre su ciencia y su vida.

      Desde este punto de vista, conviene mantenerse muy críticos respecto a afirmaciones como las del premio Nobel de Física 2006 Georges Smoot, quien, a propósito de la imagen de la radiación cosmológica de microondas (C. M. B.)35, cuyas anisotropías había observado y analizado magistralmente, declaraba36: «If you’re religious, it’s like seeing God [Si eres religioso, es como ver a Dios]». Si bien Smoot lo ha dicho de manera probablemente metafórica o sin darle una importancia realmente filosófica, el hecho es que su declaración ha sido ampliamente difundida por la prensa:

      Stephen Maran, editor de la Astronomy and Astrophysics Encyclopedia, ha dicho: «Es como el Génesis». La conmoción llegó al colmo con un titular de Newsweek que decía: «La escritura de Dios». Estas analogías con la creación han difundido ampliamente la noticia de nuestros descubrimientos y han provocado discusiones37.

      Para el cristiano, el rostro de Dios es el del Emanuel, Cristo, el Dios hecho hombre. En la creación, la imagen de Dios no es la C. M. B. o una sofisticada propiedad del universo físico; es el ser humano, del que la Escritura dice justamente que fue «hecho a imagen de Dios». La maravillosa imagen de la radiación del fondo cósmico proporcionada por el satélite COBE puede cantar la gloria de Dios, puede incluso invitar, conducir al físico a la adoración y a la oración, pero no constituye en ningún caso una «visión de Dios» ni su imagen. Es interesante volver a la distinción entre «imagen» (repraesentatio imaginis) y «huella» o «vestigio» (repraesentatio vestigii) que nos ofrece Santo Tomás en la Suma Teológica y que corresponde a dos formas con las que un efecto puede

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