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por todo el texto hebreo. La autocrítica nos permite ver nuestra similitud con nuestro vecino. Tanto nosotros como el resto de la humanidad —todos nuestros hermanos y hermanas, primos y tías, taoístas, rastafaris, musulmanes, zoroastrianos, hindúes y judíos— somos personas en el proceso de ser transformados por la gracia de Dios.

      Aprender a confiar en este Dios que no se opone a otros dioses, diferentes verdades o personas extrañas, sino que anhela reunir a todas las cosas en su seno, sucede mientras mantenemos una relación en el tiempo. No es una idea que abracemos o rechacemos; es una relación en la que estamos.

      Cuando encontramos al monoteísmo como una idea, quedamos enganchados con los datos numéricos. Uno es un número. Como número, es más bien igual a otros números: diferente en cantidad pero no en calidad a, digamos, diecisiete. Alison sugiere que podría ser de ayuda pensar menos en el número y más en la expresión Dios es.

      La Biblia tiene una abundancia viva —un excedente de metáforas rebeldes— cuando trata de hablar de Dios. Dios es único, difícil de describir, imposible de contener. Pero para poder hablar de Dios, para comunicarnos, apuntamos amplia y salvajemente.

      Sacándole el mono a monoteísmo

      El mono en monoteísmo no es del todo útil. Esa sílaba nos hace pensar en términos monolíticos, monoculturales, monopolistas. Una planta monocárpica es una planta que florece y da fruto solo una vez. Un monolito es masivo, sólido y uniforme. Monoestilo significa tener un solo estilo. Entiendes a donde voy.

      La Biblia tiene una abundancia viva —un excedente de metáforas rebeldes— cuando trata de hablar de Dios. Dios es único, difícil de describir, imposible de contener.

      La Unión de Científicos Preocupados dice que el monocultivo (cultivar un solo tipo de planta para aumentar el rendimiento de la cosecha y las ganancias) reduce la biodiversidad y está destruyendo nuestro planeta. Tal vez mono no sugiere lo que esperamos cuando hablamos acerca de Dios.

      La Trinidad (aunque llegó como una doctrina más bien laboriosa y, algunos podrían decir, de manera artificial) es una hermosa metáfora alternativa. Dios es “esencialmente relacional, extático, fecundo, vivo como un amor apasionado”, según expresa Catherina LaCugna. Claro, los cristianos también han usado la Trinidad para hablar de Dios como un Padre enojado que descarga la rabia con su hijo para liberarnos de la ira. Entonces, aunque puede ser una bella metáfora, no siempre lo es.

      Los teólogos cristianos, musulmanes y judíos han pasado mucho tiempo ideando las mejores metáforas de Dios que puedan imaginar. El islamismo rechaza la Trinidad. Puedo entender que las personas que practican el islam miran a la Trinidad como “conjeturas autocomplacientes sobre cosas que nadie puede saber o probar” (como dice Karen Armstrong). Incluso puedo ver algún mérito en ello. Tal vez experimentamos a Dios más como una epifanía que como una doctrina, como lo diría el islam.

      Intentamos duramente enfocar nuestra atención en Dios a través de la historia para dar con las mejores metáforas que podamos imaginar. Pero el tipo de verdad que encontramos con la fe es inacabable, porque se parece más al amor que a las matemáticas. La proliferación de metáforas que encontramos en la Biblia podría llevarnos a creer que Dios se parece más a muchas cosas que a una sola: Dios es un lirio, una rosa, rocío, viento y fuego. Dios es una madre oso y un león. Dios no está en el fuego o el viento sino en una pequeña voz apacible.

      No sabemos exactamente de qué hablamos cuando hablamos de Dios. Algunos místicos determinaron que era mejor permanecer en silencio ante el misterio. La teología apofática sugiere que lo mejor que podemos hacer es decir lo que sabemos que no es Dios. Necesitamos más silencio. También ayuda salir y mirar alrededor para escuchar lo que otras personas (nuestros primos y vecinos) están pensando. Si necesitamos ayuda para ver algo nuevo (o ver algo viejo pero de un modo nuevo), podríamos empezar por escuchar a las mujeres reclamando el rostro femenino de las creencias abrahámicas.

      A pesar de la abrumadora masculinidad

      Aunque nuestra Escritura puede ser material patriarcal mayormente transmitida, interpretada y realizada por hombres durante cientos de años, la búsqueda de Dios en nuestro medio no ha terminado. Todavía no terminamos. Dios aún no ha terminado.

      Sí, las metáforas masculinas y los personajes masculinos en las historias bíblicas usualmente atraen una atención más sostenida. Sí, Yahveh sale al cruce como un bello hombre. Sus profetas líderes son hombres: Abraham, Moisés, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel. Jesús es hombre. Como Pedro, Juan, Mateo, Marcos, Lucas, y Pablo. Alrededor de doscientas mujeres son nombradas en la biblia; los hombres son 1181.

      Pero a pesar de toda esta masculinidad abrumadora, esto es lo que empieza a suceder cuando aparecen las mujeres: las cosas cambian.

      La mayoría de las mujeres en la Biblia todavía están por ahí (nada que ver con June Cleaver o el Modelo de Mujer Evangélica de los 70 o cualquier versión de las mujeres virtuosas de iglesias vendidas puerta a puerta en tu juventud). Mi hermana y yo recordamos una clase especial de domingo para jovencitas donde estudiamos Proverbios 31 para aprender qué significa ser una buena mujer. Ella “no come el pan de la ociosidad”. Ella “se levanta cuando aún es de noche, y da carne a su casa”. La buena mujer, según nuestro profesor, principalmente era alguien que obedecía a su esposo. Estoy segura de que el programa fue generado, en parte, por el miedo a que las mujeres desobedientes disrumpieran el statu quo (después de todo, acabábamos de pasar las rebeliones de los años sesenta). Muchas personas no estaban en el statu quo.

      Las mujeres de la Biblia generalmente no se ajustan a la imagen de la mujer virtuosa que aprendí en la escuela dominical. No parecen ser buenas evangélicas. Ni como las santas cristianas del medioevo: mujeres que, según los hombres que escribieron sobre ellas, no estaban interesadas en la comida, el sexo o ningún tipo de placer. Los hagiógrafos (generalmente hombres) elogiaron a las santas por hazañas sagradas tan asombrosas como no comer nada durante tres años o estar milagrosamente libres de excretar. Columba de Rieti, según algunos reportes, “no excretó ni heces ni orina, no menstruaba, nunca sudaba —excepto por las axilas—, no descargaba suciedad o caspa de su cabello y solo ocasionalmente emitía saliva de su boca o lágrimas de sus ojos”.

      Agar llora. Ester complace sexualmente a su rey pagano. María da a luz.

      Santa Beata Ida de Louvain, al menos así cuenta la historia, solo comía pan mohoso; no quería que nada que pasara por sus labios tuviera un sabor agradable. Una vez salió durante once días y su único alimento fueron flores del árbol de lima. En contraste con todo este extraordinario ascetismo, María, la hermana de Marta, lavó los pies de Jesús en exceso con ¡una libra! de aceite perfumado, y le limpió los pies con su cabello.

      Usualmente, las interpretaciones tradicionales leen a la mujer de la unción en los evangelios como una subordinada, pero puedo decirte que ella no estaba siguiendo ninguna regla de comportamiento adecuado. Fue descaradamente sensual. Violó normas sociales fuertes y duraderas. Las mujeres en la Biblia generalmente no son muy santas, honestamente, y aun así, a menudo se las aplana para encajarlas en el papel de ejemplos morales. También te encuentras con esto en las lecturas feministas: ¿Son fuertes las mujeres? ¿Éticas? ¿Son buenos ejemplos para que las mujeres sigan? No estoy segura de que esas formas de leer sean útiles. La escritura revela quiénes somos y quién es Dios. Nos lleva a una relación más que a proporcionar ejemplos para que sigamos.

      Con eso dicho, las mujeres en la Biblia son más subversivas que sumisas. Más que encajar perfectamente en las narrativas patriarcales, las disrumpen.

      Agar es bendecida de la misma forma que Abraham: dando a luz a todo un pueblo (toda otra fe, como resultó ser). Ester salva a su pueblo no a través de ser pura o virginal, todo lo contrario a Agar. María la madre de Jesús es, en efecto, la madre de Dios. Decir que estas historias son puntiagudas es minimizarlas. Socavan la narrativa patriarcal dominante de manera significativa.

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