Скачать книгу

«Conseguí todo lo que este sistema dice que debes lograr para ser feliz, pero cuando alcancé la cima me sentí vacío».17

      Movido por un profundo anhelo de recuperarse a sí mismo y de emprender un proyecto de vida basado en valores y no en el lucro, Montes vendió su empresa hace unos años. Lo que él llama su “transformación interior” le ha llevado a convertirse en el fundador del Movimiento Social Wikihappiness. Este exempresario de éxito imparte ahora conferencias para directivos, en las que reflexiona sobre el triunfo y el fracaso.

      «Cuando no sabes quién eres ni qué quieres, eres esclavo de tu baja autoestima e inseguridad. Esta falta de confianza te lleva a pensar y hacer lo que piensan y hacen los demás. Las personas auténticas son libres, coherentes y honestas consigo mismas. Desde pequeñitos nos llenan la cabeza de ideas preconcebidas acerca de cómo hemos de vivir la vida. Nos condicionan para triunfar a toda costa, y entrar así en el templo de la felicidad. Pero es una gran mentira. Yo he vivido en ese lugar y está vacío. La felicidad no está relacionada con lo que poseemos, sino con lo que somos y con nuestra capacidad para vivir en coherencia con nosotros mismos. A menudo la carrera por poseer se convierte en un obstáculo en el sendero del ser.

      El sentimiento de fracaso es una de las mayores fuentes de sufrimiento. Y de la frustración a la ira no hay más que un paso.

      La ira y el sentimiento de culpa

      Actitudes positivas

      Aun en medio de nuestros achaques, podemos recordar que nuestro cuerpo contiene innumerables células que trabajan constantemente en nuestro favor:

       Nuestro cerebro dispone de incontables neuronas activas que mantienen nuestro pensamiento alerta y nos hacen conscientes del mundo que nos rodea.

       Nuestros ojos son portentosos receptores que nos permiten disfrutar la magia de los colores y las formas, el prodigio de la luz, las bellezas de la naturaleza, la inmensidad del universo y las relaciones con nuestros semejantes.

       Nuestros oídos contienen sutiles filamentos que vibran con la risa de los niños, el canto de las aves, la música de las orquestas, el murmullo de la lluvia y la voz de las personas que amamos. Nos bastan unas palabras para calmar al violento, animar al abatido, o hacer saber a alguien que lo amamos.

       La mayoría de los seres humanos nos podemos mover. Podemos andar, saltar, correr, bailar o hacer deporte. Tenemos cientos de músculos y huesos manejados por nervios prodigiosamente sincronizados, listos a obedecernos y llevarnos donde queramos.

       Nuestros pulmones son pasmosos filtros. A través de millones de alvéolos purifican el aire que reciben, oxigenan nuestra sangre y libran nuestro cuerpo de desperdicios dañinos. No cabe duda de que hemos sido creados para la vida. Hemos sido diseñados para ser felices.

      Hay que añadir, sin embargo, que también es peligroso dejarse seducir por los cantos de sirena de los predicadores del pensamiento positivo que cultivan el mito de que podemos conseguir todo lo que nos propongamos. Está bien proponerse grandes cosas, y debemos intentarlo. Pero todos tenemos límites fijados por la naturaleza o por las circunstancias. En toda existencia hay momentos de sombras, enfermedad, frustración, fracaso, duelo. A menudo podemos superarlos por nosotros mismos, pero a veces resulta imposible hacerles frente solos. La fragilidad forma parte de la condición humana. En los momentos difíciles necesitamos ayuda.

      Aparte de conseguir la asistencia apropiada, que es lo más importante y lo más urgente, hay tres medidas básicas que nos ayudarán ante el sufrimiento: hacer caso a las señales de alarma, practicar la serenidad espiritual, y aprender a convivir con el dolor inevitable.

      Hacer caso a las señales de alarma

      Nuestra primera reacción ante el dolor debería ser la de escuchar sus mensajes. En vez de limitarnos a tomar una aspirina y seguir adelante, nos convendría más detenernos a ver qué nos pasa y osar preguntarnos: ¿Cuándo sufro estos problemas: antes o después de comer?

      ¿De día o de noche? ¿Tiene esto que ver con mi trabajo o con mis relaciones? ¿Tiene alguna conexión con el temor al futuro o con algún acontecimiento del pasado? Etcétera. En vez de acallar el dolor a toda costa, conviene empezar por escuchar sus voces de alerta. Tal vez tengamos que agradecerle su aviso y actuar en consecuencia.

      Practicar la serenidad espiritual

Скачать книгу