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de una niñera no da para comprarse un coche nuevo. Aunque, si me quedo contigo el tiempo suficiente, a lo mejor lo consigo y todo –añadió con frescura.

      –Yo te compraré uno –dijo él de inmediato.

      Penny se quedó mirándolo, boquiabierta; porque él lo había dicho como si no significara nada. Pero fuera como fuera, Penny no iba a permitírselo.

      –Pareces sorprendida.

      –Y desde luego lo estoy –respondió ella–. ¿Por qué ibas a hacer algo así? Mi coche está perfectamente bien; ahora mismo no necesito otro.

      –¿Entonces rechazas mi oferta?

      A Penny le pareció que Stephano se había ofendido de verdad.

      –Totalmente.

      –Algunas de las niñeras que he empleado no tenían coche –le informó él–, así que hay uno en el garaje que compré sólo para que llevaran a mi hija de un sitio a otro. Puedes utilizarlo cuando quieras.

      –No, gracias –respondió Penny enseguida–, pero te dejaré que me pagues la gasolina.

      Él arqueó las cejas.

      –Una mujer con principios. Menos mal, es un cambio de lo más refrescante. Me gusta.

      Penny deseó que el corazón no le latiera tan deprisa, ni con tanta fuerza.

      –Aún quedamos algunas –respondió con una sonrisa resuelta.

      Si por lo menos no estuviera sentado tan cerca. Entre ellos había un pequeño espacio, pero no el suficiente. Penny notó el calor de su muslo, incluso con el aire acondicionado en marcha, y sus sentidos sintonizaron de manera alarmante.

      Quería arrimarse a la puerta, pero no quería que él se percatara de su turbación. Sólo tenía que recordar que ésa era una comida de trabajo y que iban a hablar sobre su hija, nada más.

      –Estás nerviosa todavía, Penny.

      Ella volvió la cabeza con brusquedad. Stephano la observaba con aquellos ojos oscuros cargados de dulzura, como si quisiera tranquilizarla, y que dejara de retorcer las manos. Penny no podía creer lo que estaba haciendo, ni que se estuviera comportando de aquel modo tan extraño. Ella solía tener mucha confianza en sí misma, y normalmente nada la apocaba.

      ¡Salvo aquel hombre!

      ¿Qué tenía él que le hacía distinto a los demás, aparte de una enorme riqueza? Penny sabía que ésa no era la razón de su zozobra, de su nerviosismo. Stephano tenía sex appeal para dar y tomar, y era precisamente eso lo que le robaba la tranquilidad.

      Jamás había conocido a nadie como Stephano Lorenzetti.

      En el colegio, Penny había pasado años en el grupo de teatro. Y aunque nunca había actuado, en ese momento iba a tener que echar mano de lo que había aprendido allí. De modo que sonrió, se encogió de hombros y dijo:

      –Me resulta extraño comer con mi jefe después de llevar sólo un día trabajando. Me siento como si estuviera en el punto de mira, como si fueras a interrogarme. ¿Es lo que vas a hacer?

      –Hablaremos de lo que tú quieras –respondió él con tranquilidad, mientras la miraba fijamente con sus misteriosos ojos negros.

      Para alivio de Penny, el coche se detuvo momentos después; pero nada más entrar en el bistro, empezó a ponerse nerviosa otra vez. Había pensado que un bistro era un lugar informal, con mesas en la terraza, y otras dentro, con manteles de cuadros y velas en tarros de cristal; bonito pero informal.

      Pero aquello no tenía nada que ver con lo que ella había imaginado.

      Para empezar, parecía un sitio muy caro. Tenía una sala amplia y espaciosa, donde se respiraba un ambiente formal y exclusivo. Los manteles eran de damasco blanco, y las mesas estaban bastante espaciadas. Cada una estaba adornada con flores frescas, y los cubiertos y demás utensilios eran de plata.

      A pesar de todo, Penny levantó la cabeza y fingió estar acostumbrada a entrar con frecuencia en esos sitios tan estilosos.

      ¡Como si fuera cierto! Una comida allí seguramente se le llevaría el sueldo de una semana.

      Un hombre saludó a Stephano calurosamente, dejando claro que era un cliente habitual.

      –Yo no llamaría a esto un bistro –dijo ella cuando iban hacia la mesa.

      –Para mí lo es –respondió él–. Hay un ambiente muy relajado, y la comida es exquisita –hizo un gesto con la mano–. Te gustará, te lo aseguro.

      Quería preguntarle por qué estaban allí, y si tenía la intención de impresionarla. Esperaba que no estuviera detrás de nada más. Una cosa era que Stephano le gustara, y otra dejarse implicar.

      Pero no tenía por qué preocuparse, porque Stephano era todo un caballero. Discutió el menú con ella, apasionadamente, y la comida resultó perfecta en todos los sentidos. Cuando terminaron de comer, Penny se había olvidado de todas sus preocupaciones y estaba totalmente relajada.

      Habían hablado de todo un poco, salvo de temas personales. Ella le preguntó de qué parte de Italia procedía, y descubrió que era Roma; aunque llegado ese momento él se había mostrado más reservado. Por eso no se atrevió a preguntarle si sus padres vivían o no, o si tenía hermanos. Él, por su parte, se había enterado de que su color favorito era el marrón.

      –¿El marrón? –dijo con incredulidad–. No puede ser. Te imagino de aguamarina, de celeste o de cualquier otro que destaque ese maravilloso color de ojos que tienes. ¿Te vistes alguna vez de colores así?

      Sus palabras la sorprendieron. ¿En qué otras cosas se había fijado Stephano?

      –Bueno, la mayor parte de mi ropa tiene los colores del otoño. Y éste –se miró la falda que llevaba puesta– es uno de mis conjuntos favoritos.

      La blusa tenía un escote bastante generoso. Sintió que Stephano le miraba los pechos y notó un suave cosquilleo. ¿Qué sentiría si él se los acariciara? Sólo de pensarlo se le aceleró el pulso, y Penny aspiró hondo para mantener a raya las explosivas sensaciones.

      Miró el reloj, en busca de una buena excusa para largarse cuanto antes.

      –No quiero que se me haga tarde para ir a recoger a Chloe.

      –Y yo debo volver al trabajo. Ha sido un placer comer contigo, Penny, he disfrutado mucho de tu compañía. Ahora siento que te conozco un poco mejor, y será un placer para mí que cuides de mi hija.

      –Podrías ir a recogerla tú al colegio –dijo Penny con cautela–. A ella le encantaría.

      Pero Stephano negó con la cabeza.

      –Tengo otra reunión a las tres. Edward te llevará a casa. Yo puedo ir caminando desde aquí.

      –¿Y estarás en casa antes de que se acueste Chloe? –le preguntó Penny.

      –No estoy seguro. Seguramente no. Dale las buenas noches de mi parte.

      –Chloe apenas te ve –dijo Penny–. Es injusto para ella que trabajes tantas horas. Sería estupendo si hicieras un esfuerzo para venir a verla.

      De pronto se tapó la boca.

      –Lo siento, no debería haber dicho eso; no es asunto mío.

      –Desde luego que no es asunto tuyo –respondió él en tono fiero–. No estaría donde estoy hoy y Chloe no viviría como vive si no trabajara las horas que trabajo.

      Penny estaba segura de que ya no le haría falta trabajar tanto, aunque no lo dijo en voz alta.

      Sorprendentemente, no llegó tarde a casa. Chloe estaba ya acostada, pero eran sólo las ocho y diez cuando Penny terminó y se sentó fuera a leer un rato. Hacía una noche estupenda, y a través de los árboles en la distancia se distinguía el brillo del sol del ocaso en la superficie del lago. No podía dejar de dar gracias por haber

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