Скачать книгу

los libros escritos por su esposo pasaban por sus manos, suscitaban recuerdos en la mente de Susie. Recordaba los primeros días de su matrimonio, cuando viajó junto a Charles por el continente europeo. Esbozaba una sonrisa en el rostro cuando recordaba que remó en una góndola junto a su amado en el Gran Canal de Venecia. El romance les llenó el corazón en la ciudad que ella describió como «de ensueño». Incluso los días comunes eran de gozo. Charles la trataba con ternura y le decía «mi querida» y «mi amor precioso». A veces, se reían tanto que terminaban llorando. Pero ahora, Susie estaba secándose las lágrimas de los ojos. Extrañaba a su marido.

      Se deleitaban mutuamente, a pesar de sus muchas pruebas. Susie recordó los primeros síntomas que percibió del deterioro de su salud, los dolores agudos que le golpeaban el cuerpo. A la postre, se sometió a una cirugía que la dejó confinada en su casa la mayor parte del tiempo, y se preguntó si volvería a ser útil para su marido o su Salvador. Luego, vinieron años de enfermedad.

      Desde entonces, la salud de Susie le impidió acompañar a su esposo cuando este viajaba. Cada vez que Charles salía de la casa en dirección al sur de Francia, la miraba con amor a los ojos, triste porque no podía ir con él. Susie sabía que para Charles, que también era enfermizo, era difícil dejarla y viajar a mil seiscientos kilómetros de su hogar.

      En medio de su propio dolor, Susie muchas veces consoló a Charles, que sufría por sus aflicciones personales de la depresión, la gota y la insuficiencia renal. A veces, lo encontraba llorando sin saber por qué; así de oscura podía ser su depresión. Susie consolaba a Charles leyéndole poemas de George Herbert.

      Muy pronto, a Susie se le abrió la oportunidad de servir a los demás de forma activa, el día en que Charles le pasó el primer volumen de su libro más reciente: Discursos a mis estudiantes. Estaba tan encantada con esa obra magistral que quiso que todos los pastores de Inglaterra pudieran contar con una copia sin ningún costo.

      Charles miró a su esposa y le dijo: «Bien, Susie, ¿harás que eso pase?».

      Sorprendida por el desafío de su marido, Susie se retiró a un cuarto del segundo piso, se detuvo para recobrar el aliento y después sacó una pequeña suma de dinero que tenía guardada en un cajón. «Quizá el Señor use esta pequeña ofrenda para abastecer de libros a algunos pastores», pensó. Sin embargo, nunca se imaginó que esa experiencia la llevaría a invertir el resto de sus días sirviendo a los pastores y sus familias.

      Con la certeza de que el paquete estaba en buenas manos con la señorita Thorne, Susie meditó en sus casi veinte años de servicio a los pastores pobres a través de libros, dinero e incluso ropa para sus esposas e hijos. Dios usó a Charles para incentivar ese trabajo, y Susie estaba agradecida. Su deseo principal era honrar a Cristo, pero también creía que su servicio a los pastores era «la mejor conmemoración de la vida maravillosa [de Charles] al servicio de Dios».6

      Con esos recuerdos frescos en la mente, Susannah, que estaba sentada en la silla del escritorio de su esposo, se inclinó hacia delante y pensó en sus treinta y seis años de matrimonio. Hace apenas doce meses, el 31 de enero, Charles había muerto en un cuarto del Hotel Beau Rivage, de Menton, Francia, a los cincuenta y siete años. Al borde de su cama, Susie inclinó la cabeza y «agradeció al Señor por el tesoro precioso que le prestó durante tanto tiempo, y buscó, ante el trono de la gracia, fuerzas y guía para el futuro».7 El año posterior a la muerte de Charles, Susie sintió las fuertes punzadas de su vida de viuda, separada del «príncipe de su vida».8

      Susie tomó con cuidado una pluma de su amado, la sumergió en la tinta, y puso la punta con delicadeza en el papel:

      Estoy escribiendo en el estudio de mi esposo, donde él pensaba, oraba y escribía. Cada centímetro de este cuarto es tierra santa. Todo sigue tal como lo dejó. Sus libros (que ahora son mis posesiones más valiosas) reposan sobre los estantes en hileras brillantes, en el mismo orden en que él los puso, y uno casi podría imaginarse que el cuarto está listo y esperando a su señor. Pero ¡oh! ¡Esa silla vacía! ¡Ese retrato serio sobre la puerta! ¡Esas ramas de palma que ensombrecen el reloj! ¡El silencio extraño y solemne que permea el lugar ahora que ya no está en la tierra! A veces me arrodillo junto a su silla y, colocando la cabeza en los brazos acolchados que durante tanto tiempo soportaron su amada figura, derramo mi dolor ante el Señor y le digo una y otra vez que, aunque me quedé sola, sé que «Él ha hecho todo bien». Entonces, yendo de un cuarto a otro, mirando con los ojos llenos de lágrimas los tesoros hogareños que mi amado apreciaba y admiraba, casi aguardando oír el sonido de sus pasos tras mí y el tono dulce de su voz tierna saludándome con amor–¡ay!–,debo volver a notar lo ciertas que fueron las palabras del rey David cuando dijo en su dolor: «Yo voy a él, mas él no volverá a mí».9

      Mientras trabajaba, la rodeaban los doce mil libros de su marido; la mitad de ellos habían sido escritos por los puritanos que tanto amaba o trataban de ellos.10 Los libros de Spurgeon, las «posesiones más preciosas» de Susie, seguían dispersos en tres cuartos: el estudio; la biblioteca adyacente, y otro cuarto cercano, que era más pequeño.

      Susie se alejó del escritorio y recordó lo mucho que su esposo la animaba. No podía dejar su ministerio; no, no lo haría, a pesar de su soledad y su mala salud. Extrañaba muchísimo a Charles, pero Dios le había permitido servirlo en su aflicción física y ahora también la ayudaría a servirlo como viuda.

      Susie administraba un fondo de libros y un ministerio de ayuda que suministraba libros, dinero, ropa y otros artículos a los pastores necesitados. También era una autora prolífica que escribió cinco libros y contribuyó enormemente a otras publicaciones (entre ellas, la enorme Autobiografía de C. H. Spurgeon, que consta de cuatro volúmenes). El biógrafo Richard Ellsworth Day, en su popular libro sobre Charles Spurgeon, se imaginó que, si Susie no hubiera decidido subyugar su individualidad a Charles y su ministerio, «podría haber ascendido al nivel de Elizabeth Barret Browning» en sus propios escritos.11 Además, Susie apoyó el Tabernáculo Metropolitano, abrió las puertas de su casa para la hospitalidad, sirvió como la «madre» del Colegio de Pastores e incluso tuvo un papel clave en la plantación de una iglesia.

      Aunque las esperanzas, sueños y servicio de Susie estuvieron ligados a Charles durante su vida y ministerio, ella también vivió una vida llena de alegrías, dolores, esperanzas y sueños durante veintidós años antes de conocer al gran predicador y casi doce años después de su muerte. Dios le proveyó padres, una familia, líderes cristianos, amigos y experiencias, y eso fue lo que contribuyó a moldearla para que se transformara en la mujer piadosa y perseverante que tanto llegó a amar su esposo y tan útil llegó a ser para el Reino de Dios. Y la gracia de Dios fue lo que la sostuvo en los años posteriores a la muerte de Charles.

      Cuando Susie meditaba en su vida y ministerio, alababa a Dios:

      ¡Cuán inexpresable es la gratitud que ahora siento por la gracia sustentadora que me sostuvo y me permitió testificarles [a los pastores que recibían los libros que enviaba] por experiencia propia que todas las promesas de Dios son verdad, y que incluso en las profundidades del dolor y las tinieblas, Su luz brilla alrededor de los que ponen su confianza en Él!12

      Diez años después, un frío día de octubre de 1903, Susie, que murió a los setenta y un años, fue colocada en un ataúd cubierto de lirios, situado con cuidado al centro de la biblioteca que estaba justo a la salida del estudio de Charles, donde tantas veces se había sentado en su escritorio para escribir palabras de aliento a los pastores y meditar en la mano de Dios en su vida.

      Recordando que el nombre Susannah significa «lirio», su hijo Charles le escribió un homenaje a su amada madre, en el que expresó que su «carácter cristiano tenía la naturaleza y la belleza de esa dulce planta».13 Su hermosa madre, que tenía ojos marrones y una larga cabellera color castaño oscuro, vivió una vida igual de hermosa. Amó a su marido, amó a Jesús y sirvió a Dios con fidelidad.

      Aunque

Скачать книгу