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más alto – comenta uno de los que balbuceaban, cuya voz, de repente, suena alta y clara–. No te oímos.

      Molestos por tal interrupción, mis instintos me empujan a atacarle con una mezcla tóxica de sarcasmo e indirectas para poner en entredicho su inteligencia y, en caso que esté muy, muy irritado, la de sus antepasados. Eso es lo que hacemos aquellos que nos consideramos superlistos, los que orbitamos alrededor de la estupidez. Cuestionamos la inteligencia de los demás, sobre todo después de que nos hayan pillado haciendo o diciendo alguna tontería. Eso es lo que yo llamo cháchara enfermiza y por eso hablo de un proceso de rehabilitación. Al menos ahora puedo controlarme antes de lanzar una piedra. Casi siempre.

      De forma instintiva me agacho para recoger piedras y formular una pregunta envenenada que lanzaré como un dardo como «¿Alguien ha olvidado tomarse su medicación esta mañana?». Pero ahora soy capaz de retomar el control antes de abrir la bocaza y soltar alguna lindeza. En ese momento, cuando la piedra está a punto de impactar contra mi objetivo, la realidad cae sobre mí como lluvia ácida, devorando todas mis pretensiones. Estaba murmurando; me declaro culpable del delito. Si estoy en una reunión de idiotas en rehabilitación, tratando de librarme de las ideas y comportamientos que han limitado mi potencial personal y profesional durante todos esos años, ¿por qué sigo murmurando? El ácido corroe otra capa y decido compartir mi mala conciencia con el grupo.

      – Aprendí que vivir en una casa de cristal no es una buena idea si piensas lanzar piedras contra ella.

      – Qué original – dice el Sr. Susurros, sotto voce.

      No tardo en recoger otra piedra e inspirar, no para calmar los nervios, sino para tener el oxígeno suficiente para gritar a pleno pulmón. Y justo entonces me doy cuenta de que los demás le están mirando fijamente.

      – No interrumpas más – regaña una mujer–. Ya conoces las normas.

      «Sí –pienso para mí–. Eso».

      Siento un gran alivio y me noto cómodo, protegido, pues alguien ha dado la cara por mí y le he importado. De inmediato, la ira se desvanece de mi cuerpo y el Sr. Susurros me produce compasión. El tipo se deja caer en la silla plegable de metal y recoge el vaso de espuma de poliestireno del suelo. Cuando veo que alguien se pone de mi lado y se preocupa por mí, todos los pensamientos tóxicos se esfuman y una tremenda curiosidad por conocer a los demás ocupa su lugar. Incluso empiezo a preguntarme cómo soy. Tu jefe idiota también necesita sentir que alguien lo apoya, le guarda las espaldas y lo defiende. Nunca te olvides de que él y tú sois, por encima de todo, seres humanos y, sin duda, él o ella responderá igual que tú a ciertas situaciones o sentimientos. Esto es fundamental porque cuando sientes que nadie te apoya ni te valora, tiendes a mostrarte más quisquilloso y desconfiado. Tu jefe idiota hace exactamente lo mismo.

      Busca formas de apoyar a tu jefe idiota, sobre todo en momentos de incertidumbre y duda. Al hacerlo, se sentirá de la misma manera que yo cuando esa mujer me defendió de mi detractor delante de todo el grupo; hice una nueva mejor amiga. Intenta recordar la última vez que alguien se puso de tu lado y lo gritó a los cuatro vientos, en especial cómo te sentiste. Puedes provocar esa sensación en tu jefe: inténtalo y ya verás como la tensión se evapora. Envíale un correo esperanzador, coméntale en el pasillo lo bien que ha manejado una situación y felicítale por ello. Sin embargo, no te excedas: mantente dentro del contexto laboral y, sobre todo, no endulces demasiado tus palabras.

LAS «C» ASESINAS

      Es preferible dejar a un lado las cuatro «C» asesinas (criticar, culpar, combatir o chulear al jefe), si quieres mejorar tu relación con tu i-jefe. Quizá te parezca divertido dar rienda suelta a estas cuatro acciones y, a la larga, incluso justo por todo lo que tu jefe te ha hecho sufrir. Pero al final eres tú el que resultará herido. Al final, literal y figuradamente. Una satisfacción con retraso es la palabra clave aquí, con una demora suficiente para que sustituyas estas fantasías de blandir una espada justiciera por un plan sólido para engendrar y mantener un entorno saludable en el que puedas navegar con serenidad, sin importar las tormentas tropicales que tu jefe esté dispuesto a descargar sobre ti.

      «C» asesina n.º 1: criticar al jefe

      Me encuentro con muchísima gente que está condicionada desde la infancia a detestar y desafiar cualquier clase de autoridad. Sinceramente: ¿cuántos de vosotros habéis tenido padres que os han transmitido la afabilidad, la tolerancia y el respeto por la autoridad como valores positivos de una persona? ¿Predicaban con el ejemplo además de daros la charla? ¿O exponían sus problemas con el jefe durante la cena familiar? ¿Se producía un subtexto de venganza y revolución que jamás llegó a articularse en voz alta pero que, sin embargo, era entendido así por todos?

      Formamos parte de una sociedad que convierte canciones como You can take this job and shove it (Métete el trabajo donde te quepa) en un auténtico éxito de ventas. ¿Cuánto crees que vendería una canción titulada Me encanta mi trabajo y haré lo que pueda para conservarlo? ¿Dónde está la resonancia con el espíritu asediado e intimidado del trabajador? Sin importar si vestimos traje y corbata o mono de trabajo, cargamos con un legado que, de vez en cuando, asoma la cabeza en nuestra cultura en forma de película, como Trabajo basura, de serie televisiva, como The Office, o de tira cómica, como Dilbert. Si esto no fuera cierto, ya habrías dejado este libro en la estantería o tal vez lo habrías puesto a la venta en eBay.

      No muerdas el anzuelo: no te enzarces en conversaciones que tu jefe pueda oír desde el despacho y que exigen un control de daños posterior. Cuando veas que estás a punto de entablar una conversación basada en el tema «C» con amigos, familiares, compañeros de trabajo o perfectos desconocidos, da media vuelta y aléjate de ese maldito lugar lo antes posible.

      No permitas que tu reputación se aparte del camino del éxito y para ello:

      1. Cambia el tema de conversación hacia uno de los retos empresariales a los cuales estés enfrentándote en el mercado. Es muy fácil caer en la costumbre de despotricar del jefe en vez de fijarse en quién se levanta cada mañana con el objetivo expreso de dejarte sin trabajo, es decir, tu competencia.

      2. Supera la oferta y reconduce la charla hacia la economía mundial o doméstica. Es mejor nadar entre esas aguas y, además, resulta un tema de conversación muchísimo más interesante a largo plazo. En otras palabras, céntrate en un panorama más general.

      3. Admite que muchos aspectos de la vida son desafiantes y exigen un gran esfuerzo. ¿Qué tienen de nuevo? De manera educada, rechaza la invitación de insultar a tu jefe (o al jefe de otra persona) y propón otro tema de conversación. Por ejemplo, puedes decir que uno de tus principios vitales es hallar un modo en que todos ganen. Después desvía el debate hacia otra persona de la conversación.

      Es un espejo, no una ventana

      Antes de cruzar esa fina línea entre la idiotez activa y la recuperación, no entendía que considerar a los demás como papanatas fuera, en el fondo, una autocrítica. No quería que mi jefe dejara de ser un idiota, sino que quería ocupar su puesto y convertirme en el idiota alfa. No quería que mi jefe dejara de fastidiarme con impunidad: ansiaba tener el poder de fastidiarle a él y a los demás sin recibir ningún castigo. Mi misión no consistía en crear un ambiente laboral más agradable y saludable: codiciaba la autoridad para amargar la vida a los demás.

      Cuando por fin me di cuenta de que los demás sólo veían al idiota que era (y que sigo siendo), me sentí desnudo. Peor aún, tuve la sensación de haber estado viviendo dentro de un sueño en el que yo aparecía desnudo sin saberlo. Fue muy embarazoso, pero ¿qué puedo hacer ahora al respecto? Supongo que lo único posible es aceptar mi desnudez. Eso, o taparme las partes pudendas con unas hojitas. Construir otra casa de cristal con paredes más gruesas no funcionará, porque siempre habrá piedras más grandes y pesadas para hacerla añicos otra vez.

      Ahora puedo escribir sobre ser un idiota desde una posición de conocimiento, tal y como John Irving sugiere, porque caí en la trampa. Siguiendo mi propio plan para alcanzar el éxito, acabé en el desvío hacia la carretera de la idiotez absoluta.

      En

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