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de ti. Todos ellos se comportan como si tú no existieras. Pon en marcha todas tus habilidades detectivescas, fíjate en qué tipos de comportamiento aprueban y empieza a mostrarte justo así. Como coach ejecutivo, suelo destacar que adoptar el lenguaje metafórico de alguien, enmarcar ideas en el contexto que tú y esa persona conocéis y después transmitirlas utilizando esa clase de lenguaje en una reunión o en un correo electrónico dos semanas después produce un resultado positivo casi inmediato a tu favor. Incluso aunque no tengas pensado alterar tu estilo personal o tus hábitos laborales a largo plazo, el experimento te demostrará que cualquier cosa que digas o hagas influye en todas tus relaciones, mucho más de lo que puedas llegarte a imaginar.

      Complace a la gente y te ganarás su reconocimiento. Debes distinguir entre lo que tu i-jefe percibe como comportamiento positivo y negativo. Sin pasarte, verás que los comportamientos negativos y positivos convertirán a aquellos que se creen invisibles en visibles. Si no captas la atención de tu i-jefe, nunca te ganarás su reconocimiento ni su apremio: todo tu trabajo caerá en una zona muerta.

      Los jefes idiotas suelen carecer de imaginación o, en caso contrario, se conciben a sí mismos como unas personas mejores y más gloriosas de lo que lo son en realidad. Esta deficiencia, sumada a la restricción del campo visual en forma de efecto túnel que todos los jefes idiotas padecen, simboliza el barco que se hunde incluso antes de haber llegado a chocar contra un iceberg.

      Si deseas más atención, sólo debes decir o hacer cosas que garanticen la atención idiota por parte de tu jefe. Además, debes exagerarlas para cerciorarte de que tu jefe no las pase por alto. Si intentas impresionar a tu i-jefe regando las plantas de la oficina, hazlo con la manguera antiincendios que cuelga junto al ascensor. Si quieres que tu jefe se dé cuenta de que estás pasando la aspiradora por la moqueta, extrae el silenciador del aparato para que el ruido ensordezca a los trabajadores de la primera planta; después, da un par de vueltas corriendo alrededor de su escritorio.

      Conviértete en una persona influyente

      Un antiguo jefe ejecutivo de la también antigua marca de detergentes Maytag me confesó que cuando le contrataron como administrador no se atrevía a tomar un café en la oficina porque su despacho estaba al otro extremo del pasillo. Para llegar al cuarto de baño tenía que cruzar todo el corredor y pasar por delante del despacho de Fred Maytag Junior, y no quería que el nieto del fundador (que en aquel momento era el presidente de la empresa) le viera visitando al Sr. Roca muy a menudo. Así que dejó de tomar café por la mañana. ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar para mejorar tu situación? El ex cafetero estaba intentando evitar causar una impresión negativa. Yo te sugiero que desarrolles y emplees ciertas tácticas para generar de forma intencionada y sistemática la impresión deseada. Aquí tienes algunas:

      • Si estás dispuesto a cuidar las plantas de la oficina, hazlo cuando tu jefe pueda ser testigo de ello, pero sólo si ese tipo de comportamiento juega a tu favor.

      • Si ves algo tirado en el suelo, recógelo, pues nunca sabes quién te está vigilando. Si tienes la oportunidad de patrullar la zona cuando tu jefe está presente, haz una demostración razonable y creíble. Hazle ver que eres lo que Disney llamaba un personaje de un «espectáculo soberbio».

      • Si se presenta la oportunidad de echarle una mano al jefe con cualquier asunto, desde ayudarle a cargar con una pesada caja hasta reiniciar el ordenador, ofrécete voluntario. Recuerda las «C» asesinas y haz exactamente lo contrario: no critiques, culpes, combatas y chulees al jefe.

      • Trae pastelitos de vez en cuando y, si lo haces, no dejes la caja en la zona de cafetería y ya está. Pasa por delante del despacho de tu jefe, abre la caja y dile: «Tienes una opción preferente antes de que los deje en la cafetería para las masas».

      • Si tu jefe expresa su frustración con una situación en la que puedes aportar una solución razonable, ofrécele tu ayuda. No muestres una actitud prepotente porque empeorarás su inseguridad; en cambio, haz alguna sugerencia en forma de pregunta: «¿No crees que te sería de gran ayuda que…?» o «¿Qué tal si intentamos…?».

      • En cualquier momento y situación, sé positivo. No seas exagerado y no aturdas a la gente hasta el punto de que tengan ganas de vomitarte encima, sino simplemente sé positivo: eso significa encontrar maneras de llevarse bien con gente complicada, saludar a los superiores de tu jefe con actitud optimista y asegurarte de que este sabe que formas parte del equipo.

      • Llega temprano y márchate tarde. Si no quieres que tu vida familiar se resienta por ello, no les des la tabarra a los tuyos con la propuesta que se te acaba de ocurrir en casa y madruga para llegar pronto a la oficina y trabajar en esa idea.

      Que consigas trabajar a gusto con tus compañeros o con las personas en posición de poder depende de una actitud, de la tuya en concreto. «Pero, Dr. Hoover – replicarás–, tengo problemas serios y necesito soluciones del mismo tenor». Estoy de acuerdo. He estado en la misma posición que tú, haciendo eso, y conservo aún la alfombrilla del ratón para demostrártelo. Da igual lo mala que sea tu situación, la solución empieza en tu cabeza y está en tus manos. Piensa en cómo puedes convertirte en una influencia positiva para el ambiente que se respira en tu oficina. Pero, tal y como Jack Welch dijo una vez, diviértete un poco.

      Si crees que ordenar la cafetería mientras tu jefe te mira o que ofrecerle los primeros pastelitos es un poco cursi es que no entiendes su funcionamiento cerebral. Henry Ford aseguró que estaría dispuesto a pagar más dinero por la capacidad de una persona de llevarse bien con sus compañeros que por cualquier otra cualidad de un gerente. Si crees que dejar de lado el resentimiento y la hostilidad y sustituirlos por una conducta útil a la par que positiva es algo propio de boyscouts significa que no te estás tomando muy en serio la idea de mejorar tu atmósfera laboral (dicho en otras palabras: tu carrera profesional). No existe una forma más eficaz de impresionar a un jefe que ser su apoyo, ni nada más deprimente para este que un detractor. Hasta un idiota sabe esto.

      Piénsalo de otro modo y considera la conclusión lógica de todo lo anterior. Es tu oficina la que estás ordenando. Te gusta tener esas plantas animando la vida laboral, al igual que al resto de la gente. Un jefe contento, idiota o no, es clave para un entorno laboral agradable. Sé honesto y trata de ver las cosas como son. Hacer todas esas cosas, por muy tontas que puedan parecer, para cambiar tu actitud y mejorar tus condiciones laborales. ¿Acaso no vale la pena?

      «C» asesina n.º 4: chulear al jefe

      Provocar o chulear al jefe se ha convertido en el pasatiempo nacional para muchos trabajadores, por encima incluso del fútbol. Algunas personas están atrapadas en ese espacio en que el jefe es el enemigo y no pueden pasar ni un solo día sin aludir irónicamente a la persona que está al mando, con independencia de quién sea o de las circunstancias que le rodeen. Cuando tú y yo nos damos cuenta de que el jefe vive en una especie de jaula – atrapado, por un lado, entre nosotros, sus empleados, y los problemas que esperamos que solucione, y, por otro, por los conflictos que sus superiores esperan que solucione por ellos–, sólo tenemos dos opciones.

      La primera es pasarnos nuestro tiempo productivo golpeando los barrotes de la jaula de nuestro jefe con palos para atormentarle aún más. Pocas personas harían esto abiertamente a menos que tuvieran apoyándolas un poderoso colectivo que negociara acuerdos de mejoras laborales. Pero incluso eso ya no es lo que era. Desde luego, puedes estar tranquilo si tu jefe trabaja para tu tío Billy o, mejor aún, para papá. Si ninguno de los anteriores es tu caso, provocar o chulear al jefe puede ser algo bastante peligroso. La segunda opción es darse cuenta de que la presión a la que está sometido tu jefe es una oportunidad para ti: aprovéchala, afloja las cuerdas y ponte en su lugar. Aunque un i-jefe probablemente no aflojaría las cuerdas como lo harías tú por él, no te olvides de que hay ojos puestos sobre ti y que uno jamás puede no comunicarse. Si alguna vez has leído alguna fábula de Esopo, recordarás que Androcles salvó su vida tras arrancar una espina de la zarpa de su enemigo natural, el león. Si alguna vez has llegado a creer que el jefe es tu enemigo natural, da la vuelta a esto de forma deliberada y empieza a actuar con amabilidad y a ofrecer tu ayuda. ¿Demasiado tierno para ti? Llámalo interés propio.

      En

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