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decisionales de la vida.

      El libro de Éxodo es el relato básico, de acuerdo con los escritores y redactores del Pentateuco, de la gesta inicial y fundamental de liberación del pueblo de Israel del cautiverio ejercido sobre ellos por el faraón de Egipto. Esa característica divina rechaza, de forma categórica, abierta y firme, los cautiverios y las acciones que atentan contra la libertad humana. La salida de Egipto, aunque representó el evento fundamental para la constitución del pueblo de Israel, era también una enseñanza continua. Dios no creó a las personas ni a los pueblos para que vivieran cautivos, sojuzgados, perseguidos, derrotados, angustiados, disminuidos y destruidos: Los creó para que disfrutaran la libertad con que fueron creados.

      La justicia divina es un tema que no debe reducirse a los diálogos teológicos del pueblo y sus líderes, sino que demanda su aplicación concreta y efectiva en medio de las realidades cotidianas de la existencia humana, y entre las acciones y negociaciones nacionales e internacionales. La gran crítica de los profetas a los líderes del pueblo era que, aunque participaban de algunas experiencias cúlticas y religiosas significativas en el Templo, no ponían en práctica las implicaciones concretas de las enseñanzas religiosas.

      Para los profetas de Israel, la implantación de la justicia era el criterio fundamental e indispensable para evaluar las acciones de las personas, particularmente las decisiones de los reyes.

      La esperanza mesiánica adquiere notoriedad y protagonismo en el N.T., pues los primeros cristianos identificaron la promesa del advenimiento del Mesías con la aparición de la figura histórica de Jesús de Nazaret. Las grandes esperanzas veterotestamentarias, de acuerdo con el mensaje de las iglesias primitivas y las enseñanzas de los primeros apóstoles, se hizo realidad en la vida y las acciones sanadoras, pedagógicas y homiléticas del famoso predicador galileo.

      La «paz» bíblica se relaciona inminentemente con las ideas de bienestar, salud, prosperidad, abundancia, gozo, felicidad. Es un valor que incluye los conceptos de sentirse completo, bendecido, feliz, dichoso, bienaventurado. La experiencia religiosa que incentiva y promueve ese tipo de paz, contribuye de forma sustancial y significativa a la salud emocional, social y espiritual de sus adeptos.

      La paz en la Biblia es el resultado de la implantación concreta y específica de la justicia… No es un estado emocional que evade sus realidades ni respeta las adversidades de la vida. Por el contrario, es una actitud de seguridad y afirmación que le permite a la gente enfrentar los mayores desafíos de la existencia humana con sentido de seguridad, optimismo, realidad y esperanza.

      Las formas de identificar y referirse a la Biblia hebrea son varias, y pueden distinguirse tanto por su origen como por su antigüedad. La expresión «Sagrada Escritura» es de origen bíblico, y se remonta a las formas que la versión de los LXX se refería a los libros sagrados (p.ej., 1Cr 15.15; 2Cr 30.5; Esd 6.18). Posteriormente, los escritores del N.T. adoptaron y adaptaron esa terminología en el desarrollo de su literatura. Y entre las formas que utilizaron, se encuentran las siguientes: «Escrituras» (Mt 21.42; 22.29; 26.54; Mr 12.10, 24, 42, 49; Lc 24.27, 32, 45 Jn 2.22; Rm 11.2; Gá 3.8); «Sagra-das Escrituras» (Rm 1.2; 2Ti 3.15); y «Escritura es inspirada por Dios» (2Ti 3.16).

      La palabra «Biblia» proviene directamente del idioma griego biblía, que es el plural neutro del singular biblíon, que significa esencialmente «libro», pero en diminutivo. Del griego pasó al latín, biblia o bibliorum, donde se transformó en singular femenino, y se utilizó para designar un conjunto de libros sagrados, de procedencia tanto judía como cristiana. De esa forma se singularizó la expresión, y «Biblia» se refiere, en castellano, no solo al grupo de obras religiosas antiguas independientes, sino al conjunto de ellas, para afirmar de esa forma la unidad de la colección. El termino «libro», en el peculiar sentido de «biblia», que enfatiza la singularidad, se encuentra tanto en Daniel (Dn 9.2; DHH) como en el segundo libro de los Macabeos (2M 8.23). Fue el patriarca de Constantinopla, San Juan Crisóstomo, quien utilizó la palabra Biblia, como nombre propio, por primera vez para referirse a las Sagradas Escrituras.

      Las referencias al A.T. y al N.T. tienen también un fundamento bíblico. La expresión «testamento» corresponde al término griego (diatheke), que la Septuaginta (LXX) utiliza para traducir el hebreo «alianza» o «pacto» (berit). De esta forma, la palabra se utilizó, primeramente, para significar el pacto de Dios con el pueblo de Israel, y posteriormente, para aludir a la nueva alianza de Cristo con su iglesia. Así, la antigua alianza y el nuevo pacto con el tiempo vinieron a identificar las Escrituras hebreas y las cristianas.

      En la actualidad, sin embargo, algunos estudiosos de las Escrituras evitan la referencia al Antiguo y Nuevo, pues pudiera presuponer algún tipo de juicio valorativo, en el cual lo nuevo es mejor y sustituye lo antiguo. Aunque esa no fue la intensión de los escritores bíblicos, ni tampoco el propósito de las iglesias al utilizar esas designaciones, los creyentes contemporáneos deben ser sensibles a esa situación lingüística, que tiene serias implicaciones teológicas.

      Para cambiar esa sensación, se ha propuesto utilizar las expresiones «Primer y Segundo Testamento». Esas designaciones, sin embargo, no están exentas de críticas, pues no revelan la gran tradición histórica que han vivido estos importantes documentos religiosos.

      Otras designaciones antiguas de los libros bíblicos incluyen las siguientes: «instrumentum» (Tertuliano), que destaca el uso de las Escrituras como instrumento o documento de fe y autoridad; «Sagradas Letras» (San Agustín); y «testimonium divinum» (San Jerónimo).

      Las formas de identificar los diversos libros del A.T. se relacionan con las dos tradiciones mayores que los transmitieron en la antigüedad. En la Biblia hebrea se conocen los libros según la primera palabra del escrito: Por ejemplo, Bereshit, «en el principio», constituye la primera expresión del libro. De acuerdo con la tradición griega de la LXX, sin embargo, los libros se identifican de acuerdo con el tema y contenido que destacan. De esa forma, el primer libro de la Biblia es el Génesis, porque contiene la información de los comienzos del mundo y la historia.

      Desde la perspectiva judía, la Biblia hebrea se conoce como Tanak, que es un acrónimo que une las primeras letras de las palabras Torá

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