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de autoestima.

      –¿Por eso tienes tanto empeño en contratar a personas de entornos desfavorecidos? –le preguntó Logan.

      –Desde luego. A veces solo necesitan que alguien crea en ellos –respondió ella–, que les den una oportunidad para luchar. Mi madre no tuvo a nadie en su vida que creyera en su potencial.

      –¿Y cómo era tu padre?

      Layla apretó los labios, y sus ojos relampaguearon de ira.

      –Era un bruto, y un abusón, pero encandiló a mi madre prometiéndole una vida mejor. Le dijo las cosas bonitas que quería oír, pero resultaron ser solo palabras vacías. Se creía que la quería solo porque la llamaba «nena». Y cuando empezó a mostrarse tal como era ya no tenía la fuerza ni el amor propio suficientes para hacerle frente. Lo peor era que mi madre bebía y se drogaba para evadirse, y eso hacía que se volviera como él.

      Logan alargó el brazo para tomar su mano y se la apretó suavemente. Se quedaron callados un momento y Layla le preguntó:

      –¿Y tu madre? ¿Cómo era?

      Logan no se había esperado esa pregunta. Estaba tan acostumbrado a no pensar en su madre… Pensar en ella le recordaba la angustia que les había provocado a su hermano y a él descubrir que no iba a volver. No alcanzaban a entender que no quisiera volver a verlos, o hablar siquiera con ellos por teléfono. Había sido algo tan brutal que casi había destruido a su padre, y que había cambiado para siempre su vida y la de Robbie.

      –Era encantadora –respondió, en un tono desprovisto de emoción–. Si mi padre no hubiese quemado todas sus fotos podría enseñarte una para que vieras lo guapa que era.

      –Tía Elsie me dijo que era preciosa –comentó Layla–, y que tu padre se había enamorado perdidamente de ella desde el momento en que la conoció.

      –Sí, lo tenía cautivado. Tuvieron un noviazgo muy breve, y yo nací unos pocos meses después de que se casaran –le explicó él–. Dudo que su matrimonio fuera nunca un matrimonio feliz, pero cuando nació Robbie, cuatro años después que yo, las cosas empezaron a desmoronarse de verdad –tomó su copa–. Un día, al llegar a casa del colegio, descubrí que se había ido –tomó un trago y volvió a dejar la copa en la mesa con un golpe seco–. Por la mañana al levantarnos teníamos una madre, y de repente esa tarde ya no la teníamos. Ni un adiós, ni una nota, ni siquiera una llamada de teléfono. Se había ido a vivir a América con su amante. No he vuelto a verla ni a saber nada de ella desde entonces.

      Layla frunció el ceño con preocupación.

      –Debió ser durísimo para vosotros. Además, erais muy pequeños, ¿no? ¿Qué edad teníais?

      –Yo siete años y Robbie cuatro –contestó Logan, en el mismo tono apagado–. No comprendíamos por qué se había ido. Pensábamos que debíamos haber hecho algo malo para que nos abandonara. Me llevó años darme cuenta de que no tenía nada que ver con nosotros. Era por ella; no tenía la menor capacidad para establecer vínculos afectivos con otras personas. He oído que se ha casado tres o cuatro veces desde entonces –se quedó callado un momento antes de añadir–: Para Robbie fue aún más duro. Solo tenía cuatro años y la echaba muchísimo de menos. Se pasó semanas llorando; meses, en realidad. Yo hice lo que pude para compensar ese cariño que le faltaba, pero no fue suficiente. Necesitaba a su madre, y nadie podría haber llenado el vacío que había dejado al abandonarnos. Ni siquiera nuestro padre, al que también le costó mucho superarlo.

      Layla volvió a fruncir el ceño.

      –No puedes culparte por los problemas de Robbie. Tú también lo pasaste mal, pero no te has descarriado como él.

      Logan apretó la mandíbula.

      –Pues claro que me culpo. Fui demasiado indulgente con él, y más aún después de que nuestro padre muriera. Entonces Robbie había cumplido los catorce, estaba con las hormonas revueltas y se había vuelto un inconsciente. En parte era por la pubertad, pero también era su manera de dar salida al dolor que reprimía. Como mi abuelo era demasiado controlador, yo intentaba equilibrar la balanza, pero fui muy blando con él –gruñó de frustración y añadió–: Está claro que no estoy hecho para ser padre; no con todos los errores que cometí con mi hermano.

      Layla se inclinó hacia adelante en su asiento, mirándolo preocupada.

      –Logan, la culpa no es tuya. A mí me parece que has sido un hermano maravilloso. Y serías un padre estupendo. Robbie ha tomado malas decisiones, pero tú no has hecho otra cosa más que apoyarle y tratar de ponerlo en el buen camino. Y te admiro por ello.

      Logan esbozó una sonrisa amarga.

      –Espero que sigas admirándome después de vivir un año conmigo.

      Una sombra cruzó por las facciones de Layla, que se apresuró a apartar la mirada.

      –Lo mismo digo –murmuró–. Espero que cuando el año termine sigamos siendo amigos.

      Logan levantó su copa para brindar.

      –Por que sigamos siendo amigos.

      CUANDO regresaron a la villa, Logan le propuso a Layla tomar una última copa en el salón antes de irse a dormir.

      –Aquí tienes –le dijo, tendiéndole un vaso de Cointreau con hielo.

      –La verdad es que no debería tomar más alcohol –dijo Layla–, pero como esto podrían considerarse unas vacaciones…

      Él esbozó una media sonrisa.

      –Me apostaría algo a que hace mucho que no te tomabas unas.

      –¡Mira quién fue a hablar…! Don adicto al trabajo… –murmuró Layla, mirándolo por encima del borde de su vaso, antes de tomar un sorbo.

      Logan se sentó en el otro sofá, enfrente de ella, apoyando el tobillo en la rodilla contraria y el brazo en el respaldo, mientras con la otra mano sostenía su coñac sin hielo. Tomó un sorbo de su copa y lo mantuvo un momento en la boca antes de tragárselo.

      –Está bien, es verdad, lo de relajarse nunca se me ha dado bien.

      Layla se quitó los zapatos y se sentó sobre la pierna buena, asegurándose de que la pernera del mono le tapara las cicatrices de la otra.

      –¿Cuándo fue la última vez que te tomaste unas vacaciones? –le preguntó.

      Logan frunció ligeramente el ceño y se quedó mirando su vaso, como intentando acordarse.

      –Bueno, a veces me tomo una tarde libre cuando estoy fuera por un proyecto de trabajo.

      Layla resopló.

      –¿Una tarde? Pues entonces estás peor de lo que creía… Yo hace tres meses me tomé un par de fines de semana libres seguidos.

      Él volvió a esbozar esa media sonrisa tan sexy que hacía que Layla sintiera cosquillas en el estómago.

      –Bien por ti –dijo. Su voz sonaba aterciopelada, y sus ojos azules, que se habían oscurecido, le recordaban al cielo de medianoche–. ¿Hiciste algo especial esos dos fines de semana?

      Layla se rio.

      –De acuerdo, me has pillado: me dediqué a ponerme al día con papeleo administrativo mientras veía películas y comía pizza.

      La sonrisa que afloró a los labios de Logan la hipnotizó por completo.

      –Parece que los dos necesitamos aprender a relajarnos.

      Hubo un cambio repentino en el ambiente, y Layla fue la primera en apartar la vista. O quizás lo hizo por la dirección que estaban tomando sus pensamientos: de pronto se había encontrado imaginándolos a los dos tumbados juntos después de haber hecho el amor. Ella con la cabeza apoyada en el pecho de Logan, mientras él jugaba con su pelo, y las piernas de ambos entrelazadas. Desde luego

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