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Layla contuvo el aliento, temerosa de que cambiara de opinión, pero al poco regresó con un preservativo en la mano.

      –¿Todavía estás segura de que quieres hacer esto?

      –Segurísima.

      Avanzaron hacia la cama entre beso y beso. Besos profundos, intensos, electrizantes. A los dos les faltaba el aliento. Las manos de Logan recorrían el cuerpo de Layla y las de ella hicieron lo mismo, con una desinhibición de la que jamás se habría creído capaz.

      Una vocecilla en su mente le recordó que debería decirle a Logan que era virgen, pero no se atrevía a hacerlo; no quería arriesgarse a que él cambiara de idea, y sospechaba que lo haría. Vería su falta de experiencia como otra razón más para que su relación siguiera siendo solo una farsa sobre el papel, y ella quería que su primera vez fuera con él.

      Logan la tumbó en la cama y se tendió junto a ella. Le desabrochó muy despacio los botones de la camisa del pijama, y el roce de sus nudillos contra su piel desnuda la hizo estremecer de excitación. Le quitó la camisa, empujándola hacia atrás por los hombros.

      –Eres perfecta… tan hermosa… –murmuró, tomando en la palma de la mano su seno derecho.

      Un cosquilleo maravilloso recorrió el cuerpo de Layla. ¿Perfecta? Era un calificativo con el que nunca se había identificado, igual que con el de «hermosa», pero la verdad era que en ese momento sí se sentía muy hermosa, se sentía como una mujer capaz de despertar deseo en un hombre, como una mujer que estaba abrazando su feminidad por primera vez.

      Exploró el musculoso torso de Logan con las manos. Su pecho estaba cubierto ligeramente de vello oscuro que al llegar a su estómago se convertía en un tentador rastro que desaparecía bajo la cinturilla de sus boxers.

      Logan inclinó la cabeza y tomó en su boca uno de sus pezones para luego empezar a darle pequeños lametones. Era una tortura exquisita. Layla se estremeció cuando movió la cabeza al otro seno y le infligió el mismo tormento.

      –Logan, te necesito… –le suplicó sin aliento, mientras sus manos, como por instinto, buscaban su miembro erecto.

      –Y yo a ti… –jadeó él, antes de besarla con ardor.

      Cuando empezó a bajarle el pantalón del pijama con una mano, Layla se quedó paralizada de repente y lo detuvo, agarrándolo por la muñeca.

      –¡Espera!

      La brillante luz del sol iluminaba ya por completo la habitación. El día anterior el agua de la piscina la había tapado un poco, pero ahora sus cicatrices serían más que visibles.

      Logan frunció el ceño.

      –¿Voy demasiado deprisa? ¿Quieres que pare?

      Layla tragó saliva, apretó los labios y rehuyó su mirada.

      –No quiero que pares, pero me preocupa que seas tú quien quiera parar cuando veas mis cicatrices de cerca.

      Logan suspiró.

      –¿De verdad crees que puedo ser tan insensible?

      Layla encogió un hombro.

      –No serías el primero al que le repugnan.

      En realidad solo le había pasado en una ocasión, con aquel único novio que había tenido en su adolescencia, pero había bastado para que cortara con ella.

      Logan frunció el ceño de nuevo.

      –Pues entonces es que has estado con los hombres equivocados. Eres una joven preciosa que sobrevivió a algo horrible. Nadie debería juzgarte ni hacerte sentir vergüenza por esas cicatrices. Y si lo hacen, es que son unos canallas.

      –Es que… es muy duro, ¿sabes? –murmuró Layla, parpadeando para contener las lágrimas–. No había vuelto a ponerme un bañador desde que terminé la rehabilitación. Me encantaba nadar, pero incluso en la piscina de la clínica sentía que los demás pacientes me miraban como si fuera un monstruo.

      Logan le apartó un mechón de la cara y la miró muy serio, pero con ternura.

      –Tú no eres esas cicatrices; eres mucho más que eso. Muchísimo más.

      Layla acarició sus labios con las yemas de los dedos.

      –Quiero que me beses y que me hagas el amor. ¿Lo harás?

      Una sonrisa muy sexy se dibujó lentamente en los labios de Logan.

      –Será un placer.

      LOGAN tomó de nuevo sus labios con un beso que hizo que se desvanecieran las dudas y los temores de Layla. Luego bajó las manos a sus pechos, acariciándolos hasta que ella se encontró arqueando la espalda de excitación.

      Logan le quitó por fin los pantalones del pijama, dejando un reguero de besos por cada centímetro de piel que iba dejando al descubierto. Cuando llegó a las cicatrices, que surcaban la carne como arroyos, se mostró especialmente tierno, hasta el punto de que a Layla se le saltaron las lágrimas y se le hizo un nudo en la garganta de la emoción.

      Logan acarició la unión entre sus muslos con un lento movimiento de su índice.

      –Si no te gusta algo de lo que estoy haciendo o no te sientes cómoda, no dejes de decírmelo –le pidió con los ojos oscuros de deseo.

      –Me encanta lo que estás haciendo –murmuró Layla, que apenas podía hablar de lo excitada que estaba.

      Logan descendió beso a beso por su cuerpo, desde sus senos hasta su monte de Venus. Layla emitió un gemido ahogado y sintió como si las piernas se le volviesen de gelatina cuando Logan separó los pliegues de sexo con los labios. No sabía qué hacer: una parte de ella quería detenerlo porque le daba vergüenza que estuviera haciéndole esas cosas, pero otra no quería más que quedarse allí echada y disfrutar de cada instante de aquella exquisita tortura. Escogió lo segundo, y los labios y la lengua de Logan la catapultaron a un vórtice de placer que la hizo sentir mareada.

      Logan se incorporó y apoyó las manos en el colchón, a ambos lados de ella, para besarla en los labios. Luego volvió a bajar beso a beso desde su cuello hasta sus pechos, lamiendo y mordisqueando suavemente los pezones.

      Ella exploró con ambas manos –al principio con timidez, luego con más confianza– los contornos de su cuerpo, tan diferente del suyo. La erección de Logan era cada vez mayor, y su respiración se tornó más agitada con cada una de sus caricias, hasta que ya no pudo más y se colocó entre sus muslos para poseerla, apoyándose en los codos.

      –Aún no es demasiado tarde –le dijo–. Podemos parar si no quieres que siga…

      Layla lo interrumpió poniéndole un dedo sobre los labios.

      –Ni se te ocurra parar –le susurró–. Te necesito…

      Logan volvió a besarla con pasión y empujó suavemente su miembro hacia su sexo. Layla abrió un poco más las piernas. El deseo la había hecho olvidarse por completo de su timidez. Logan se introdujo despacio en ella, como conteniéndose.

      Layla arqueó la espalda y lo agarró por las nalgas para empujarlo contra sí. Logan se hundió un poco más en ella y sintió una pequeña punzada. Se mordió los labios para reprimir un gemido de dolor, confiando en que él no se diera cuenta. Sin embargo, sí debió darse cuenta, porque se detuvo.

      –¿Te he hecho daño? –le preguntó preocupado, mirándola a los ojos.

      –Por supuesto que no –repuso ella con una sonrisa, y le acarició la mejilla con la mano.

      Contuvo el aliento, rogando por que no se diera cuenta de que estaba mintiendo. No quería que parara; no cuando el deseo estaba consumiéndola por dentro como un fuego.

      –Iré un poco más despacio –dijo Logan–, pero si en algún momento no te sientes cómoda, por favor, dímelo.

      –Me

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