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      En efecto, las narraciones bíblicas son documentos y relatos «históricos» redactados desde la importante perspectiva de la fe. Escribieron y editaron los materiales que posteriormente llegaron a formar parte del canon de las Escrituras hebreas para sus contemporáneos. Sin embargo, por la naturaleza religiosa de esos documentos, y también por sus virtudes estéticas y literarias, esos manuscritos y documentos antiguos, han roto los linderos del tiempo, y han llegado a diversas generaciones y diferentes naciones como palabra divina. Esas narraciones bíblicas antiguas cobran vida nueva en diversas culturas y en generaciones diferentes de forma permanente, porque la gente de fe vuelve a leer y escudriñar esos documentos y descubre enseñanzas y valores que pueden aplicar en sus vidas. ¡Esos textos antiguos son también mensajes modernos, ante los ojos de la fe!

      Estas comprensiones teológicas nos permiten descubrir que la revelación de Dios a la humanidad, de acuerdo con el testimonio bíblico, no se pone en clara evidencia mediante la elaboración compleja y el desarrollo progresivo de las diversas filosofías e ideas antiguas. Según el A.T., Dios se revela al mundo mediante una serie importante de hechos concretos y específicos; y la reflexión que se hace en torno a esos eventos significativos, nos permite descubrir y apreciar las enseñanzas religiosas y los valores teológicos que forman parte de la revelación divina.

      A continuación, presentamos una historia del pueblo de Israel, de acuerdo con las narraciones de la Biblia. Esta historia realmente articula la perspectiva teológica de los eventos, las experiencias personales y colectivas, y los recuerdos nacionales, fundamentados en la fe de ese singular pueblo. No se basan, por ejemplo, en lo que se llamaría en las ciencias contemporáneas, una presentación crítica de la historia nacional. Lo que realmente tenemos a nuestra disposición es, más bien, una elaboración religiosa de las memorias más significativas e importantes de Israel como pueblo. Contamos, en efecto, la historia de la redención y la salvación de un pueblo.

      De gran importancia al estudiar estos temas, es comprender que la información que poseemos en el A.T. no solo es teológica sino que representa la perspectiva social de un particular sector del pueblo. Tenemos en la Biblia hebrea, mayormente, las reflexiones y narraciones que provienen de un singular grupo intelectualmente desarrollado del pueblo, que estaba educado de manera formal o informal, y que poseía capacidad literaria; posiblemente tenía, además, una aventajada infraestructura económica, gubernamental y social, que le permitía invertir tiempo de calidad en este tipo de proyecto de reflexión religiosa, histórica y política.

      Seguiremos, en nuestra presentación, el orden canónico de la Biblia, que se articula con cierta coherencia: Desde la creación del mundo, pasando por los relatos fundamentales de la liberación de Egipto y el establecimiento de la monarquía, hasta llegar al período del exilio en Babilonia y el regreso de los deportados.

      Posteriormente en esta obra haremos un análisis más detallado y sobrio de los diversos eventos nacionales e internacionales que sirven de base para la redacción de la Biblia. Evaluaremos de esa forma los detalles de esa historia y la comprensión teológica de esas importantes narraciones.

      Muy temprano en el canon bíblico, se pone claramente de manifiesto la relación íntima entre el Dios creador y el pueblo de Israel: El Señor, que tiene el poder absoluto de la creación del cosmos, se relaciona con un pueblo de forma singular, pues forma parte de su acervo cultural y sus memorias históricas. La primera imagen del A.T. presenta a Dios creando el mundo de forma ordenada, y como culminación del proceso crea a los seres humanos.

      Las narraciones de los comienzos u orígenes (Gn 1.1—2.3a) prosiguen con un segundo relato de creación (Gn 2.3b—3.24), donde el proceso de las acciones divinas se presenta de forma más íntima y dialogada, y se indica que la primera pareja se llama Adán y Eva. Después de la creación de esa primera familia, se describen varios eventos de gran significado cultural, histórico y teológico para el pueblo de Israel: La llegada del pecado a la humanidad; el primer crimen, ¡un fratricidio! (Gn 3.1-16); el relato del gran diluvio que afectó adversamente al mundo conocido, y el pacto de Dios con Noé y su familia (Gn 6.1—10.32); la narración de la confusión de los idiomas en Babel, por el soberbia y arrogancia humana (Gn 11.1-26); y la lista de los antepasados de Abram (Gn 11.27-32).

      Estos pasajes, que tanta importancia tienen en los estudios bíblicos, presentan una visión más teológica que histórica de los inicios de la vida. Los escritores antiguos de estas narraciones no estaban interesados en los detalles científicos, como se entenderían en la sociedad contemporánea. Deseaban transmitir, de generación en generación, las grandes afirmaciones religiosas y declaraciones teológicas que estaban ligadas a sus memorias como pueblo y que les brindaban a la comunidad sentido de pertenencia histórica y cohesión espiritual.

      La lectura del Pentateuco, y de toda la Biblia, comienza con una declaración extraordinaria de fe. La creación del universo, la naturaleza y las personas no es fortuita, ni resultado del azar, ni el producto de las luchas mitológicas de las divinidades de los panteones antiguos: ¡Todo lo que existe es producto de la iniciativa y la voluntad de Dios! Y esa gran declaración teológica generaba seguridad y esperanza en un pueblo que se veía continuamente amenazado por las diversas potencias políticas y militares del antiguo Oriente Medio.

      Las fuentes extra bíblicas que nos permiten estudiar con profundidad la historia de Israel en este período antiguo, conocido como la «pre-historia del pueblo», no son muchas y los documentos son limitados. Por esta razón, el estudio del libro de Génesis es de vital importancia teológica, pues nos brinda memorias muy antiguas de las formas de vida y la cultura de épocas antiquísimas en el Oriente Medio antiguo.

      De acuerdo con el relato bíblico, la familia de Abram y Saray provenía de la antigua ciudad de Ur, que estaba situada propiamente junto al río Tigris en Mesopotamia. En ese lugar, el famoso patriarca recibió la promesa divina de que su descendencia sería numerosa, y que se convertiría en una nación grande (Gn 12.1-3; cf. 15.1-21; 17.1-4). Y fue en ese singular contexto de revelaciones divinas, que comienza el proceso de desarrollo y crecimiento familiar: Primero nace su hijo Isaac, que a su vez es padre de Jacob. De esta forma es que Génesis presenta los inicios de la historia del pueblo de Israel: ¡Desde una perspectiva familiar!

      Desde Ur, Abram y su familia llegaron a las tierras de Canaán, que entendieron era el lugar que el Señor les había prometido. Esa migración familiar descrita en la Biblia, tiene paralelos con otras salidas de grupos nómadas desde esa región mesopotámica durante el mismo período. Y en ese importante peregrinar al futuro, Abram y su familia se movieron primeramente hacia el norte, y luego al oeste y al sur. En el viaje, se detuvieron en varios lugares que están identificados en las Escrituras (p.ej., Jarán, Siquén, Hai y Betel; Gn 11.31—12.9). Posteriormente, siguieron su camino que les llevó hasta Egipto, por el desierto del Néguev, pero regresaron a Canaán, y se establecieron de forma definitiva en Mamré, que está ubicada muy cerca de la actual ciudad palestina de Hebrón (Gn 13.1-3,18).

      Con la muerte de Abraham (Gn 25.7-11; cf. 23.2,17-20), Isaac, si hijo, hereda su liderato y se convierte en el protagonista de las narraciones bíblicas.

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