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centímetro de su hermoso cuerpo. Quería acariciar su sedoso cabello, besarla en el cuello, trazar con la lengua el contorno de sus clavículas, aspirar el aroma floral de su perfume hasta embriagarse con él.

      –Me pareció que era lo que tenía que hacer –le dijo, en un tono que no dejaba entrever cómo se estaba debatiendo en su interior–. A Makani y a Ken, y también al celebrante, les habría parecido raro que no te hubiera besado.

      Layla frunciendo ligeramente el ceño.

      –Cierto. Pero me besaste como si no quisieras parar –repuso. Se mordió el labio y añadió–: ¿Lo hiciste solo… para aparentar? –había una nota conmovedora de incertidumbre en su voz.

      Logan dejó su copa en la mesita y exhaló un pesado suspiro.

      –No, no lo hice solo por aparentar –admitió. Cerró los ojos un instante y se pasó una mano por la cara–. Tuve un momento de insensatez, pero no volverá a repetirse.

      No debía volver a repetirse, se reiteró a sí mismo con firmeza, intentando metérselo en la cabeza. Su cuerpo, sin embargo, no estaba de acuerdo.

      Se hizo un silencio incómodo, roto solo por el ruido de las olas. Layla se levantó del sofá y se alejó hasta las puertas del balcón. Tenía los brazos en torno a la cintura y se la veía muy tensa.

      –Entonces… ¿no lo disfrutaste? –le preguntó, con esa misma inseguridad de antes.

      Logan sabía que debería quedarse donde estaba, guardar las distancias. No debería poner a prueba su autocontrol yendo junto a ella. Sin embargo, se encontró cruzando el salón, paso a paso, arrastrado por una fuerza magnética a la que no podía resistirse. Le puso las manos en los hombros y la hizo girarse hacia él. Como Layla insistía en rehuir su mirada, la tomó de la barbilla para obligarla a mirarlo.

      –Lo disfruté demasiado, y ese es el problema.

      Ver a Layla humedecerse los labios con la lengua fue una auténtica tortura para él.

      –¿Por qué es un problema? –le preguntó.

      Su voz, apenas un susurro, lo hizo estremecer. Le acarició la mejilla con el pulgar, maravillándose de lo suave que era su piel.

      –Ya sabes por qué.

      Su voz sonaba tan ronca como si tuviera papel de lija en la garganta.

      Los ojos de Layla se ensombrecieron.

      –¿Porque este matrimonio solo lo es sobre el papel? –dijo.

      Logan no podía dejar de acariciarle la mejilla, ni de mirarla, igual que no podía acallar el retumbante deseo que había asaltado su cuerpo como un ejército invasor, marchando por sus venas.

      –Tenemos que comportarnos como adultos, Layla.

      Tenía que comportarse con sensatez; no podía perder el control…

      Layla alargó la mano y le acarició la mejilla lentamente.

      –Debo haber bebido ya de más, porque ahora mismo lo que quiero es que me beses otra vez. Quiero saber si el primer beso fue tan increíble por casualidad o… o si podría haber algo más.

      Era ese «algo más» lo que preocupaba a Logan. Por más que luchara contra el deseo que lo consumía, temía acabar perdiendo la batalla antes o después. ¿Podría sobrevivir un año entero sin sucumbir a la tentación? ¿Hasta qué punto podía reprimirse un hombre sin volverse loco?

      Si cedía a la tentación de besarla de nuevo, ya podía darse por perdido. Solo la había besado una vez, pero ese beso parecía haber liberado a un depredador insaciable en él, y no estaba seguro de cuánto tiempo más podría mantenerlo bajo control.

      Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, dejó caer la mano y dio un paso atrás.

      –Lo siento, pero no puede ser. Si puse unas reglas fue por algo.

      Aunque la mirada de Layla parecía tranquila, como la superficie de un lago en calma, podía intuir su decepción.

      –Está bien, lo entiendo –respondió en un tono animado y esbozando una sonrisa para ocultar sus sentimientos–. Dejémoslo estar, entonces –fue a por la botella de champán y volvió a servirse–. Larga vida a las reglas –dijo con una expresión ligeramente burlona, levantando su copa.

      Logan apretó la mandíbula.

      –Escucha, no pretendo insultarte con esto; no es algo personal.

      –¿Ah, no? –respondió ella. Sus ojos ahora echaban chispas.

      Logan suspiró y puso los brazos en jarras.

      –Piénsalo: si tuviéramos una relación normal, sería mucho más complicado ponerle fin cuando acabe el año –le reiteró–. De esta manera simplemente solicitaremos la anulación y aquí no ha pasado nada –dejó caer los brazos–. No estoy diciendo que vaya a ser un año fácil, pero los dos somos adultos y quiero que sigamos siendo amigos cuando esto termine.

      Layla se cruzó de brazos y resopló.

      –¿Y qué le has dicho a tu hermano?

      Logan se remangó los puños de la camisa solo por ocupar sus manos en algo.

      –Aún no he hablado con él; no ha contestado a mis llamadas, ni los e-mails y los mensajes de texto que le he mandado.

      –Pero ¿qué le dirás?

      Era una pregunta que Logan venía haciéndose desde hacía varios días.

      –Ya habrá leído el testamento, pero confío en que piense que nos casamos por amor. Al fin y al cabo nos conocemos de toda la vida, y sabe que nuestro abuelo siempre te tuvo mucho cariño.

      –Pues si Robbie se deja caer por Bellbrae algún día, podría costarnos convencerle de que este es un matrimonio de verdad. Ya sabes cómo es; muchas veces se presenta sin avisar. Y si descubre que dormimos cada uno en un ala del castillo, sospechará.

      Logan sabía que tenía razón. Su hermano podía ser un inmaduro y un insensato, pero tonto no era. No tardaría en darse cuenta de que allí había algo raro.

      –Podríamos trasladarnos a la torre oeste, a la suite grande que tiene dormitorios conectados –propuso, aunque estaría más cerca de ella de lo que pretendía, con solo una puerta entre ellos. Una puerta que mantendría cerrada a cal y canto, tanto mental como literalmente.

      –Está bien –contestó Layla. Apuró su copa–. Pero… ¿puedo pedirte algo?

      –Claro.

      Layla dejó su copa en la mesita y lo miró a la cara.

      –Cuando estemos fingiendo que estamos felizmente casados, ante Robbie o ante quien sea, ¿utilizarás algún apelativo cariñoso, o me llamarás simplemente «Layla»?

      –¿Tú qué prefirieres?

      –Puedes llamarme como quieras, excepto «nena» –respondió ella, y a Logan le pareció verla estremecerse ligeramente, como si aquella palabra le produjese repelús.

      –¿Por qué?

      Un brillo acerado relumbró en los ojos de Layla.

      –Porque era un apelativo que usaba a menudo alguien a quien conocí. Lo detesto desde entonces.

      Logan habría querido ahondar en aquello, pero antes de que pudiera preguntarle nada más Layla se dio media vuelta y abandonó el salón, dejando tras de sí el fragante rastro de su perfume.

      LAYLA se dejó caer en la cama de su habitación con un suspiro abatido. Había quedado como una tonta, casi suplicándole a Logan que la besara. Una profunda vergüenza la embargó al recordar lo ingenua que había sido al creer que él querría cambiar un poco las reglas que había impuesto a su relación. Pero es que aquel beso había sido tan… tan

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