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él tenía dieciocho años. De hecho, él había aprendido de su padre todo lo que sabía y había hecho de esa pasión su carrera.

      El caso era que no tenía elección; si no quería que su irresponsable hermano se quedase con Bellbrae, tenía que casarse. ¿Y con quién mejor que con Layla Campbell, que había crecido allí, igual que él?

      Mentiría si dijera que no se había fijado en lo bonita que era. No era una belleza clásica, pero su largo cabello castaño, su blanca piel y sus ojos verdes grisáceos le daban un aire etéreo y la hacían tremendamente cautivadora.

      Además, si su hermano vendiese la propiedad, se perdería el legado de su abuelo y de su padre. Durante todos esos años Logan había pasado horas y horas sentado en el estudio de su padre, leyendo los mismos libros que él había leído y había escrito con la pluma que solía utilizar para poder sentirse un poco más cerca de él. Había sido su manera de aferrarse a su recuerdo.

      La relación con su abuelo no había sido tan estrecha como debería haber sido, pero el haber perdido a su padre en la adolescencia había hecho que detestara su forma anticuada de educar. No se había dado cuenta de que él no necesitaba que hiciera de padre suplente, que jamás podría sustituir a su padre. Lo había irritado tremendamente que su abuelo hubiera intentado controlar cada decisión que tomaba, cada cosa que hacía, e incluso con quién se relacionaba. Esa actitud asfixiante solo lo había hecho añorar aún más a su padre.

      Robbie lo había llevado aún peor, y él se había culpado de que su hermano pequeño se hubiera convertido en un rebelde. Había sido demasiado indulgente con él, y aunque lo había hecho en un intento por el autoritarismo de su abuelo, había sido un error. Claro que quizá siempre hubiese sido demasiado indulgente con su hermano. Desde que su madre los había dejado había intentado llenar ese vacío, pero estaba claro que había fracasado.

      Hacía poco había descubierto la magnitud del problema que Robbie tenía con el juego, un problema que le había llevado a acumular una deuda astronómica. Y en cuanto a Bellbrae, no, Robbie no estaba tan unido como él a aquel lugar, y sí, estaba convencido de que vendería al mejor postor el que había sido el hogar de su familia durante siglos.

      TIENES que negarte –le dijo a Layla su mejor amiga, Isla, por teléfono esa tarde–. O acabarás con el corazón roto.

      –Pero es que también me rompería el corazón que el hermano de Logan vendiera Bellbrae –replicó ella–. Es el único hogar de verdad que he conocido. Llevo catorce años aquí; es parte de mí. No podría soportar que pase a otras manos. Pertenece a Logan; no estuvo bien que su abuelo pusiera esa condición en su testamento.

      –¿Tienes idea de por qué lo hizo?

      Layla suspiró, dejando caer los hombros.

      –Logan había dejado muy claro que no tenía intención de volver a comprometerse. Perder a Susannah fue un golpe durísimo para él. Oí varias veces a su abuelo insistirle en que tenía que rehacer su vida, pero a Logan no le gusta que le digan lo que tiene que hacer. Y una vez ha tomado una decisión, no hay vuelta atrás.

      –Ya. ¿Y ahora ha decidido que tienes que casarte con él porque le conviene? –le espetó Isla con sarcasmo.

      –Bueno, en cierto modo fui yo quien le dio la idea, pero los dos amamos este lugar y sabemos lo impulsivo que Robbie puede llegar a ser. Él no está tan unido a Bellbrae como nosotros. Le parece un sitio aburrido, frío y demasiado aislado. Por eso tenemos que evitar que caiga en sus manos, aunque tengamos que renunciar a un año de nuestras vidas con ese falso matrimonio.

      –¿Y seguro que solo será un matrimonio sobre el papel? –inquirió Isla–. Porque Logan tiene sangre en las venas y tú eres joven y guapa. ¿No te parece que vivir bajo el mismo techo podría complicar las cosas?

      Layla dejó escapar una risa forzada.

      –Eso de que soy guapa es mucho decir. Además, no me imagino a Logan sintiéndose atraído por mí. No soy precisamente su tipo. De hecho, dudo que sea el tipo de nadie.

      –Eres demasiado dura contigo –replicó Isla–. No deberías dejar que las secuelas del accidente te hagan sentirte menos atractiva. Y sí, a veces puede pasar que un par de amigos acaben siendo algo más. No ocurre solo en las novelas románticas.

      –No sabría muy bien cómo describir mi relación con Logan –respondió Layla–, pero me parece que «amistad» le va un poco grande. Somos educados el uno con el otro y guardamos las distancias, y a veces creo que ni siquiera me ve cuando pasa a mi lado, igual que si fuera un mueble.

      –Sea como sea espero que no acabe haciéndote daño –le reiteró Isla–. Me gustaría que fueras tan feliz como lo soy yo. Aún no puedo creerme lo maravilloso que es estar casada con Rafe, sabiendo que me quiere más que a nada en el mundo. Estamos tan ilusionados con lo del bebé. Estamos deseando que nazca.

      –Yo también me alegro mucho por vosotros.

      A Layla se le hacía difícil no sentir celos de la felicidad de su amiga. A pesar de que su relación con Rafe había tenido un comienzo difícil, el final no habría podido ser más feliz y ahora iban a tener un bebé. ¿Podría llegar ella a experimentar alguna vez esa felicidad?

      Logan estaba paseando por los jardines que rodeaban el flanco sur del castillo. Las hojas que habían perdido los viejos árboles crujían bajo sus pies. Los vivos tonos de rojo, bronce y amarillo en sus copas eran como salpicaduras de pintura en el paisaje. Para él, cada estación albergaba una magia especial en aquel lugar. Pero a menos que Layla accediera a casarse con él, tendría que decirle adiós a Bellbrae para siempre.

      Se detuvo para esperar a Flossie, la vieja perra de raza border collie de su abuelo. Estaba olisqueando entre las raíces de un anciano roble que sobresalían de la tierra como tendones.

      –¡Vamos, Floss! –la llamó, dándose unas palmadas en el muslo.

      La perra fue hacia él bamboleándose, con la lengua fuera y moviendo la cola. Logan se agachó para rascarle entre las orejas, y se le hizo un nudo en el estómago al pensar qué sería de ella si Bellbrae acabara en manos de Robbie. La vieja perra no podría soportar que se la llevasen a vivir a otro sitio, y Robbie no querría quedarse con ella.

      Cuando se incorporó de nuevo vio la esbelta figura de Layla a lo lejos, entre los árboles. En ese momento, como si hubiese sentido su presencia, giró la cabeza, y al verlo se arrebujó en su abrigo y echó a andar hacia él.

      –Estaba buscando a Flossie –dijo, echándose el pelo hacia atrás por encima del hombro–. Me preocupaba que hubiera salido sola y se pudiera perder.

      Logan echó a andar también hacia ella para que Layla no tuviera que sortear las traicioneras raíces de los árboles que sobresalían del suelo.

      –La he sacado para que se aireara un poco; perdona por haberte preocupado –le respondió, deteniéndose cuando se encontraron a medio camino. Se giró un momento para mirar a Flossie, que se acercaba renqueando–. La pobre está ya muy torpe, ¿verdad?

      Cuando Layla se acuclilló para acariciar al animal, su cabellera se desparramó hacia delante, y Logan se sintió tentado de alargar la mano para tocar su pelo y averiguar si era tan sedoso como parecía. No, tenía que contenerse, se dijo apretando los puños. Si Layla aceptaba casarse con él, sería un matrimonio únicamente sobre el papel.

      –Sí, dio un bajón tremendo después de que tu abuelo falleciese –respondió ella–. Lo echa de menos, ¿verdad que sí, bonita? –le susurró con cariño al animal, acariciándolo de nuevo. Se incorporó y, mirando a Logan a los ojos, añadió–: Todos lo echamos de menos.

      Por un momento Logan se preguntó si su abuelo no habría planeado aquello desde el principio: un matrimonio entre Layla y él. Había pasado mucho tiempo con ella durante sus últimos meses de vida. Y le había hecho ese préstamo que ella había mencionado. De hecho, había sido Layla quien había sugerido lo del matrimonio

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