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      –Pero tú no quieres casarte.

      La mirada de Logan se ensombreció, y se volvió una vez más hacia la ventana.

      –No.

      El tono tajante de ese «no» hizo que a Layla se le encogiera el corazón. Seguramente era incapaz de imaginarse casándose con otra mujer que no fuera Susannah. Si ella pudiera encontrar a alguien que la amara de esa manera…

      –¿Y un matrimonio de conveniencia? –le sugirió–. Solo tendría que durar el tiempo justo para que se cumpliesen las condiciones del testamento.

      Él enarcó una ceja, y le preguntó con sarcasmo:

      –¿Te estás ofreciendo voluntaria?

      A Layla se le encendieron las mejillas, y se agachó para disimular su azoramiento, haciendo como que reorganizaba las cosas de su cesta.

      –Pues claro que no.

      Su voz, entremezclada con una risa vergonzosa, había sonado aguda y forzada. ¿Ella? ¿Casarse con él? Nadie querría casarse con ella, y mucho menos alguien como Logan McLaughlin.

      Un extraño silencio cayó sobre la sala. Logan fue hacia ella, y Layla levantó la vista lentamente cuando se detuvo a su lado y lo miró con el corazón palpitándole con fuerza. A sus treinta y tres años, Logan estaba en su mejor momento: rico y con talento –se había convertido en un paisajista de renombre mundial–, no se podría encontrar a un soltero más cotizado… ni a uno tan reacio como él a comprometerse.

      –Piénsalo, Layla –le dijo.

      La nota ronca en su voz la hizo estremecer. No podía negar la atracción que sentía por él. ¿Estaba burlándose de ella? Era imposible que viera en ella a alguien con quien casarse, aunque solo fuera por conveniencia y de manera temporal.

      –No seas ridículo –replicó incorporándose.

      Cuando Logan le puso la mano en el hombro, sintió que un cosquilleo le recorría el brazo y tragó saliva.

      –Hablo en serio –le dijo él, clavando su intensa mirada en ella–. Si quiero evitar que Robbie venda Bellbrae, necesito una esposa, ¿y quién mejor que alguien que ama este lugar tanto como yo?

      Layla retrocedió un par de pasos.

      –Estoy segura de que encontrarás a otra persona más apropiada para que sea tu esposa.

      –Layla, no estoy hablando de un matrimonio de verdad –le recordó Logan en un tono condescendiente, como un profesor dirigiéndose a un alumno torpe–. Solo sería un matrimonio sobre el papel, y duraría un año como máximo. Y tampoco tendríamos que organizar una gran boda; podría ser una ceremonia discreta, solo con los testigos necesarios para hacerlo legal.

      Layla apretó los labios y apartó la vista un momento.

      –Pero… ¿no te preocupa lo que pueda decir la gente? –dijo, alzando la vista de nuevo hacia él–. Tú eres un terrateniente y yo solo una chica huérfana, pariente del ama de llaves. Nadie me consideraría un buen partido para ti.

      Logan frunció el ceño.

      –¿Por qué eres tan dura contigo misma? Eres una joven hermosa; no tienes nada de lo que avergonzarte.

      Una ola de calor la invadió. Eso no era lo que le decía el espejo. Claro que Logan no había visto la magnitud de sus cicatrices.

      –¿Y cuando el año termine?

      –Haremos que anulen el matrimonio y volveremos a nuestras vidas.

      Layla se secó las manos, que de pronto estaban sudorosas, en los pantalones. Si accediera a aquel matrimonio, tendría que convivir con él durante un año entero… No es que fueran a dormir juntos ni nada de eso, pero…

      –No espero que lo hagas a cambio de nada –añadió Logan–. Te compensaría generosamente, por supuesto –dijo, y le ofreció una cifra que hizo que se le abrieran los ojos como platos.

      Habría estado dispuesta a hacerlo gratis para salvar Bellbrae, pero con ese dinero podría ampliar su negocio de limpieza. Podría contratar a más empleados para centrarse solo en la gestión. Levantó la barbilla, esforzándose por mostrar una compostura que no sentía en absoluto en ese momento.

      –Me gustaría que me dieras un día o dos para pensarlo.

      La expresión de Logan apenas varió, pero a Layla le pareció que respiró aliviado al escuchar su respuesta.

      –Por supuesto. No es una decisión menor, que se deba tomar a la ligera, lo cual me recuerda que hay algo importante de lo que tenemos que hablar antes de nada.

      Layla sabía por dónde iba, y la irritó que la considerara tan ingenua como para pensar que podría acabar enamorándose de ella. Ella no era Jane Eyre ni lo veía a él como el señor Rochester. Aunque lo encontraba tremendamente atractivo y se le disparase el pulso cuando lo tenía cerca, jamás se permitiría encapricharse de él.

      Enarcó las cejas y le dijo burlona:

      –¡Ah!, ¿de que no me haga ilusiones, pensando que te enamorarás perdidamente de mí?

      –Lo último que querría es hacerte daño –le dijo Logan–. Los dos amamos este lugar, pero eso no implica que vayamos a acabar enamorándonos.

      Layla esbozó una sonrisa forzada, pero sintió una punzada en el pecho al oírle decir eso. Pues claro que jamás se enamoraría de ella… ¿Por qué iba a enamorarse de ella? Sin embargo, que desechase incluso aquella posibilidad de un plumazo, había sido como una bofetada a su ego femenino.

      –Me ha quedado claro, no te preocupes.

      Logan asintió levemente.

      –Vamos, te acompaño abajo –le dijo–. Deja, ya te la llevo yo –dijo inclinándose al mismo tiempo que ella para recoger la cesta.

      Las manos de ambos se rozaron al intentar asir el mango, y Layla sintió que un cosquilleo eléctrico le subía por el brazo. Al apartar la mano se incorporó tan deprisa que perdió el equilibrio, y se habría caído si no hubiera sido por los rápidos reflejos de Logan, que la agarró del brazo para sujetarla. Cuando sus dedos se cerraron en torno a su muñeca, una nueva ola de calor la invadió.

      Sus ojos se encontraron. Estaban tan cerca que Layla podía oler su aftershave, una mezcla de lima, pino y cuero. Y sus labios… El corazón le dio un brinco en el pecho, el estómago le dio un vuelco. No debería haber mirado sus labios, pero es que era como si una fuerza magnética atrajera su mirada. Se preguntaba cómo sería sentir esos labios contra los suyos. Le gustaría tanto que la besara…

      –¿Estás bien? –le preguntó Logan, casi en un susurro, con esa voz aterciopelada.

      Layla esbozó una sonrisa temblorosa.

      –Estoy bien, gracias –murmuró, apartándose de él–. Iré a preparar tu habitación –le dijo, imprimiendo brío a su voz–. Porque imagino que te quedarás una o dos noches, ¿no?

      –Depende.

      –¿De qué?

      –De la decisión que tomes –contestó él, sosteniéndole la mirada.

      –¿Y si mi respuesta fuera no?

      Logan apretó la mandíbula y un brillo amargo relumbró en sus ojos.

      –Pues me temo que tu tía y tú no podréis seguir viviendo aquí; no si Bellbrae acaba en manos de Robbie.

      Cuando Layla se hubo marchado, Logan exhaló un suspiro. Lo último que se habría esperado de su abuelo era que le impusiese como condición encontrar una esposa para heredar Bellbrae. Una esposa… cuando había decidido siete años atrás, después del suicidio de su prometida, que jamás se casaría…

      Fue de nuevo hasta la ventana, y se quedó allí de pie, pensativo. El corazón se le encogía de solo pensar que pudiera

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