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tan significativos, favoreciendo un auténtico progreso de toda la humanidad»11, como afirma Juan Pablo II en Fides et ratio.

      La búsqueda de la verdad es lo propio de todo hombre. Para el cristiano, esta búsqueda constituye una exigencia que ocupa un lugar de elección en su vida de fe. Está llamado a perseguir esta búsqueda en la humildad y la caridad. La elección de los temas de su búsqueda, así como el modo de llevarla a cabo, los métodos puestos por obra, el rigor experimental de las medidas, así como el análisis de los resultados son lugares donde la elección de la verdad es importante. Es difícil hacer aquí un estudio detallado de ello, pues la metodología depende a menudo del campo de investigación. Será diferente según se trabaje en un campo teórico o experimental, en matemática, en química, en física o en biología. El diálogo con los pares puede revelarse útil para estimar la validez de los trabajos realizados. La sumisión humilde y constructiva al juicio de los pares es esencial en la vida del investigador y en el desarrollo correcto de la ciencia. Confrontar el juicio con otros científicos es una experiencia que hace crecer al investigador en humildad y que le ofrece reforzar su confianza en sus colegas. Este confrontarse le ofrece también la posibilidad de tomar conciencia de que no es la medida de la verdad, y que esta le supera infinitamente. El aislamiento de un investigador frente a la comunidad científica es, por lo demás, la fuente de desviaciones nefastas para el progreso del conocimiento y entraña, con frecuencia, una pérdida del sentido de verdad y un descenso en la calidad de los trabajos.

      La comunidad científica posee una deontología, especialmente en la difusión de los resultados que implican por parte del investigador honradez intelectual, rigor y desinterés. Ciertamente puede haber desviaciones, como por ejemplo, seleccionar datos interesadamente, falsificarlos, no reconocer contribuciones de otros, plagiar, etc.12

      Entre los obstáculos a esta búsqueda de la verdad está también el peligro del orgullo. Fides et ratio menciona que «no se puede recorrer con el orgullo de quien piense que todo es fruto de una conquista personal»13.

      Los científicos, ante los numerosos resultados adquiridos por la ciencia, pueden sentirse tentados por el orgullo y el sentimiento de omnipotencia. Es quizá en el campo de la biología y de la manipulación de la vida donde los riesgos parecen mayores, campo en el que las cuestiones de la bioética representan una puesta en juego importante. Tenemos el ejemplo reciente del profesor coreano Hwang, quien anunció que había logrado clonar seres humanos, solo que a partir de resultados trucados. Es interesante ver, sin embargo, cómo fue rápidamente denunciado por la comunidad internacional.

      Existe también el riesgo de utilizar la investigación con fines puramente utilitaristas por el dinero que pueda proporcionar, sin preocuparse por el bien del hombre. Este riesgo puede estar vinculado no solo a un deseo personal de enriquecerse, sino a la necesidad, en ciertos ambientes, de tener los medios financieros necesarios para llevar a cabo las investigaciones y estar suficientemente a la cabeza en un campo particular. Esto plantea la cuestión de la búsqueda de financiación a la que muchos investigadores deben consagrar una buena parte de sus energías. Naturalmente, esta es necesaria; sin embargo, no puede buscarse a cualquier precio ni en detrimento de una cierta ética. Puede darse también la tentación del «éxito por el éxito» en un contexto sumamente competitivo. La carrera por los resultados, en un contexto semejante, puede llevarse a cabo en menoscabo de la investigación misma, conduciendo a manipulaciones y desviaciones. Por último, está la cuestión de la utilización de los resultados científicos, de la que hablaremos más tarde14. Notemos que la carrera al descubrimiento que tiene como motivación la búsqueda de la verdad no es negativa en absoluto. Quien dirige un laboratorio sabe cuán excelentes pueden resultar como estímulos la emulación y el espíritu de competencia. No es malo querer ser el primero en descubrir un nuevo fenómeno o demostrar un teorema difícil. Nuestra crítica apunta aquí a una carrera que no tendría como fin la verdad científica, sino únicamente los efectos de este descubrimiento: el deseo de brillar a toda costa o de aplastar a los competidores, incluso aumentar un ranking, sin considerar la profundidad intelectual.

      En Fides et ratio hallamos diversas advertencias a este respecto:

      En el ámbito de la investigación científica se ha ido imponiendo una mentalidad positivista que no solo se ha alejado de cualquier referencia a la visión cristiana del mundo, sino que, y principalmente, ha olvidado toda relación con la visión metafísica y moral. Consecuencia de esto es que algunos científicos, carentes de toda referencia ética, tienen el peligro de no poner ya en el centro de su interés la persona y la globalidad de su vida. Más aún, algunos de ellos, conscientes de las potencialidades inherentes al progreso técnico, parece que ceden, no solo a la lógica del mercado, sino también a la tentación de un poder demiúrgico sobre la naturaleza y sobre el ser humano mismo15.

      Desde mi primera Encíclica he señalado el peligro de absolutizar este camino, al afirmar: « El hombre actual parece estar siempre amenazado por lo que produce, es decir, por el resultado del trabajo de sus manos y más aún por el trabajo de su entendimiento, de las tendencias de su voluntad. Los frutos de esta múltiple actividad del hombre se traducen muy pronto y de manera a veces imprevisible en objeto de «alienación», es decir, son pura y simplemente arrebatados a quien los ha producido; pero, al menos parcialmente, en la línea indirecta de sus efectos, esos frutos se vuelven contra el mismo hombre; ellos están dirigidos o pueden ser dirigidos contra él. En esto parece consistir el capítulo principal del drama de la existencia humana contemporánea en su dimensión más amplia y universal. El hombre por tanto vive cada vez más en el miedo. Teme que sus productos, naturalmente no todos y no la mayor parte, sino algunos y precisamente los que contienen una parte especial de su genialidad y de su iniciativa, puedan ser dirigidos de manera radical contra él mismo»16.

      Para estar en consonancia con la palabra de Dios es necesario, ante todo, que la filosofía encuentre de nuevo su dimensión sapiencial de búsqueda del sentido último y global de la vida. Esta primera exigencia, pensándolo bien, es para la filosofía un estímulo utilísimo para adecuarse a su misma naturaleza. En efecto, haciéndolo así, la filosofía no solo será la instancia crítica decisiva que señala a las diversas ramas del saber científico su fundamento y su límite, sino que se pondrá también como última instancia de unificación del saber y del obrar humano, impulsándolos a avanzar hacia un objetivo y un sentido definitivos. Esta dimensión sapiencial se hace hoy más indispensable en la medida en que el crecimiento inmenso del poder técnico de la humanidad requiere una conciencia renovada y aguda de los valores últimos. Si a estos medios técnicos les faltara la ordenación hacia un fin no meramente utilitarista, pronto podrían revelarse inhumanos, e incluso transformarse en potenciales destructores del género humano17.

      Esta actitud no es, evidentemente, propia de todos los científicos. También es cierto, como veremos a continuación, que hoy día el vínculo entre lo que está en juego en la investigación científica y la ética se tiene cada vez más en cuenta, especialmente en los comités de ética. Pero la cuestión de la búsqueda de la verdad en las actividades científicas, cada uno puede y debe planteársela en el nivel de la responsabilidad personal.

      Ciencias y teología en la vida cotidiana del científico creyente

      Cuando reflexiona sobre su práctica de investigación o sobre el contenido de su enseñanza, o cuando discute con sus estudiantes o sus colegas, el científico cristiano se enfrenta con frecuencia a discursos sobre el universo, la vida, el hombre, sus orígenes, su sentido, su valor, etc., que mezclan consideraciones unas veces técnicas, otras filosóficas, a veces incluso teológicas. Si bien es cierto que los artícu-los científicos evitan metodológicamente las cuestiones filosóficas o religiosas, no lo es menos que tales cuestiones emergen con frecuencia en las discusiones, a veces animadas, a propósito de estos artículos. Por ejemplo, un físico, mientras se toma su café con algunos colegas de un gran centro de investigación, considera que su trabajo matemático sobre modelos cosmológicos sin singularidad inicial (Big Bang) es muy importante… «porque muestra la inutilidad del concepto de creación». A la salida de su clase, un biólogo interpela a su colega, que sabe es cristiano, diciéndole que acaba de tener un curso sobre las mutaciones de los genes arquitectos y sus

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