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o universales es la más fundamental de las tres. No podrías formar pensamientos completos o razonar de un pensamiento a otro si no poseyeras los conceptos que los componen.

      Ahora, tener un concepto tal es tener un tipo de forma o patrón en la mente, la misma forma o patrón que existe en las cosas en que estás pensando. Hay una forma o patrón que todos los hombres poseen que los hace ser a todos la misma cosa, esto es, hombres; hay una forma o patrón que todos los triángulos poseen que los hace ser la misma cosa, esto es, triángulos; etcétera. Cuando estas formas o patrones llegan a existir en las cosas materiales, los resultados son los distintos objetos individuales –hombres, triángulos, etcétera– que encontramos en el mundo que nos rodea. Cuando pensamos en hombres o triángulos en general, en cambio, abstraemos de los diferentes hombres y triángulos particulares y nos centramos en lo que les es común y universal. Y tal es la esencia de la actividad estrictamente intelectual: la capacidad de poseer la forma o patrón abstracto o universal de una cosa sin ser ese tipo de cosa. Un objeto material que tenga la forma o patrón de un triángulo simplemente es un triángulo. En cambio, cuando contemplas lo que es ser un triángulo, también tú tienes la forma o patrón de triángulo, pero sin serlo tú mismo.

      Volveremos enseguida a la noción de inteligencia, hablemos ahora un poco más sobre la causalidad. Hemos visto que cuando algo cambia o es producido, una potencia es actualizada, y que lo que la actualiza tiene que ser algo ya actual. Esto se llama a veces el principio de causalidad. Una observación adicional es que cualquier cosa que haya en un efecto tiene que estar de algún modo u otro en la causa, aunque no sea siempre del mismo modo. Y es que una causa no puede dar lo que no tiene. Esto se conoce como el principio de causalidad proporcionada.

      Supongamos, por ejemplo, que te doy 20€. El efecto en este caso es que tienes 20€, y yo soy su causa. Pero sólo puedo serlo si tengo de entrada 20€ para dártelos. Ahora, puedo tenerlos de distintas maneras. Puede que tenga un billete de 20€ en mi cartera, o dos de 10€, o cuatro de 5€. O puede que no tenga dinero en la cartera, pero sí 20€ en mi cuenta bancaria y que te firme un cheque. O puede que ni siquiera tenga esto, pero soy capaz de tomar 20€ prestados de alguna otra persona, o trabajar para conseguirlos. O quizás un amigo mío tiene la llave de la imprenta del Tesoro de los EEUU y consigo que me imprima un billete oficial de 20€ para ti. O por tomar un escenario aún más rocambolesco, supongamos que de algún modo logro convencer al Congreso de aprobar una ley que me permita manufacturar personalmente mis propios billetes. Todo esto son distintas maneras en las que, en teoría, podría darte 20€. Pero si ninguna de ellas está a mi alcance, entonces no puedo dártelos.

      De nuevo, esto son distintos modos en los que la causa puede tener lo que está en el efecto. Cuando yo mismo tengo un billete de 20€ y te lo doy, lo que está ahora en el efecto estaba en la causa formalmente, por utilizar un poco de jerga tradicional. Esto es, yo mismo era una instancia de la forma o patrón de «tener un billete de 20€», y provoco que tú te conviertas en otra instancia de esa misma forma o patrón. Cuando no tengo el billete a mano pero sí 20€ en mi cuenta bancaria, podríamos decir que lo que está en el efecto estaba en la causa virtualmente. Y es que, aunque no tenía 20€ en el bolsillo, sí tenía el poder de conseguirlos. Y cuando consigo que el Congreso me conceda el poder de manufacturar billetes de 20€, podríamos decir (de nuevo, utilizando jerga tradicional) que tengo 20€ eminentemente. Porque, en este caso, no sólo tengo la capacidad de adquirir billetes de 20€ que ya existen, sino el poder más «eminente» de hacer que existan en primer lugar. Cuando se dice, pues, que lo que hay en un efecto tiene que estar de algún modo en su causa, lo que se quiere decir es que tiene que estar en su causa al menos «virtual» o «eminentemente», si no «formalmente».

      Ahora, piensa una vez más en el actualizador puramente actual de la existencia de las cosas. Hemos visto que la existencia de todo lo que puede existir va a remontarse hasta esta causa única: es la causa de todo lo posible. Pero hacer que algo exista es precisamente causar un tipo particular de cosa: una piedra en vez de un árbol, por ejemplo, o un árbol en vez de un gato. Es decir, causar que algo exista es sencillamente causar algo que tenga una determinada forma o que encaje en un determinado patrón. Pero, como hemos dicho, la causa puramente actual de las cosas es la causa de todo lo posible: todo gato posible, todo árbol posible, toda piedra posible. Es, por este motivo, la causa de toda forma o patrón posible que algo pueda tener. Y hemos visto también que cualquier cosa que haya en un efecto tiene que estar, de un modo u otro, en su causa.

      Si unimos todos estos puntos, lo que se sigue es que las formas o patrones de las cosas tienen que existir en el actualizador puramente actual, y tienen que existir de un modo completamente universal o abstracto, porque estamos hablando de la causa de toda cosa posible que se ajuste a cierta forma o patrón. Pero tener formas o patrones de este modo universal o abstracto es precisamente tener la capacidad que es fundamental para la inteligencia. Añadamos a esto que esta causa no lo es sólo de las cosas mismas, sino de sus distintas relaciones. Esto es, no es sólo la causa de los hombres, sino del hecho de que todos los hombres son mortales; no es sólo la causa de este gato, sino del hecho de que este gato está en esta alfombra; etcétera. Así, tiene que haber algún sentido en el que también estos efectos existan en la causa puramente actual, y tiene que ser de un modo que tenga que ver con la combinación de las formas o patrones que existen en ella. Es decir, esos efectos tienen que existir en la causa de una manera similar a como los pensamientos se dan en nosotros.

      En resumen, lo que se da en las cosas causadas por el actualizador puramente actual preexiste en éste de modo parecido a cómo las cosas que producimos preexisten en nuestra mente como ideas o planes antes de que las hagamos. Existen, por tanto, en la causa puramente actual de modo eminente y virtual, aunque no formal. Y es que ella misma no es un gato ni un árbol (y no puede serlo, dado que es inmaterial), pero puede causar un gato, un árbol o cualquier otro ente posible. Pero no es sólo inteligencia lo que podemos atribuirle. Considera que, al ser la causa inteligente de todo lo que existe o puede existir, no hay nada que esté fuera del alcance de sus pensamientos. Es, por tanto, todo-sapiente u omnisciente.

      Podríamos decir mucho más: el tema de los atributos divinos merece que le dediquemos un capítulo entero, y eso haremos más adelante. Pero este esbozo debería dejar claro que cabe decir mucho acerca de la naturaleza de la primera causa y mostrar que encaja bastante bien con la descripción tradicional de Dios.

      Resumamos lo dicho brevemente. Hemos visto que no cabe negar de modo coherente que el cambio ocurre, y que esto sólo puede ser así si las cosas tienen potencialidades que son actualizadas por algo que ya es actual. De este modo, el café caliente tiene la potencia de ser enfriado, y esa potencia es actualizada por la temperatura del aire que lo rodea. Hemos argumentado también que, mientras una serie lineal de cambios y cambiadores podría en principio extenderse hacia atrás en el tiempo sin comienzo, los miembros de esta serie dependen a cada momento de una serie jerárquica de actualizadores, y que esta serie ha de terminar en una causa o actualizador de su existencia que sea puramente actual. Y ahora hemos argumentado que esa causa tiene que ser una, inmutable, eterna, inmaterial, incorpórea, perfecta, omnipotente, totalmente buena, inteligente y omnisciente: esto es, que ha de tener los atributos divinos principales. En resumen, las cosas de nuestra experiencia sólo pueden existir a cada momento si son sostenidas en el ser por Dios.

      Hasta ahora he presentado el argumento de modo informal y relajado para que sea fácil entenderlo, especialmente para aquellos lectores que no estén familiarizados con los tecnicismos de la filosofía académica. Pero una vez el núcleo general del razonamiento está claro, será útil resumirlo de modo más formal. Podríamos hacerlo como sigue:

      1. El cambio es un rasgo real del mundo.

      2. Pero el cambio es la actualización de una potencia.

      3. Por tanto, la actualización de potencias es un rasgo real del mundo.

      4. Ninguna potencia puede ser actualizada a menos que algo ya actual la actualice (el principio de causalidad).

      5. Por tanto, todo cambio es causado por algo ya actual.

      6. Que se dé cualquier cambio C presupone alguna cosa o sustancia S que cambia.

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