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y Stephano le dio la vuelta para mirarla de frente.

      –No permito que nadie me acuse de ese modo –dijo muy enfadado, paralizándola con una mirada furibunda.

      Penny se quedó quieta, y notó se le formaba un nudo en el estómago; aunque hubiera querido avanzar, no habría podido.

      –Los dos lo hemos deseado, y no puedes negarlo –añadió él con frialdad–. Tal vez te hayas sentido culpable, pero nunca, escúchame bien, nunca me acuses en falso.

      –¿Así que ya está? –Penny lo miró con valentía, con la cabeza bien alta–. ¿O tengo que estar en guardia? ¿Quiero decir, si es posible que vuelva a ocurrir?

      –Eso depende de ti.

      Stephano la soltó y se separó un poco de ella; pero se le veía tenso y lleno de resolución.

      Penny se estremeció. Estaba allí para hacer un trabajo, no para acostarse con el dueño de la casa. Él le había creído presa fácil, y ella había estado a punto de sucumbir.

      Sintió náuseas sólo de pensarlo

      –Si depende de mí, le aseguro, señor Lorenzetti, que esto no volverá a ocurrir.

      Él inclinó la cabeza.

      –Que así sea.

      –Pues que así sea –respondió antes de darse la vuelta y seguir hacia la puerta.

      Stephano se sonrió cuando Penny salía del cuarto. No le sorprendía que ella hubiera interrumpido su apasionado abrazo. Más bien le había sorprendido que Penny se hubiera dejado besar. No podía negar que la experiencia le había gustado. Penny era la tentación hecha carne; y tanto le gustaba que incluso empezaba a preguntarse si habría hecho bien empleándola.

      Las otras niñeras habían sido severas y estiradas, y Chloe las había detestado tanto que se había comportado fatal. Sin embargo, parecía que su hija la adoraba, y Stephano estaba seguro de que la vida en casa sería mucho más estable estando allí Penny. Así que de momento tendría que dominar su deseo.

      A mitad de la noche los gritos de Chloe llamando a su madre despertaron a Stephano. Había tenido pesadillas similares desde que había muerto su madre, aunque afortunadamente eran cada vez menos frecuentes. Stephano había empezado a pensar que la niña comenzaba a aceptar la pérdida.

      Él no era un padrazo; en realidad, le costaba consolar a Chloe, y nunca sabía qué decirle. Supuso que sería porque apenas la había tratado en sus primeros años.

      Sin embargo saltó de la cama, se puso una bata a toda prisa y segundos después estaba en el dormitorio de su hija. Penny ya estaba allí con ella. Stephano se quedó mirándolas un momento sin decir nada, maravillándose de lo bien que se le daba a Penny estar con Chloe y de cómo sus palabras parecían consolar a la pequeña; casi como si ella fuera ella su madre.

      De pronto Chloe lo vio.

      –Papi, he tenido un sueño malo. Penny me ha consolado.

      Se acercó a la cama y miró a Penny, recordando entonces el beso que se habían dado. ¡Cómo olvidarlo, si su beso le había hecho sentir cosas que no recordaba haber sentido jamás! Pero ignoró esos pensamientos con resolución y fue a saludar a su hija.

      –Entonces me alegro de haberla traído para ti, mio bello.

      Chloe le tendió los brazos, y él la abrazó de inmediato, consciente de que Penny lo observaba con atención.

      –¿Papi, puede dormir Penny conmigo?

      Stephano se sintió un poco dolido. ¿Por qué Penny, y no él? Sabía la respuesta: no se había ganado el amor de su hija.

      Miró a Penny y sintió de nuevo el golpe de deseo. Tenía que salir de allí antes de meter la pata.

      –Si a Penny no le importa.

      Penny lo miró con extrañeza, antes de sonreír a Chloe.

      –Unos minutos, cariño.

      –Entonces, os veo por la mañana a las dos –dijo Stephano mientras salía del cuarto.

      Pero cuando se acostaba, se dijo que podría acabar haciendo el ridículo si Penny Keeling estaba cerca. Porque aparte de belleza, la joven poseía integridad.

      Fuera lo que fuera lo que le había hecho sucumbir a su beso, no era su manera habitual de comportarse; de eso estaba seguro. Le daba la impresión de que Penny era una de esas mujeres que sólo se entregaban a un hombre del que estuviera profundamente enamorada, y el hecho de haber estado a punto de entregarse a él le había aterrorizado.

      Lo mejor que podía hacer era distanciarse de ella, y la mejor manera de hacerlo era sumergirse de lleno en el proyecto en el que su empresa estaba trabajando en ese momento: una campaña a nivel mundial para otra empresa de más envergadura que hasta el momento siempre los había eludido. En esa ocasión estaban ya tan cerca de conseguirlo que estaba dispuesto a trabajar veinticuatro horas al día los siete días de la semana para asegurarse el contrato.

      Penny se había dejado besar por Stephano porque empezaba a olvidar el daño que le había hecho Max. Max había sido también un hombre de negocios de éxito, y también había tenido a tantas mujeres como había deseado; en realidad, muy parecido a Stephano. Penny lo había conocido en una fiesta, y cuando él le había dicho que era especial, ella se había enamorado locamente de él. Su aventura había durado seis meses, y ella había pensado que él acabaría pidiéndole en matrimonio. La impresión que había recibido cuando se había enterado de que se estaba viendo con otra le había repugnado totalmente.

      En realidad ya le habían avisado de que no solía quedarse mucho tiempo con una sola mujer; pero Max le había dicho que ella era especial, distinta, y ella le había creído. Su belleza física la había deslumbrado de tal modo que no se había dado cuenta de que le habría dicho lo mismo a todas las mujeres con las que había salido.

      Cuando finalmente Max la había dejado, ella había jurado que no volvería a ser juguete de nadie. Y así había sido… hasta que había conocido a Stephano.

      Se dijo que éste sólo quería vivir una aventura con ella; se parecía demasiado a Max como para que fuera de otro modo. Pero Penny tenía que reconocer que los dos hombres no se parecían en nada. Stephano era un príncipe comparado con Max, y aunque Penny sabía que debía mantener las distancias, la atracción estaba ahí.

      –¿Dónde están Penny y Chloe?

      Era la tarde siguiente, y Stephano había regresado temprano a casa; pero salvo por su ama de llaves, allí no había nadie más. Llevaba todo el día pensando en Penny, y en cómo había respondido a sus besos, aunque luego se hubiera retirado y le hubiera culpado a él.

      –En una fiesta de cumpleaños –respondió su ama de llaves.

      –¿Se ha llevado a Chloe sin pedirme permiso? ¿Sin decírmelo?

      Stephano sabía que podía confiar en Penny; pero sin saber por qué, no le hacía gracia que su hija le tomara demasiado cariño a la niñera.

      –Estoy segura de que Chloe está bien –dijo Emily con calma–. Penny es una chica muy maja, y Chloe le ha tomado mucho cariño. Se ve que no está con ella como con algunas de las anteriores –terminó de decir la mujer con un resoplido de desaprobación.

      –Lo sé, lo sé –concedió él–. Creo que no elegí muy bien antes. Aun así, Penny no tenía derecho a…

      –Tampoco estabas aquí para preguntarte –le recordó Emily con sus modales habituales.

      –¿Y dónde es esta fiesta? –quiso saber Stephano.

      –En casa de su hermana. Es el cumpleaños de su sobrina.

      –¿Tienes la dirección?

      Emily asintió.

      –Penny me la dejó por si acaso. También tengo el teléfono.

      –Penny,

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