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y todos nos volvimos hacia la puerta esperando a que Molly apareciera. Cuando lo hizo, inclinó la cabeza hacia Nightingale para indicar que la llamada era para él.

      Nosotros le seguimos a una distancia prudente con la esperanza de escuchar la conversación.

      —Sabía que tendría que haber prestado más atención en las clases de tecnología —dijo Lesley.

      Ya estábamos en el descansillo cuando Nightingale nos llamó para que bajáramos. Le encontramos con el teléfono en la mano y una expresión de completo asombro reflejada en el rostro.

      —Ha llegado una denuncia sobre un mago solitario —dijo.

      * * *

      El mago solitario y yo nos quedamos mirándonos el uno al otro con una incomprensión compartida. Él se preguntaba por qué demonios había un agente de policía sentado junto a su cama y yo me preguntaba de dónde narices había salido este tipo.

      Se llamaba George Nolfi y era un hombre blanco, con un aspecto normal y corriente, de unos sesenta y pico años (sesenta y siete según mis notas). El pelo le clareaba, pero seguía siendo castaño en su mayoría, tenía los ojos azules y un rostro que evidentemente se había decantado por una vejez cadavérica y no por unos buenos carrillos. Llevaba las manos vendadas desde las muñecas hasta abajo, de manera que solo mostraba las puntas de los dedos —en ocasiones las ponía hacia arriba y se las examinaba con una expresión de auténtica sorpresa en el rostro. Mis notas decían que había sufrido quemaduras de segundo grado en las manos durante el «incidente», pero que nadie más había resultado herido, aunque se había atendido a varios niños por el shock.

      —¿Por qué no me cuenta lo que ha ocurrido? —pregunté.

      —No me creería —dijo.

      —Hizo que una bola de fuego apareciera de la nada —dije—. ¿Ve? Sí le creo, esta clase de cosas ocurren todo el rato.

      Se me quedó mirando con cara de tonto. Nos ocurre mucho, incluso con gente que tiene cierta experiencia con lo sobrenatural… No, ni de coña, nos pasa con gente que es sobrenatural.

      Venía de Wimbledon y era perito. No estaba en nuestra lista de los Pequeños Cocodrilos. De hecho, había ido a la Universidad de Leeds y el apellido Nolfi no aparecía en las listas de la antigua escuela de Nightingale ni de La Locura. Y aun así había conjurado una bola de fuego en el salón de la casa de su hija —lo habían grabado todo con una cámara de vídeo.

      —¿Lo había hecho ya antes? —pregunté.

      —Sí —respondió—. Aunque la última vez era pequeño.

      Lo apunté. Nightingale y Lesley seguían registrando su casa en busca de libros sobre magia, focos de vestigium, lacuna, ídolos y espíritus malignos. Nightingale me había dejado claro mi trabajo: determinar, primero, lo que había hecho el señor Nolfi; segundo, por qué lo había hecho; y, por último, por qué sabía cómo hacerlo.

      —Era la fiesta de cumpleaños de Gabriella, mi nieta —dijo—. Es una niña encantadora pero, como tiene seis años, es un poco traviesa. ¿Tiene usted hijos?

      —Todavía no.

      —Una habitación llena de niñas de seis años en masa puede ser un panorama abrumador, así que puede que cogiera fuerzas con más jerez del que era mi intención —dijo—. Hubo un problema con la tarta.

      Incluso peor, las luces ya se habían apagado, anticipando su entrada, y las velas estaban encendidas; todo acompañado por un coro de «Cumpleaños Feliz (chúpate la nariz)».

      Así que al señor Nolfi, el abuelo, le ordenaron que mantuviera entretenidas a las niñas mientras se solucionaba el problema.

      —Y me acordé del truco que solía hacer cuando era pequeño —dijo—. En ese momento me pareció una buena idea. Conseguí su atención, algo que no es fácil de hacer, ¿sabe? Me subí las mangas y dije la palabra mágica.

      —¿Cuál era la palabra mágica? —pregunté.

      —¡Lux! —dijo—. En latín significa luz.

      Pero claro, yo eso ya lo sabía. También es la primera forma que aprende un aprendiz de mago con formación clásica. Le pregunté al señor Nolfi qué esperaba que hubiera ocurrido.

      —Solía ser capaz de hacer una bola de luz de colores —dijo—. A mi hermana le divertía.

      Con un poco de insistencia me reveló que solo conocía ese hechizo y que había dejado de hacerlo cuando lo mandaron al colegio.

      —Mi escuela era católica, así que veían con malos ojos las incursiones en lo oculto… Las incursiones en general, para ser sinceros —dijo—. El director creía que si ibas a hacer algo, debías hacerlo hasta el final.

      Me dio algunos detalles del colegio, pero me advirtió que había cerrado a finales de los sesenta por un escándalo.

      —El director metió la mano en la caja —dijo.

      —Entonces, ¿de quién aprendió usted este truco de magia? —pregunté.

      —De mi madre, por supuesto —respondió el señor Nolfi.

      * * *

      —De su madre —dijo Nightingale.

      —Eso es lo que dice él —indiqué.

      Estábamos todos en lo que llamábamos el Comedor Privado, comiendo… Para ser sincero, no sabíamos el qué porque Molly estaba experimentando otra vez. Pata de cordero, según Lesley, guisada con algo que parecía pescado, posiblemente anchoas, posiblemente sardinas, y dos cucharadas de puré de… Yo dije colinabo, pero Nightingale insistió en que al menos una de ellas era chirivía.

      —Creo que no deberíamos comer cosas que no sepamos qué son —dijo Lesley.

      —No fui yo el que le compró el libro de Jamie Oliver por Navidad —señalé.

      —No —dijo Lesley—, tú eres el que quería comprarle el de Heston Blumenthal.3

      Nightingale —entrenado desde muy pequeño en comer lo que le pusieran delante, como indicó—, lo devoró con entusiasmo. Dado que Molly merodeaba por el umbral de la puerta, Lesley y yo teníamos pocas opciones que no fueran seguir su ejemplo.

      Sabía extraordinariamente a cordero en salsa de sardinas, pensé.

      Tras una espera lo suficientemente larga para asegurarnos de que no nos había envenenado, seguimos hablando del señor Nolfi.

      —Me parece poco probable —dijo Nightingale—. O al menos algo que no había visto nunca antes.

      —No encontramos nada en su casa —comentó Lesley.

      —Incluso en tus tiempos habría mujeres practicantes —dije.

      —Había algunas Brujas del Cerco —dijo Nightingale—. Sobre todo en el campo, siempre las hay. Pero no había nadie con un entrenamiento académico, que yo supiera.

      —Hogwarts era territorio masculino —dije.

      —Peter —empezó a decir Nightingale—, si quieres pasarte los próximos tres días limpiando el laboratorio, entonces, por favor, sigue refiriéndote a mi viejo colegio como Hogwarts.

      —Casterbrook —dije.

      —Eso está mejor —dijo Nightingale, y dio cuenta de lo que le quedaba del colinabo, si es que realmente era eso.

      —Pero solo era para chicos —insistí.

      —Indudablemente. De lo contrario, estoy seguro de que me habría dado cuenta.

      —¿Y estos chicos provenían de viejas familias de magos?

      —Tienes una idea maravillosamente pintoresca de cómo funcionaban las

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