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a que te pongas en contacto conmigo en www.howtoworkforanidiot.com y desahogues tu rabia contra tu jefe idiota, le nomines para el premio de idiota del mes o incluso despotriques de este libro. Sin embargo, si piensas poner una queja, dudo mucho que expongas algo que no haya oído ya a estas alturas. Escribir este libro no es el primer error que cometo en mi vida.

      Lee sin prisa pero sin pausa, mastica la información y trágatela con cuidado.

      1. Confesiones de un idiota rehabilitado

      Esta no es una fábula empresarial que narra las aventuras de Barry, Larry, Frederica o Ferdinand mientras navegan por las traicioneras aguas del liderazgo o cultivan el equipo perfecto de gran rendimiento. El número de fábulas que ha acumulado la publicidad empresarial es más que notable. Los cuentos y las parábolas son unas herramientas de enseñanza maravillosas y, de hecho, pueden ser muy útiles para muchas personas. Intentaré utilizar alguna fábula en mi próximo libro. Sin embargo, Cómo trabajar para un idiota es una advertencia urgente para todas aquellas personas que están sobre el alféizar de las ventanas de su oficina, listas para saltar y acabar con su existencia porque consideran que su vida en la oficina carece de sentido. Todas ellas se levantarán un día y descubrirán que han estado observando su rutina a través de una lente equivocada. Para todas estas personas, la idea de tener que realizar su trabajo para un jefe idiota durante el resto de su carrera profesional es como encontrarse al borde de un abismo, una situación desesperada.

      Esa persona podría haber sido yo durante la mayor parte de mi vida laboral y, si todavía piensas que tu jefe es el único culpable de las penas e infortunios en tu vida laboral, también podrías ser tú. Especifico lo de vida laboral porque ya traté el resto de la existencia en How to Live With an Idiot (Cómo vivir con un idiota), los mismos principios y normas de compromiso pero con distinta sede, expectativas y parámetros de conducta.

      Este es un libro sobre mí, pero también sobre ti. Trata de problemas y personas reales, y va de estar vivo frente a estar muerto. En concreto, es un libro dedicado a los muertos vivientes que han perdido la alegría que un día hallaron en su lugar de trabajo, pero que siguen apareciendo en la oficina cada día y cobran la nómina a fin de mes. También va destinado a personas tan enfadadas y molestas con los defectos de sus jefes que se han convertido en seres invisibles para sus compañeros de trabajo, que, en una situación diferente, podrían hacerles sentir vivos y llenos de energía. La ira es un factor importantísimo en la insatisfacción laboral, así que he decidido dedicar el último capítulo a este tema, titulándolo «Recalibrar expectativas, reconducir la ira».

      Hay un punto en que nuestro cargamento de expectativas respecto a cómo creemos que nuestro jefe debería tratarnos se estrella contra las rocas de la cruda realidad. La mayoría de lo que estás a punto de leer a continuación trata sobre aprender a nadar entre las olas de las expectativas que se rompen contra esas rocas de cruda realidad y de no ahogarse entre la espuma del mar.

      La promesa de este libro es que tú y yo podemos pasar el resto de nuestras vidas, en especial nuestra carrera profesional, con una sensación de paz y felicidad que surge tras aceptar las cartas que nos han tocado. Para jugarlas necesitamos conocer muy bien el juego; el dominio de este, junto con la dignidad, no incluye quejas, gimoteos ni cualquier tipo de ruidito fruto del resentimiento que podamos hacer mientras apretamos los dientes. Debemos estar presentes en la partida y mantener la esperanza de que alguien o algo cambie las reglas a nuestro favor.

      Las normas son las normas. Si pudiera cambiarlas, lo habría hecho mil veces, y las que puedo modificar, las modifico. Pero el comportamiento humano es como es y el papel del trabajo no ha sufrido cambio alguno desde que Adán y Eva mordieron algo más que una manzana, se vistieron, salieron a la calle y encontraron un trabajo de verdad. Tratar de abrirse camino en el mundo laboral de malas maneras y fingir que así es como realmente queremos que sea suele meternos en problemas a casi todos.

      Esto no quiere decir que nuestra vida laboral sea inútil. Todo lo contrario, hay un montón de razones para no perder la esperanza en un mañana mejor. Mientras sigamos anclados a una percepción retorcida y distorsionada de las relaciones laborales porque consideramos que así deben ser, estaremos apagando la llama de la vela de la esperanza. Tal como Theodore Roosevelt dijo una vez, se trata de empezar desde donde estamos, utilizando lo que tenemos a nuestro alcance y haciendo todo lo que esté en nuestras manos.

LA CRUDA REALIDAD

      Tener claro cómo la condición humana puede afectar las condiciones laborales es el primer paso. Todo empieza cuando uno se rinde y admite que quizá haya otra explicación además de la propia para entender el mundo. Mira tú por dónde, existen otras formas de trabajar y relacionarse con los compañeros de la oficina, muy distintas a las que hemos utilizado durante todos estos años. Además, también existe una gran verdad gobernada por un Poder Superior, el cual asegura que ha estado tratando de seducirnos, atraernos y persuadirnos para implantar estos mensajes en nuestros cerebros desde hace mucho, mucho tiempo. El Poder Superior conoce qué realidad nos conviene para nuestro propio bien, individual y colectivo. Con un poco de suerte, utilizaremos nuestra queridísima voluntad para alejarnos del rechazo y dirigirnos hacia la luz de la realidad.

      Si te pareces un poco a mí, habrás alcanzado récords mundiales de tozudez en tu empeño por resistirte a la sabiduría que tu Poder Superior ha intentado transmitirte en tantas ocasiones. Como coach ejecutivo, hago todo lo que está en mi mano para evitar imponer mi ignorancia a mis clientes, porque esa no es una aproximación muy hábil para ayudar a alguien a solucionar sus problemas o superar retos profesionales y personales. En cambio, procuro establecer un entorno seguro en el cual mis clientes puedan acceder a la sabiduría que ya poseen o enfrentarse a esa gran verdad. Si ellos me lo permiten, intento facilitarles, a través de preguntas algo peliagudas, una armonización entre lo mejor para ellos y lo mejor para la empresa que los ha contratado. En resumen, trato de alinear las habilidades de mis clientes con las necesidades de la empresa. Una asociación sana entre jefe y empleado supone el nirvana para ambos.

      Pero esto no resulta fácil. Ninguna relación que merezca la pena es sencilla, excepto en la fase de luna de miel, cuando la realidad brilla por su ausencia. Cuando dejamos de ver el mundo de color de rosa, la cesta de la colada empieza a llenarse de calcetines malolientes y ropa interior sucia, de forma que las expectativas iniciales irrealmente optimistas que ambos tenían, tanto a nivel profesional como personal, empiezan a agitarse como aguas turbulentas. Antes de que te des cuenta, aquella relación inicialmente armoniosa tanto en el campo personal como en el profesional se habrá convertido en la tormenta perfecta y las posibilidades de sobrevivir indemne al chaparrón son muy pocas. Es bastante más probable que la tormenta te cambie para siempre. Saldrás magullado, apaleado y, lo peor de todo, con un carácter cínico y eternamente rencoroso. Tus expectativas de labrarte una carrera profesional perfecta yacerán en el fondo del mar con Bob Esponja.

      Para un baile como el tango, por ejemplo, se necesitan dos personas: nadie puede hacerlo solo. En The coaching connection (La conexión coaching), Paul J. Gorrell y yo escribimos sobre tratar la relación entre un ejecutivo que recibía el coaching y la empresa que se lo pagaba como si fuera entre clientes. Esta idea forma parte integral del concepto de «coaching contextual» de mi colega Paul. Del mismo modo, cuando estaba en la universidad cursando un máster sobre terapia familiar y matrimonial, aprendí que el marido que acude a mi consulta no es mi cliente, ni tampoco su esposa. Es la relación que mantienen, de hecho, su matrimonio, lo que yo me dispongo a tratar.

      Ya verás que despotricar del jefe es una de las indulgencias más habituales y, para muchos, de las más satisfactorias existentes. Tú y yo debemos abandonar esta costumbre si realmente deseamos recuperar una sensación de plenitud en el trabajo que desarrollamos. Cuando a ti y a mí se nos hace difícil, o incluso traumático, charlar con la persona que está por encima de nosotros en el trabajo, la solución universal de insultar al jefe no tiene mucho sentido, y menos cuando a él le parece la mar de bien ponernos verdes si tiene un mal día. Dos personas no discuten si una no quiere. La verdadera solución (escríbete esto en la palma de la mano y que se te quede grabado en la cabeza para siempre) sólo surgirá cuando domines el arte de la aceptación y el reconocimiento.

      Suena muy bonito pero un poco confuso, ¿verdad? No hagas caso. Aprender a trabajar con, para y alrededor de idiotas

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