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en Occidente, debo reconocer que las injusticias han superado aquel equilibrio que creía que existía o tal vez lo soñé.

      Vuelve a mi recuerdo nuevamente el cansancio moral de Tolerancia 0 y creo que es momento de empezar a releer a José Ingenieros, a quien recurrí en numerosas oportunidades hace ya algunos años, cuando no encontraba la paz necesaria para seguir avanzando.

      Me refiero aquí a su obra Las fuerzas morales, ya que parece que nada ha cambiado y todo lo por él sostenido tiene una real vigencia. Lo hablo con Ethel, mi terapeuta, que siento que me acompaña y me comprende y que, desde su lugar, me ofrece o me plantea miradas distintas a las mías, a veces tan crueles que me duelen y que quisiera no escuchar. Muchas veces siento que en nuestro trabajo, sin proponérnoslo, hemos ido adelantando el tiempo de algunos sucesos. ¿Cuántas veces me ocurrió estar atravesando vivencias que repentinamente se presentaron ante mí y en esas circunstancias recordaba nuestras conversaciones?

      En vuelo

      Desde este momento estoy escribiendo estas líneas a no sé qué altura del planeta Tierra. Acabo de prender mi minitablet, desconectar el modo avión, y entonces es como si iniciara “su uso legal” por los cielos y por primera vez, ya que por cierto, la tablet fue declarada como corresponde a su estirpe y a su dueña en la oficina correspondiente del aeropuerto de Ezeiza en la que le otorgaron identidad, sin fecha de vencimiento, así me lo dijeron los agentes de la Afip o aduaneros. Se entiende que estoy volando rumbo a Fortaleza, Brasil.

      Bueno, es tan pequeña la tablet que la uso con uno o dos dedos, lo que me retrocede a los 18 años cuando hice un curso para aprender a escribir a máquina, en las famosas Academias Pitman que tenían sucursales por todos lados. Si bien lo completé, nunca logré adquirir la habilidad que exigían en cuanto a velocidad de escritura por minuto, pero a mí igual me sirvió porque cuando debía copiar un texto no tenía que estar al mismo tiempo mirando el teclado.

      Esa academia era el lugar por el cual no podíamos de dejar de pasar los que, como yo, pretendíamos ir a la facultad y trabajar al mismo tiempo, no era una habilidad que podíamos aprender en la escuela secundaria, por cierto distinto de hoy en que les enseñan computación, sino que la mecanografía era algo extra y además costoso.

      En esa época creo que no había siquiera máquinas eléctricas, por lo menos en la Argentina y que yo lo supiera (1969), y aquí —necesariamente enlazo— los vertiginosos cambios que hemos vivido los de mi generación pre–post–espacial, lo que acabo de inventar, porque nacimos antes de que el hombre llegara a la Luna y ahora la humanidad toda está conectada por satélites y algunos estudian o ya planifican vacaciones en el espacio.

      Me parece maravilloso y mágico esto de escribir en un avión, lo único que me molesta en este momento es no tener una mejor visión, ya que acabo de hacerme anteojos nuevos y no voy muy bien con la adaptación. Veremos qué pasa, ¡¡ja, ja, ja!! Qué redundancia.

      Estuve pensando en estos días que este libro va a estar especialmente dedicado a todos mis afectos, porque con seguridad cada uno va a reconocerse en algún lugar y pienso que ello ocurrirá, sea que los nombre en forma directa o no. Lo que anticipo aquí es que en mi dedicatoria, si llegara a nombrarlos, necesariamente lo sería por orden alfabético porque no quisiera que pudiera medirse mi cariño por el momento de las apariciones de sus personas en estas líneas. ¡Pero no se ilusionen, afectos! Todavía no sé si confeccionaré esa lista.

      A partir de ahora en que veo el ocaso del día por la ventanilla del avión, Tolerancia 0 tratará de descansar, iniciará un tratamiento antienvejecimiento del alma y del cuerpo para regresar renovada junto a los suyos en el tribunal. Por supuesto, guardó en la valija todas las posibles excarcelaciones, libertades domiciliarias y condicionales, no sea cosa que algún malo intente en su ausencia aprovecharla para lograrlas. Ha sucedido en la Justicia en algunas ferias.

      Bueno, aquí suspendo, están comenzando a servir una merienda y no me la quiero perder, en un ratito arribamos a destino.

      Un placer el vuelo, el recibimiento, los momentos cariñosos y ahora nuevamente volando hacia Buenos Aires.

      Ya de regreso

      Pensé en estos días que transcurrieron que iba a escribir, pero no lo hice, y no tengo claro si me faltó inspiración o en realidad no tuve muchas oportunidades. Escuché por ahí que alguien decía que no siempre se podía escribir y en eso acuerdo, además no quiero transformar esta actividad en un relato diario ni quiero que ella se transforme en una obligación, sino en una situación de placer personal, algo muy agradable y gracioso al mismo tiempo.

      Muchas comparaciones resultaron inevitables durante el viaje, referidas a las costumbres, los hombres, las mujeres, los estilos, los no estilos, la riqueza y la pobreza. No sé por dónde empezar, pero como gorda psicológica comienzo por la obesidad. Es brutal la cantidad de personas excedidas de peso que estuve viendo y lo más grande para mí es que me parece que a ellas no les importa.

      El primer día en que fui a la piscina al ingresar al solárium creí equivocarme de espacio porque estaba en un “ballenato”. Yo, Tolerancia 0, con mis actuales dos kilos de más a cuestas y casi como peleada con lo que me devuelve el espejo, descubrí la indiferencia de la gente en relación con la armonía de los cuerpos y percibí mucha alegría en ellos, no obstante, esto también ocurrió cuando fui a la playa y me cuesta creerlo.

      En el desayuno en el hotel parecía que todos los días asistía a un concurso de quién comía más y estaba más gordo. Me causa risa contarlo de esta manera, tal vez resulte antipático, pero la verdad es que me resultó sorprendente y me acordaba todas las mañanas de un programa de televisión que conducía Andrea Frigerio en el que hacía “un concurso” que era de canto y lo anunciaba con una gran simpatía.

      Los argentinos, me parece que en general, somos más cuidadosos o disimulamos más en ese aspecto, y la comparación que hago con los brasileños resulta de personas del mismo o parecido nivel social y no la hago peyorativamente, como me diría un colega, no es un asunto de discriminación, sino de descripción.

      Otro tema llamativo fue la estrechísima vecindad entre la riqueza y la pobreza. Dando un paseo por la ciudad de Fortaleza, pasé por el frente del edificio blindado en el que la famosa Xuxa tiene un piso de 900 metros cuadrados y cruzando la calle, muy angosta por cierto, en la vereda de enfrente comenzaba un barrio de emergencia y en la misma cuadra, los vecinos se veían todos sentados en sus vereditas, de 1, 50 metros de ancho conversando y bebiendo, mientras los chicos jugaban a su alrededor.

      Este contraste, sin llegar al extremo del anterior es constante y persistente en toda la ciudad. A grandes edificios de departamentos se contraponen negocios pequeños de dos por dos, en los que se venden “cinco cosas”, por decir algo y algún ambiente aledaño en el que, en vez de camas, se aprecian las hamacas colgantes que usan para dormir y esta convivencia entremezcla, a los que solo tienen un short y un par de ojotas y a aquellos que visten bien y que solo se los ve en los hoteles o ascender y descender de sus autos, ingresando a sus edificios de departamentos custodiados. Esto lo conversaba a menudo con Enrique, mi hermano.

      Son como dos mundos insertos en una misma ciudad, por cierto distinto a nuestro país, en el que los barrios, en general, mantienen un estilo propio, sea por sus construcciones o el nivel económico parecido de sus vecinos.

      Siguiendo con las percepciones, en Brasil lo que nos llamó la atención, y lo comentamos con mi marido, es la cantidad de personas que están para “cuidar”, aunque no se sabe bien qué o cuál sería el objeto de su desvelo, por decirlo de alguna manera, pero que pasan horas y horas, sentados o parados en muchos lugares de la ciudad, expectantes.

      Se diferencian del resto por llevar una camisa con un holograma y a ellos sería aplicable ese concepto que me resultó tan gracioso que me transmitió mi amiga Liliana, en realidad era el concepto de un juez de la Corte que consideraba a su custodia como una persona que ejercía “un ocio remunerado”.

      En este caso me imagino que estos hombres son verdaderos exponentes de un “ocio–subremunerado”, de acuerdo a como están las cosas allí.

      A veces veía a jóvenes o personas mayores sentadas en cualquier

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