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con el sentido del humor de este libro y se lo tomaron a cachondeo la primera vez que lo leyeron. Ahora me escriben correos explicándome cómo han aplicado mis consejos y, dejando a un lado las bromas, no han perdido sus trabajos, lo cual les ha dejado patidifusos. Algunas de las reseñas en Amazon.com reflejan esto. Hasta donde yo sé, Cómo trabajar para un idiota fue un éxito de ventas teniendo en cuenta que se trataba de un libro empresarial; al público le encantó su humor y la sátira mordaz. Las apariciones en programas como Today, de la cadena NBC, o Fox and Friends, de la CNN, junto a más de un centenar de entrevistas en otros programas y al hecho de que el New York Times le dedicara al libro media página de la sección de negocios del domingo, colaboraron, y mucho, en esta broma. Neil Cavuto me invitó a su programa Your World en dos ocasiones y se lo pasó bomba con la sátira. Pero a pesar de la tremenda cobertura de la que gozó la primera edición de este libro, muchos lectores no pillaron el mensaje más claro y evidente: a la hora de trabajar para un idiota (o cualquier otro jefe), no seas tú el idiota.

      A medida que leas esta nueva edición, verás que a veces hago referencia al cliché de abrazar al niño que llevamos dentro. Debo admitir que la idea del niño interior parece un galimatías sensiblero de la década de 1980. Sea como fuere, yo tenía un idiota interior que causó grandes estragos en mis aspiraciones profesionales. Olvídate de mi niño interior. A lo largo de mi carrera laboral, cuando me llevaba fatal con mi jefe, con mis compañeros o con mis subordinados, mi idiota interior se desataba y, orgulloso, ignoraba por completo cualquier gran verdad o Poder Superior, tratando de imponer lo que en aquel momento yo consideraba mi sabiduría soberana, inmutable e incorregible sobre los demás, causando unos efectos catastróficos.

      Quiero abrazar a mi idiota interior, de acuerdo. Quiero estrecharle. Estrecharle con fuerza. Quiero agarrarle por el cuello y asfixiarle hasta que deje de respirar. No creo que pase un día sin que ese maldito idiota me avergüence de un modo u otro. Te puedo garantizar que no pasa una semana en la que no ponga en peligro una amistad o una relación con un cliente. Es una gárgola repugnante y sabe encontrar el momento ideal, por lo general cuando estoy estresado, ansioso o asustado, para asomar su asquerosa cabecita y hacer un comentario lunático y fuera de lugar. Si me encuentras en una reunión parloteando como un idiota, escupiendo chorradas de las que más tarde me arrepentiré, se trata de mi miniyó, mi idiota interior, que se ha escapado de su jaula y está intentando ayudarme a salir de una situación tensa o comprometida haciéndome hablar como una cotorra. Por favor, busca algo con que golpearnos, a mí y a mi álter ego idiota. No quiero abogar por el uso de la violencia; de hecho, poco más puedo hacer aparte de tomármelo a risa, porque aporrear a mi idiota interior sería golpearme a mí mismo. Lo único que necesito es tenerle contento, implicado, satisfecho y seguro de sí mismo. Sólo de esta manera se comportará bien. Como tu jefe idiota, ¿eh? No tengo la necesidad de expresar este tipo de cosas con una parábola o fábula. Lo cierto es que resulta muy duro digerir la verdad cuando te la dicen así, directa, de golpe y porrazo, pero podemos masticarla y tragarla antes de tomar otro bocado. Los escenarios empresariales de la vida real ya son lo bastante demenciales sin utilizar una sola gota de ficción. Dicho esto, debo admitir que existen algunos personajes en el libro que me he inventado para cubrir algunos huecos en una historia basada en hechos reales. Así que táchame de la lista de petulantes. Tan sólo soy un escritor, un educador empresarial y coach ejecutivo que supervisa la práctica de coaching ejecutivo de la empresa neoyorquina Partners International, pero, en todos esos campos, tengo un problema que debo solucionar. Así que abróchate el cinturón. Mi idiota interior es real, tanto como el tuyo, y no creo que vayan a comportarse demasiado bien durante el viaje que estamos a punto de emprender.

CONÓCETE A TI MISMO

      El escritor John Irving aconseja a los autores sin experiencia que escriban sobre lo que saben. Publiqué cinco libros de carácter empresarial antes de darme cuenta de que tenía que escribir desde el terreno personal. Eso fue hace ya más de diez libros o reediciones. Ahora, igual que entonces, me asiento sobre un montón de fragmentos que antaño conformaban una casa de cristal. No recuerdo quién lanzó la primera piedra: quizá fuera yo o puede que no; qué más da. El bombardeo de piedras fue tan intenso que incluso olvidé por qué querían derribarme. Ah, sí, ahora me acuerdo. Yo me dedicaba a señalar a todo el mundo con el dedo, acusándoles continuamente de cosas de las cuales yo también era culpable. Por cada piedrecita que lanzaba, recibía el impacto de una más grande. Utilizaba las acusaciones como justificación y me creía víctima de las críticas de mis compañeros. Atacar a los demás me salía de forma natural y, de hecho, creía que era lo correcto; sin embargo, cuando yo recibía un trato recíproco, esto me parecía forzado e injusto. Sólo porque vivía en una casita de cristal esto no implicaba que quería que los demás me vieran. ¿O sí?

MI CASA ES TU CASA

      ¿Vives en una casa de cristal? ¿Acusas a tu jefe idiota de cosas por las que tú también podrías ser condenado? No son preguntas fáciles, ni que estemos acostumbrados a hacernos de vez en cuando, y por esa razón te las hago. Los defectos que nos fastidian de quienes nos rodean suelen corresponderse con las mismas características molestas que nosotros poseemos. Nuestros propios fallos nos parecen irritantes cuando los observamos en las palabras y acciones de los demás, y resulta imposible describir lo fastidiosos que pueden llegar a ser cuando los vemos en las palabras y acciones de alguien con poder y autoridad sobre nosotros.

      Ahora que mi casita de cristal se ha hecho añicos, puedo escribir sobre la falsa confianza, la falsa seguridad y el falso orgullo, pues conozco estos atributos a la perfección. En algún momento de mi infancia se me cruzaron los cables; si no fue al nacer, fue poco después. ¿Fue la naturaleza o la educación? ¿La genética o mi entorno? Da igual. Ahora rezo a diario a fin de que Dios me conceda serenidad para aceptar la naturaleza y valor para cambiar la educación. Tal y como el teólogo Neinhold Niebuhr indica, la sabiduría es la capacidad de distinguir ambas cosas: aceptar lo que viene dado y tratar de cambiar lo que esté en nuestra mano. Temas de autorrealización personal aparte, no puedo evitar sentirme un tanto trastornado y molesto ante el hecho de que nadie me explicara estas diferencias después de haber desperdiciado gran parte de mi vida. Pero eso también sería echarle la culpa a otro. Quizá debería agacharme y coger otra piedra.

NO SEAS UNA VÍCTIMA DE TUS PROPIOS ATAQUES

      Cuando escuchas la palabra gatillo, ¿piensas en ese acontecimiento o instante en que toda la hostilidad y rencor que has reprimido estallan manchando todas las paredes de la sala de reuniones con todo tipo de desechos tóxicos? ¿Qué o quién te impulsa a apretar el gatillo o suele sacarte de tus casillas? Si te paras a pensar durante un momento en tu martirio, tu cruz o cualquier cosa que te provoque malestar, sin duda podrás elaborar una lista detallada de problemas personales que debes afrontar. Las probabilidades de conseguir que alguien en una posición de poder o autoridad deje de hacer esas cosas que te desquician son nulas. En general, el modo de actuar o de hablar que tiene la gente está más allá de tu control.

      Sin embargo, sí tienes la sartén por el mango cuando se trata de poner el seguro a tus gatillos internos para que no se disparen y, por lo tanto, de disminuir la probabilidad de que tu i-jefe o compañeros de trabajo te enerven. El ejercicio de autocontrol por tu parte cambiará por completo la dinámica entre tu jefe y tú, sea idiota o no. Desactivar conscientemente tus gatillos es el mejor modo de alcanzar la inmunidad contra el fastidio, la tensión y la ansiedad. Continuarás sintiéndolos, pero estarás más tranquilo.

      ¿Qué más da el poder que tenga un idiota, siempre y cuando no pueda utilizarlo para molestarte? Reducir la capacidad de tu i-jefe para ponerte histérico, ya lo haga de forma intencionada o no, es una manera maravillosa, y me atrevo a decir fenomenal, de autodeterminación. Y, al igual que la dignidad, nadie puede arrebatártela.

      Enfrentarse a alguien «de gatillo fácil»

      – Me llamo John y soy idiota.

      Así es como me presento al grupo que se reúne en la sala embaldosada ubicada en el sótano de la iglesia cada miércoles a las siete de la tarde.

      – Hola, John – responde el coro entre sorbo y sorbo de café. Algunos me saludan en voz alta, como si quisieran darme una cálida bienvenida. Otros, en cambio, susurran,

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