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      Sobrecogiéronse las damas, y en voz queda, contenida, cual si viesen asomar, como María Antonieta por las ventanas del Temple, la cabeza de la Lamballe, clavada en una pica, comenzaron a hablar de la guillotina... Morir las aterraba. ¿Qué sabían ellas lo que era morir? Tan sólo lo comprendían en el Teatro Real, dejándose caer poco a poco en la poltrona de Violeta Valery, cantando al compás de la orquesta y en los brazos de Alfredo: ¡Addio d'il passato!

      La duquesa dijo con voz desfallecida que ella había visto en Londres, en la galería de madame Toussaud, la guillotina misma en que murió Luis XVI. La señora de López Moreno se llevó la mano a su gordo pescuezo, como si ya sintiese allí el filo de la fatal cuchilla. Leopoldina Pastor no se asustaba: de morir ella, moriría como Carlota Corday, despachando antes media docena de indecentes, como Marat. Carmen Tagle dio un suspiro, sacó un poquito la lengua y preguntó si aquello dolería mucho.

      —Tan sólo se siente un ligero frescor—contestó a lo lejos una voz cavernosa.

      Volviéronse todos asustados, creyendo encontrar la sombra de Robespierre, que venía a comunicarles el dictamen de su experiencia.

      Tan sólo vieron a don Casimiro Panojas, sonriente, apretándose con una mano el gaznate, rompiendo con la otra el rabo de un conejito de porcelana de Sajonia que, entre mil costosas baratijas, adornaba una mesa. Distraído siempre el buen señor, trituraba de continuo lo que cogía al alcance de sus dedos de espárrago, y a estos destrozos sin cuento de muebles y cachivaches debía el apodo de el Ciclón Literario.

      Riéronse todos; y la salida del académico, que no era otra sino el informe de Guillotín a la Asamblea francesa sobre su terrible invento, vino a aclarar algo la sombría atmósfera. Una racha viviente, un huracán femenino que apareció en la puerta, acabó de despejarla del todo; entró Isabel Mazacán, con su paso de Diana cazadora, alta la cabeza, altiva la mirada; demasiado señoril para cocotte demasiado desvergonzada para gran dama.

      Besó a la duquesa, quitóse un guante, bebió dos sorbos de té...

      —Butrón, un cigarro—dijo, y con el aplomo de un veterano, de repente, sin preámbulos, hizo estallar esta bomba:

      —Está nombrada la camarera mayor de Palacio.

      La sorpresa hizo saltar de sus asientos a damas y caballeros, y desapareció como por ensalmo la jaqueca de la duquesa.

      —¿Quién es?...

      —Pero ¿quién podía ser?...

      Porque ¿quién podía ser, en efecto, si la gran habilidad de las señoras alfonsinas había estado en desairar a la reina María Victoria, dejando vacante el cargo de camarera mayor, que exige como requisito indispensable la grandeza de España, y es de suyo tan alto y delicado que no recibe, sino presta autoridad a la persona misma de la reina?...

      —¡Bah!—exclamó al cabo la duquesa—, alguna coronela de Alcolea...

      —Alguna burguesa distinguida—dijo Carmen Tagle.

      —Miss Zaeo, artista ecuestre—opinó Gorito Sardona.

      Y Paco Vélez, en crudo, sin repulgos, sin que ninguna dama se espantase, ni ningún caballero le cruzara el rostro de una bofetada, añadió:

      —Paca la alta... artiste anonyme...

      Angelito Castropardo, en pie detrás de la gorda López Moreno, la designaba con gesto picaresco, guiñando un ojo como si preguntase si era ella; mas la Mazacán, con mucha pausa y sin que la voluminosa banquera pudiese comprender por la expresión de su rostro qué decía, ni a quién hablaba, le contestó, subrayando las palabras:

      —No es gorda de España... Es grande de España.

      Recrudecióse la sorpresa con asomos de indignación, y hasta el mesurado diplomático contrajo sus pellejos de conejo, exclamando:

      —¡Imposible!... ¡Imposible!...

      —Será alguna grande de provincia... Alguna indecente que nosotros no conocemos—dijo Leopoldina Pastor.

      —No, señor; es grande de la corte, y de la cepa... y me extraña no encontrarla aquí...

      —¿Aquí?—gritó la duquesa irguiéndose amenazadora.

      Y revolvió los ojos en todas direcciones, como buscando debajo de alguna mesa o en lo alto de algún étagére a la nueva camarera.

      —Pero ¿quién es?... ¿Quién es?—gritaron todos.

      Isabel Mazacán dejaba escapar una sonrisita maliciosa, como quien saborea un triunfo anticipado; presentó una copa a Paco Vélez para que se la llenase de whisky, vacióla de un trago, y acabó al fin de soltar la bomba.

      —Curra Albornoz—dijo.

      Lo enorme de la afirmación destruyó su efecto. Un «¡bah!» general de incredulidad brotó de todos los labios, y la duquesa se hundió de nuevo en las profundidades de su chaise-longue, exclamando:

      —¡Eso es una canard!

      —¡Sí, señor!... ¡Un camelo!—añadió Gorito muy indignado.

      Tocóle la vez de enfurecerse a Isabel Mazacán, y mientras el viejo Butrón disimulaba un repentino sobresalto, como si juzgase aquel nombramiento cosa de grave peligro, dijo ella muy contrariada por el fiasco de su noticia:

      —Pues, señor, ¡me pasmo de su pasmo de ustedes!... ¿A qué viene ese espanto?... ¿Acaso Curra ha tenido alguna vez vergüenza?

      —¡Eso es otra cosa!—replicó con fresquísima naturalidad la duquesa—. Pero la enormidad que tú le atribuyes sería peor que una culpa; sería una pifia...¡Camarera mayor de la Cisterna!... ¡Qué ridiculez!...

      —Mira que lo sé de buena tinta...

      —Vamos, mujer, dilo sin miedo, que ninguna de nosotras se ha de poner colorada—exclamó María Valdivieso con la intención de un toro de ocho años—. ¿Te lo ha dicho García Gómez?...

      La Mazacán titubeó un momento, y sin ruborizarse tampoco por las comentadas intimidades que con el lindo ministro tenía, dijo al cabo:

      —García Gómez me lo ha dicho.

      —¡Pues aunque lo diga San García Gómez no lo creo!—replicó impertérrita la duquesa—. Necesitaría yo verla en el coche de la Cisterna para comprender.

      —Ya lo irás comprendiendo, mujer, no te apures—la interrumpió Isabel Mazacán con mucha sorna—. ¿Te acuerdas de que Currita estaba en París cuando la abdicación de la reina? ¿Te acuerdas de que nadie se acordó de invitarla a la ceremonia?... Bien se guardó ella de decirlo; pero su marido, ese Villamelón, que tiene más de melón que de villa, lo dejó escapar una noche en casa de Camponegro... ¡Pues ahí tienes la madre del cordero!... Ella no ha perdonado el desaire, y quiere ahora sacarse la espina; porque, ¡pásmate, Beatriz, pásmate!... Ni aun siquiera le han ofrecido el cargo; ¡ella, ella es quien lo ha solicitado!...

      Horrorizáronse todos, y la Mazacán continuó:

      —Verdad es que se hace pagar carillo, porque ha sacado seis mil duros de sueldo, y...

      —¿Seis mil duros de sueldo?... ¡Qué barbaridad!... Pero si ningún sueldo de Palacio pasó nunca de tres mil duros...

      —Pues para Curra pasa de seis mil, porque, además de ellos, se ha sacado también...

      Aquí intercaló la amiga de García Gómez una risita de todos los diablos, y añadió muy despacito:

      —...la Secretaría particular de don Amadeo, para ese Juanito Velarde, que es ahora su consejero íntimo.

      —¿Velarde?—exclamó Pilar Balsano muy sorprendida—. ¡Yo nada sabía!...

      —¿Ahora

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