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de Inverness a Edimburgo.

      Su tono formal y el abrupto cambio de tema descolocó a Layla, y dejó sin respuesta algunas preguntas más que habría querido hacerle.

      Quería saber más sobre su relación con Susannah. En su adolescencia le había parecido que formaban una pareja idílica y había sentido celos del amor que se profesaban. De hecho, había soñado con que un día alguien la amase de esa manera, pero el descubrir que su relación no había sido tan maravillosa ni tan estrecha como había imaginado le hizo comprender por qué Logan era tan reacio a volver a embarcarse en una relación.

      En todo caso, ella sabía por propia experiencia que no por convivir muchos años con alguien podías decir que lo conocieras. Su padre siempre había sido un hombre difícil, iracundo y violento –sobre todo cuando había tomado drogas o estaba borracho–, pero nunca lo hubiera creído capaz de lo que había hecho: estampar contra un árbol el coche que conducía con su mujer y su hija, a las que supuestamente quería, a bordo.

      Se mordió el labio y trató de apartar de su mente aquel horrible «accidente» que había acabado con la vida de sus padres y había cambiado su vida para siempre.

      –Con eso del papeleo… –murmuró–… te refieres a un acuerdo prematrimonial, ¿no?

      –Es algo muy común hoy en día –le respondió él–. Espero que no te ofenda. Además, tienes que proteger tus bienes: tu negocio de limpieza, por ejemplo.

      Layla resopló.

      –Sí, claro, como si mis bienes pudieran compararse a los tuyos… Tú tienes oficinas en toda Inglaterra y en otros países de Europa. Yo dirijo mi negocio a través del teléfono –le contestó–. Cuando tu abuelo murió dejé la oficina que había alquilado en Edimburgo para venir a ayudar a tía Elsie. Me pareció que sería más fácil gestionar mi pequeño negocio desde aquí hasta que se hubiera aclarado lo de la herencia.

      –Siento que esto te haya ocasionado inconvenientes –dijo él mirándola con el ceño fruncido, como preocupado–. No tenía ni idea.

      Ella agitó la mano, restándole importancia.

      –Me alegré de volver. Flossie echaba de menos a tu abuelo y a tía Elsie le costaba hacerse cargo de todo ella sola.

      –Pero tu negocio va bien, ¿no? ¿Estás consiguiendo beneficios?

      Layla no estaba dispuesta a admitir delante de él, ni de nadie, cuántas veces su negocio se había encontrado en la cuerda floja. Sin embargo, tenía claro que no podía permitirse fracasar. Si fracasara quedaría patente que no era sino el producto de una infancia caótica: era la hija de un par de adictos, de unos padres que jamás habían tenido ambición alguna.

      –Me va bien –fue la vaga respuesta que le dio a Logan.

      –¿Cómo de bien? –inquirió él, clavando sus ojos en los de ella.

      Layla se movió incómoda en su asiento y bajó la vista a los restos que quedaban en su plato.

      –No es fácil encontrar trabajadores en los que puedas confiar –dijo–. Lleva tiempo establecer esa relación de confianza, saber que van a responder bien ante mí y ante mis clientes. En las casas a las que les envío a limpiar hay objetos de valor y efectos personales que no siempre están bajo llave, o en una caja fuerte, y a menudo mis clientes no están en casa cuando mi personal está haciendo su trabajo.

      Logan frunció el ceño.

      –¿No te aseguras de que tengan buenas referencias y que no tengan antecedentes antes de contratarlos?

      –Algunos de los jóvenes a los que contrato no pasarían ese filtro –dijo Layla–. Necesitan que alguien les dé una oportunidad, que no estén esperando siempre que la pifien. Mi filosofía es que primero hay que darles un voto de confianza, formarlos, y luego confiar en que eso hará que se esfuercen por no cometer errores ni meterse en líos.

      –Es muy admirable por tu parte, pero acabarás llevándote más de una decepción –le dijo él, con cierto cinismo.

      Layla levantó la barbilla, desafiante.

      –Mi visión de negocio no se centra en conseguir beneficios, sino en mejorar la vida de esas personas a las que doy trabajo. Personas a las que otros suelen prejuzgar. Sé lo mucho que puede ayudarte que alguien crea en ti. Es algo que… te transforma.

      Logan escrutó su rostro tanto rato que le costó no apartar la vista.

      –¿Es por lo que viviste en tu infancia? –le preguntó él–, ¿porque mis abuelos permitieron que te vinieras a vivir aquí con tu tía abuela?

      –Se está haciendo tarde –dijo Layla levantándose y poniéndose a recoger la mesa.

      Si dejaba que continuara aquella conversación, Logan seguiría haciéndole preguntas; preguntas que no quería responder.

      –Me ha parecido oír a Flossie arañando la puerta. Querrá que la saquemos.

      Logan le puso una mano en el brazo cuando fue a alcanzar su plato.

      –Deja eso –le pidió–. Quiero que hablemos. Hay muchas cosas que no sabemos el uno acerca del otro, y si queremos que nuestra relación parezca auténtica, deberíamos conocernos mejor.

      Layla bajó la vista a su mano y le lanzó una mirada incisiva.

      –¿Te importaría soltarme?

      Logan apartó su mano.

      –Mira, no conozco todos los detalles, pero sé que tuviste una infancia difícil –le dijo–. Y creo que es estupendo cómo has tomado las riendas de tu vida y has montado tu propio negocio, pero si necesitas ayuda, deberías dejar a un lado el orgullo –se levantó y añadió–: Y hay algo más que debo decirte: tendremos que casarnos en el extranjero, y cuanto antes. Según la legislación escocesa hay un periodo de veintiocho días de espera para la expedición de la licencia de matrimonio, y no tenemos tiempo que perder.

      –¿En el extranjero? –repitió Layla frunciendo el ceño–. Por favor, dime que no estás pensando que nos casemos en Las Vegas con un imitador de Elvis oficiando la ceremonia.

      Él sonrió divertido.

      –No, aunque he pensado que en vez de casarnos en un juzgado, que es algo bastante impersonal, podríamos decantarnos por una ceremonia sencilla en una playa de Hawái.

      Hawái… Aguas azules, arena, mujeres exhibiendo con orgullo su cuerpo en biquini… Justo lo que quería…, pensó Layla, contrayendo el rostro para sus adentros.

      UN PAR de días después de completar el papeleo en Edimburgo, Layla y Logan viajaron en clase business a la isla de Maui, en Hawái. La villa de lujo donde se iban a alojar durante su corta estancia estaba junto a la playa de la bahía de Kapalúa, una extensión de blanquísima arena, aguas de color turquesa y palmeras. Layla se sentía como si estuviera en un sueño en el que un atractivo multimillonario, que quería casarse con ella lo antes posible, la había llevado a un lugar exótico y paradisíaco.

      En ese momento, unos minutos antes de la ceremonia, se encontraba en el balcón de la hermosa villa, mirando el mar. Iba a casarse… Se le hacía tan raro…

      Cuando Logan apareció detrás de ella, se volvió y esbozó una sonrisa nerviosa. Él no parecía incómodo en absoluto, o al menos no se lo dejó entrever. Por su cara de póquer cualquiera habría dicho que iban a dar un paseo por la playa en vez de a casarse.

      Logan se levantó la manga para mirar su reloj de pulsera.

      –Ya solo faltan diez minutos –dijo.

      Layla asintió e inspiró profundamente antes de pasarse una mano por el estómago. Lo tenía todo revuelto.

      –¿No dicen que trae mala suerte que el novio vea a la novia antes de la boda?

      Logan

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