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el inicio de la historia de la humanidad y la creación del mundo desde la perspectiva teológica y espiritual (p.ej., Gn 1.11—3.24). La finalidad no es hacer una descripción científica del comienzo de la vida y la existencia humana, sino afirmar que fue Dios y solo Dios el responsable de la existencia de la naturaleza y de todo lo creado.

       Poemas cúlticos, que eran piezas literarias que se utilizaban como parte de la liturgia en el Templo, y también en las expresiones religiosas individuales de la comunidad judía. Y entre ese tipo de poemas y literatura poética se encuentra el material que se incluye abundantemente en los libros de los Salmos, Lamentaciones y Proverbios.

       Poemas proféticos, que se incluyen en muchos de los mensajes de los grandes profetas de Israel. Estos paladines de la justicia articulaban sus oráculos y comunicaciones en formas poéticas, quizá para facilitar la comunicación y la memorización, y también para incentivar las respuestas positivas al mensaje (p.ej., Is 1.10-18; 43.1-7).

       Literatura sapiencial, que podía ser poética o narrativa, que tomaba la sabiduría popular y las reflexiones del pueblo, y las presentaban en formas pedagógicas para afirmar los valores morales en individuos, desarrollar comportamientos éticos en la comunidad y destacar algunos principios teológicos que pusieran de relieve el compromiso del pueblo en relación a la revelación divina manifestada en el pacto. Este tipo de literatura se encuentra en los libros de Proverbios, Eclesiastés y Job.

      La disposición moderna de la Biblia, en capítulos y versículos, no provie-ne de tiempos muy antiguos. Originalmente, las Sagradas Escrituras se presentaban en manuscritos de papiro o cuero que se organizaban por libros, secciones o temas. El sistema de capítulos se introdujo en el siglo XIII por el Obispo de Cantuaria, Stephen Largon. En la ciudad de París (en el año 1231) fue que apareció por primera vez una Biblia dividida en capítulos.

      La incorporación de los versículos posteriormente se llevó a efecto en Ginebra (en el año 1551). Fue el exiliado tipógrafo protestante francés, Robert Estiénne, que los introdujo para facilitar la identificación de párrafos y la búsqueda de porciones de importancia. Y con estas innovaciones, se editaban las Biblias hasta que llegó la revolución de la imprenta y la Reforma protestante en Europa.

      En el siglo XV, la Biblia fue el primer libro en ser publicado con el sistema de imprenta de Gutemberg. Hasta ese momento, las Escrituras solo eran conocidas, leídas y estudiadas por grupos selectos de religiosos. La gente común solo conocía lo que escuchaban de quienes sabían leer y les explicaban sus mensajes. Los manuscritos en círculos de personas literatas eran objeto de veneración, reconocimiento y aprecio, pero eran desconocidos por la gran mayoría de los creyentes que no sabían leer.

      Hasta los años finales del primer siglo de la iglesia, la Biblia hebrea se transmitía a través de diversas familias y grupos de copistas, que se encargaban de transcribir y procesar cuidadosamente los manuscritos recibidos. Al caer Jerusalén en el año 70 d.C., y con el advenimiento del grupo de los fariseos como los representantes oficiales del judaísmo normativo, surge en la comunidad la necesidad de preservar los textos sagrados con particular esmero y determinación. De esa forma es que surgen los manuscritos que se relacionan con la tradición masorética, que alude al grupo de eruditos judíos que compilaron por el siglo X d.C. los manuscritos de la Biblia hebrea.

      La alusión a los «masoretas» hace referencia a la «masora», que es el conjunto de notas y aclaraciones en forma de apéndice que se juntaron al texto bíblico para ayudar en el proceso de comprensión del mensaje escritural. Ese grupo excepcional de eruditos judíos fue el que se encargó de añadir un sistema de vocales a las consonantes con que se transmitió por siglos el texto hebreo. El trabajo de los masoretas fue tan efectivo, que con el tiempo fue remplazando gradualmente otras formas de transmisión de los textos hebreos, hasta el grado que representan los manuscritos más antiguos de la Biblia hebrea, con solo algunas excepciones (p.ej., los documentos descubiertos en Qumrán, en el Mar Muerto), provienen del siglo X d.C. Referente a la efectividad de esos textos masoréticos, es importante indicar que los manuscritos de Qumrán confirman, en la mayoría de los casos, el buen trabajo de los masoretas judíos.

      Los libros de la Biblia hebrea fueron escritos en hebreo, aunque hay algunas secciones menores que se encuentran en arameo (p.ej., dos palabras en Gn 31.47; Jer 10.11; Dn 2.4-7,28; Esd 4.8—6.18; 7.12-26), lenguas semíticas que provienen del mismo sector noroccidental del Oriente Medio. Los libros deuterocanónicos se escribieron tanto en hebreo (p.ej., Sirácide, 1 Macabeos, Baruc y algunos fragmentos de Ester), como en griego (p.ej., Sabiduría y 2 Macabeos); además, se conservan algunas copias griegas de posibles previos manuscritos semíticos (p.ej., Tobías, Judit y algunos fragmentos de Daniel).

      La escritura del idioma hebreo tuvo tres períodos importantes de desarrollo. El primer tiempo, y el más antiguo, se relaciona con el uso de los caracteres fenicios en la grafía del idioma; posteriormente se utilizó el alfabeto de las consonantes arameas, después del exilio en Babilonia; para finalmente llegar al sistema de las vocales del siglo VI al X d.C.

      Las narraciones bíblicas orales más antiguas, se redactaron primeramente con los caracteres fenicios; posteriormente se transliteraron al hebreo con las consonantes arameas; y al final del proceso redaccional, en el Medioevo, se incorporaron las vocales y los demás signos diacríticos, junto a las observaciones textuales hechas por los eruditos masoretas.

      Los materiales que se utilizaban para escribir los textos hebreos eran variados: Por ejemplo, desde piedras razas (Éx 24.12; 31.18; 34.1) o cubiertas de cal (Dt. 27.2), hasta tablillas de barro cocido; desde tablas de plomo, bronce, plata u oro (Job 19.24; Is 8.1; 1M 8.22; 14.18, 26), hasta tablas de arcilla (Ez 4.1). Además, se escribía en cuero, papiros y pergaminos, y el instrumento de escribir era el estilete de hierro con punta de diamante, o la caña para escribir en materiales más suaves, como los papiros (Jer 17.1; Job 19.24; 3Jn 13).

      Las Escrituras se preparaban, guardaban y disponían en forma de rollos (véase, p.ej., Jr 36.2; Ez 3.1; Zac 5.1; Sal 40.8; Job 31.35): Una larga hoja, o tira de papiro o pergamino, de acuerdo con la extensión del documento, se enrollaba hasta llegar al final, que tenían una especie de bastones que mantenían al rollo en su lugar y facilitaban su manejo. Hacia el siglo II d.C. se comenzó a utilizar las formas de códices en los pergaminos (que era una especie básica de libro), pero los hebreos mantuvieron el sistema de rollos por siglos, antes de implantar finalmente esa nueva tecnología de escritura y administración de documentos.

      Los autores originales e inspirados del mensaje bíblico no guardaron sus documentos iniciales o mensajes básicos. En la actualidad solo poseemos copias de copias de esos primeros manuscritos, llamados autógrafos, que no llagaron hasta nuestros días. Posiblemente desaparecieron no mucho después de su redacción, pues los materiales en los cuales se escribía no eran duraderos, como el papiro que se deterioraba con relativa facilidad.

      Las copias más antiguas que tenemos de algunas porciones de la Biblia hebrea provienen del siglo II a.C.: En primer lugar, poseemos copias del papiro Nash, y también disponemos de los famosos manuscritos descubiertos en las cuevas de Qumrán, muy cerca del Mar Muerto. La preservación de estos importantes manuscritos se debió principalmente a las condiciones climáticas desérticas de los lugares en donde fueron encontrados. El papiro Nash contiene parte del Decálogo (Éx 20; Dt 5.6-26), y la oración Shemá (Dt 6.4-9). Y los manuscritos de Qumrán contienen numerosas copias de casi todos los libros de la Biblia hebrea, junto a otras obras de gran importancia para la comunidad esenia que vivía en la región del Mar Muerto.

      El texto hebreo de mayor autoridad y respeto entre los eruditos el día de hoy es el masorético (TM). Aunque otras familias de manuscritos antiguos, tanto hebreos como griegos, cargan gran peso e importancia en el estudio de la Biblia, el análisis crítico del Texto Masorético (TM) ha revelado que representa una tradición bien antigua, especialmente en referencia a las consonantes de los manuscritos, que fue fijada por un grupo docto, escrupuloso y muy especializado de rabinos por los siglos I y II d.C. Otra familia importante de manuscritos se relaciona con la versión griega de la LXX, que es muy útil para la comprensión de pasajes complejos

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