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querrá, Layla. Es incapaz de amar a nadie.

      –Te equivocas –replicó Layla–. Es capaz de mucho más de lo que crees.

      –Creo que ya va siendo hora de que te vayas –le dijo Logan a su hermano–. Aún estamos en nuestra luna de miel, y tres son multitud.

      Robbie lanzó al aire las llaves de su coche y las atrapó con destreza antes de decirles burlón:

      –Os doy un año como mucho; no duraréis más.

      «Eso es lo único que necesito: un año», pensó Logan para sus adentros, y condujo a Layla al interior del castillo sin volver la vista atrás, mientras Robbie se subía a su deportivo para alejarse en él.

      CUANDO hubieron entrado en el castillo, Layla se volvió para mirar a Logan. Tenía la mandíbula apretada y una expresión furibunda.

      –¿Estás bien? –le preguntó.

      Él suspiró con pesadez, se quitó el abrigo y lo colgó en el perchero del vestíbulo.

      –Siento lo que acaba de pasar. A veces mi hermano puede ser un auténtico canalla. O más bien la mayoría de las veces.

      –No pasa nada –respondió ella, desabrochándose el abrigo–. Es comprensible que no se haya tragado lo de que nos hemos casado por amor. En fin… ¿tú y yo juntos? ¿Quién se podría creer que un hombre como tú querría…?

      Logan la interrumpió poniéndole una mano en el hombro. Su expresión se había suavizado.

      –Deja de hacer eso –le reprochó–. Eres una mujer sexy y atractiva, y si las cosas fueran distintas, yo… –apretó los labios, como para contenerse y no decir lo que había estado a punto de decir.

      –¿Tú qué? –inquirió ella en un susurro.

      Los ojos de Logan se ensombrecieron y le puso la otra mano en el hombro opuesto. No sabría decir quién se movió primero, pero de pronto estaban a solo unos centímetros y el aire parecía haberse cargado de electricidad. Logan bajó la vista a sus labios y ella contuvo el aliento cuando lo vio inclinar lentamente la cabeza, casi como a cámara lenta…

      –¡Ay, perdón por la interrupción! –exclamó tía Elsie, apareciendo de repente por el pasillo–. ¿Qué tal vuestra luna de miel?

      Logan se apartó de Layla y contestó aturulladamente:

      –Corta pero maravillosa.

      La anciana sonrió.

      –Bueno, corta desde luego, y por eso voy a hacer yo también un viajecito para que podáis estar a solas, tortolitos.

      ¿Tortolitos? «Ja, ja…», se rio con ironía Layla para sus adentros. ¿Y su tía yéndose de viaje? ¡Eso sí que era una novedad!

      –¿Pero adónde te vas? No te has tomado unas vacaciones desde no recuerdo cuándo.

      –Y por eso voy a hacerlo ahora –dijo tía Elsie–. Me voy unos días a hacer un tour por las islas Hébridas, empezando por la isla de Harris. Tengo a una amiga por carta que vive allí. Su marido falleció hace poco y le vendrá bien algo de compañía. ¿Podréis haceros cargo de Flossie en mi ausencia?

      –Pues claro –asintió Logan–. No vamos a movernos de aquí.

      Layla lo miró sorprendida. ¿Y el proyecto de la Toscana que había pospuesto? Seguramente no podría posponerlo mucho más. De hecho, había pensado que la dejaría en Bellbrae y tomaría un vuelo a Italia tan pronto como pudiera para poner aún más distancia entre ellos. ¿Habría cambiado de idea? Y sí lo había hecho, ¿por qué?

      –¿Necesitas que te llevemos al aeropuerto? –le preguntó Logan a su tía abuela.

      –Ah, no, ya lo tengo todo arreglado –dijo la anciana–. Dentro de media hora va a venir a recogerme la hija de mi amiga. Hace un momento oí un coche y pensé que era ella, pero vi que era Robbie. ¿Cómo es que no se ha quedado?

      Logan apretó los labios.

      –Tenía otros planes.

      –Pues mejor –dijo tía Elsie con una gran sonrisa, como si acabaran de darle una gran noticia–. Así podréis estar los dos solos.

      Logan dejó a Layla con su tía y fue al estudio de su abuelo para ocuparse de unos asuntos de trabajo. Se le hacía raro pensar que ahora era suyo, aunque le producía una profunda sensación de satisfacción. Paseó la mirada por la estancia, fijándose en las estanterías, el escritorio que su abuelo y su padre habían usado, la alfombra que habían pisado varias generaciones de los McLaughlin… Fue hasta las ventanas, desde donde se divisaba toda la propiedad, con el lago y el bosquecillo con las montañas envueltas en nubes a lo lejos.

      Ahora Bellbrae era suyo gracias a que Layla había accedido a convertirse en su esposa. Su esposa sobre el papel, puntualizó para sus adentros. Tenía que recordárselo todo el tiempo. Le costaba recordarlo cuando Layla le hacía sentir cosas que no quería sentir, cosas que se había prohibido sentir.

      Volvió al escritorio y se sentó. Había tenido pensado volar a Italia para supervisar su proyecto de la Toscana, pero le parecía mal irse y dejar a Layla sola. En ese momento llamaron a la puerta.

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