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y mientras practicaba recuerdo que Lupita, mi perra, lloraba como si entendiera de qué se trataba.

      Noche funesta

      Estuve en estos días pensando en una cena que compartí entre colegas despidiendo a uno de ellos, que se retiró de la Justicia hace poco y la verdad es que, en ese evento, estuvieron presentes personas que hubiera deseado no ver, me provocan náuseas.

      En el país, la violencia física y moral ha escalado grandemente, y ya me resulta difícil la conversación con personas que antes no me ofrecían fastidio alguno. Después de la cena esa noche, en la que vi a muchos fanáticos compartiendo mesas tuve pesadillas horribles, soñé con secuestros, con un suicidio que no sé si se concretó porque pretendía realizarse en mi presencia y la visión resultaba tan fuerte que me desperté, en otro tramo soñé que conducía un automóvil con exceso de velocidad, por calles raras, de piedras azuladas, con curvas y muy escabrosas.

      Me preguntaría luego mi terapeuta qué interpretaba desde lo manifiesto de ese sueño y, bueno, le dije que no tenía dudas de que ello fue por haber visto a aquellos funestos personajes que evidentemente, avivaron recuerdos dolorosos de hechos recientes como la muerte de Alberto Nisman u otros tan remotos de más de treinta o cuarenta años, episodios que vinculan la política, la justicia, el terrorismo de Estado y el otro, del que parece que no se puede mencionar en esta época, como no sea entre amigos.

      En fin, el tema de las muertes, que no son solo físicas, sino que también pueden ser espirituales y ello así lo concibo porque algunas se vinculan a mis propios ideales.

      Más allá del orgullo que siento de haber hecho las cosas bien, hoy sufro la decepción como tantos otros amigos, de pensar que no alcanzó todo el esfuerzo realizado para tanta maldad que nos rodea.

      Tolerancia 0 está harta de la soberbia, la codicia, la envidia y las consecuencias trágicas de las conductas inspiradas en ellas, a veces hasta de modo inconsciente quiero creer, porque si así no fuera, ya se trataría del triunfo de la maldad por sobre la bondad, y me resisto a pensar aún en el fracaso de la humanidad pese a todo.

      Amalia

      Hoy es 1 de mayo, mi mamá festejaría su cumpleaños, siempre me acuerdo de ella y le doy gracias a Amalia Argentina, porque así se llamaba, por haber nacido en este país, que me haya dado la vida y por haberme transmitido sus genes.

      Si de algo estoy segura es de que de ella heredé la capacidad para la docencia que creo tener y de lo que me he vanagloriado siempre, producto de haber sido profesora durante trece años en la Facultad de Morón, sin queja alguna, sino todo lo contrario. También sospecho haber heredado su creatividad. Es que para mí, en su desempeño laboral, esta condición de Amalia salió a la luz.

      Ella tuvo la idea de transformar viejos vagones de tren en aulas para poder educar a más chicos. Yo tendría ocho años y recuerdo que ella logró acondicionar tres o cuatro vagones por lo menos y que me llevó a ver las tareas que se hicieron sobre estos y luego a la inauguración oficial de la ampliación de la escuela, en la que era directora, en El Palomar, ceremonia a la que concurrieron personas de la Fuerza Aérea Argentina que la habían ayudado en aquel original emprendimiento.

      Esto fue hace ya más de 55 años y me imagino hoy que aquello fue absolutamente novedoso y tan particular como algunas cosas que hice yo en esta vida.

      Una vez me decidí a llamar al director de Prensa de esa fuerza para pedirle que un avión transporte elementos que, con amigos, habíamos juntado en Buenos Aires para llevarlos a hogares de niños de la provincia de Corrientes, petición a la que accedió, yendo un grupo de personas que habíamos trabajado en ese proyecto en un avión Hércules, que llenamos con las donaciones.

      Seré honesta al respecto, el dato de que el director de Prensa de la Fuerza Aérea Argentina era un hombre accesible lo recogí de una amiga que, a su vez, lo obtuvo de un modo casual. Cuando lea estas líneas ella lo recordará con una amplia sonrisa.

      Ahora, para lograr la atención del comodoro Reta, así se llamaba, invoqué mi cargo de presidente del Tribunal en lo Criminal Federal nro. 4 de San Martín, lo que era cierto, sin embargo cuando atendió el llamado telefónico inmediatamente le manifesté que lo llamaba por algo personal, que no tenía que ver con la Justicia, sino que se relacionaba con la tarea de un grupo de amigos solidarios y como se notó que no tenía mucho tiempo me preguntó gentilmente, como yendo al grano, ¿qué necesita?, y mi inmediata respuesta fue UN AVIÓN y, entonces, muy amablemente me dijo que sí y me indicó a quién debía dirigirme para materializar el pedido y fue así como, al poco tiempo, nos encontramos a bordo de un Hércules con Roxana, Beatriz, Soledad, María Eugenia, y otros amigos felices de poder realizar nuestro objetivo, viendo el aterrizaje en el aeropuerto de Corrientes algunos de nosotros desde la cabina de la tripulación. Diría Roxi: “soñado”.

      Demás está decir que las anécdotas vinculadas a nuestro trabajo solidario y este viaje fueron maravillosas, como las de los otros trece viajes anteriores que habíamos realizado a Corrientes, para lo cual contamos con el apoyo de la Prefectura Nacional Argentina.

      En este caso, sus autoridades tenían una mayor afinidad conmigo, en razón de que cubrían la seguridad de los dos tribunales federales en los que ejercí mi cargo de jueza y por ello me trataban regularmente y entonces, los traslados de nuestras donaciones en camiones de esa fuerza resultaban muy fluidos, y ahí aprendí algo sobre las capacidades del semi, que hizo uno de nuestros viajes a Corrientes. Aclaro, por si alguien pensara o piensa que podría haber habido un desvío de fondos públicos, que esos viajes no eran gratuitos, nuestro grupo aprovechaba alguna diagramación de los propios de alguna actividad de esa fuerza y a su vez colaboraba en la provisión del combustible y en el gasto que originaba el traslado del personal que afectaban. De otra parte, siempre viajábamos simultáneamente varios de nosotros para realizar la distribución e instalación de los elementos que se enviaban y para compartir esos días solidarios junto a los chicos.

      Y, a propósito de camiones, un buen día contratamos uno de modo particular, para acercar nuestros paquetes hasta las instalaciones de la Gendarmería Nacional, que tampoco se salvó de nuestras garras y así fue como, junto a su conductor, concurrí a la sede central de aquella, para hacer el despacho de nuestra grandiosa y preciosa carga, y cuando un hombre de la guardia me requirió información acerca de mi presencia en ese lugar, muy suelta de cuerpo y desde la altura de mis estiletos señalé y di precisión acerca de los motivos y del camión en el que había arribado, del que solo un minuto antes supe que se trataba de un Mercedes Benz 1114, cuando por curiosidad se lo pregunté al chofer, como para tener alguna conversación.

      Mi mamá, ya estaba muy viejita para la época de estas andanzas y me protestaba porque trabajaba mucho en esa actividad, clasificando y empaquetando las cosas, convirtiendo lugares de mi departamento en depósitos hasta la concreción de los viajes, los que disimulaba lo más que podía para no desarmonizar la casa, tarea en la que estábamos comprometidos toda la familia, me refiero a Daniel, mi papá, Lula que tendría menos de 8 años y también Sandra o Alicia, empleadas de mi casa, y cualquier amigo o pariente que llegara cuando estábamos haciendo esas tareas, nadie se salvaba de colaborar de una manera u otra, ni siquiera los contadores amigos ni los clientes de mi marido, tampoco los vecinos.

      Pero no solo yo hacía esto, “todos los del grupo” teníamos vecinos, parientes, conocidos, amigos y nadie se salvaba, todos improvisamos en nuestras casas aquellos depósitos y además en galerías, quinchos y balcones habíamos montado talleres donde cosíamos, pintábamos y acondicionábamos todas las cosas que recibíamos, para luego llevar a los hogares, incluso hicimos ferias americanas para recaudar dinero para comprar directamente en Corrientes alimentos perecederos.

      Trabajábamos tan bien, tan contentos con cada aporte solidario, que gozábamos al imaginar las caras de los chicos y también las de sus cuidadores, recibiendo lo que habíamos preparado con tanto amor y dedicación.

      Nuestra experiencia fue hermosa y creativa, duró como siete años que no pudieron ser consecutivos a causa de algunas grandes inundaciones que se produjeron en el Litoral y tuvo un final, como casi todo en esta vida.

      Otro día voy a profundizar en este tema, porque si bien

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