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      –¿Tengo que irme?

      La niña puso una cara de pena, como si se fuera a echar a llorar de un momento a otro. Pero Penny no podía contravenir los deseos del padre, por lo menos delante de la niña, de modo que asintió de mala gana, aunque se le partía el corazón de ver a Chloe así.

      Cuando miró a su hermana, supo que ésta compartía la opinión de que Stephano era demasiado duro con Chloe.

      –¿Te vienes tú también? –preguntó Stephano a Penny.

      Penny dejó de pensar y se volvió hacia él.

      –Si no te importa, me voy a quedar un rato con mi hermana para echarle una mano –dijo–; pero volveré para ocuparme de acostar a Chloe, estate tranquilo.

      Stephano entrecerró los ojos, pero no dijo nada, y después de decir adiós se alejó con Chloe de la mano. La pequeña se volvió a mirarla y sonrió.

      –Hasta pronto –dijo Chloe.

      –Es un cretino, ¿no? –dijo Abbie en cuanto supo que el otro no podría oírla–. Sé que es magnífico en su negocio, y también es guapo y sexy, pero no sabe cómo tratar a su hija.

      –No creo siquiera que sepa lo que acaba de hacer –suspiró Penny–. Es conmigo con quien está enfadado, y me imagino que me echará los perros cuando vuelva a la casa.

      –Pero no puedes informarle de todo. Él te ha dejado al cargo de su hija, y debería permitirte tomar algunas decisiones. Si quieres que te sea sincera, no me gusta nada la actitud de tu jefe.

      Penny no quería empezar a criticarlo, de modo que no dijo nada. Tenía un trabajo seguro y muy bien pagado, y no quería hablar de ello. Además, Abbie tenía la mala costumbre de repetir las conversaciones delante de otras amigas.

      Cuando se marcharon todos los niños y Penny ayudó a Abbie a recoger, eran casi las siete de la carde.

      Al llegar a casa, Stephano la estaba esperando.

      –Empezaba a pensar que no volverías –le dijo en tono grave y sensual, excitándola al instante.

      –Sería incapaz de olvidarme de Chloe –respondió con serenidad–, pero si me permites decirlo, creo que te has equivocado al llevártela esta tarde. Se lo estaba pasando tan bien; y no ha estado bien ni por ella, ni por la niña del cumpleaños.

      –¿Ha dicho algo tu hermana?

      –¡Pues claro que no! Pero es de mala educación. Y no es como si hubieras tenido que marcharte por una razón de peso. Sólo lo has hecho porque tú no te sentías cómodo allí.

      –¿Ahora te has vuelto una experta en mis sentimientos? –preguntó Stephano en tono mordaz.

      Ojala lo fuera, aunque ella preferiría especializarse en otra clase de sentimientos; en todas esas sensaciones que le harían vibrar y satisfarían sus deseos.

      –No me atrevería a presumir tal cosa –respondió ella en tono seco–. Ahora, si me disculpas, voy a atender a Chloe. ¿Está en el cuarto de los juguetes?

      En el ático había una habitación especialmente para que Chloe jugara, que haría las delicias de cualquier niño. Pero Chloe no era lo bastante mayor para pasar mucho rato jugando allí, y en opinión de Penny, había sido un gasto inútil.

      –No, está en la cama.

      Penny miró a Stephano muy sorprendida.

      –¿La has acostado?

      Él asintió.

      –¿Y ya está dormida?

      Penny no podía dar crédito, pero era un paso en la dirección adecuada, lo cual tal vez significara que Stephano la estaba escuchando.

      –Creo que sí.

      Penny quería comprobarlo, y subió corriendo al cuarto de la niña. Se asomó a la habitación y vio que la niña estaba muy quieta en la cama. Cuando fue a retirarse, oyó la vocecita de Chloe.

      –Penny…

      Se acercó rápidamente a la cama de la niña.

      –¿Qué te pasa, cariño?

      –Papi no me quiere.

      Sus palabras le llegaron al corazón.

      –Yo creo que sí, Chloe. ¿Por qué lo dices?

      –Porque no me ha dejado quedarme en la fiesta. Y yo quería esperarte, pero él dijo que tenía que irme a dormir. No me quiere como me quería mamá; echo mucho de menos a mamá; quiero que me dé un abrazo hasta que me quede dormida.

      Entonces se echó a llorar.

      Penny se tumbó en el borde de la cama, acunó suavemente a la niña y le limpió las lágrimas con un pañuelo.

      –Estoy segura de que tu papá te quiere mucho, cariño, y no quiere ser malo contigo. Él necesita que tú también lo ayudes, no te olvides que también él estará triste. Quería a tu madre tanto como tú.

      –¿Entonces por qué no vivía con nosotros? –le preguntó Chloe con los ojos muy abiertos–. Yo no conocí a mi papá hasta que vino por mí, cuando murió mi mamá.

      PENNY se quedó estupefacta. No sabía que Stephano y su esposa se hubieran separado, o tal vez divorciado. Le habría gustado que él se lo hubiera contado.

      Sin embargo, eso no justificaba el que no se hubiera ocupado de su hija. Tal vez Chloe quedara afectada para siempre por el rechazo de su padre, por esa falta de interés.

      Sin duda Stephano Lorenzetti era un hombre cruel, insensible y despiadado, y ella pensaba decírselo.

      Lo buscó por todas partes y finalmente lo encontró en su despacho. Stephano estaba muy relajado, con los pies encima de la mesa; pero sólo hasta que entró ella hecha un basilisco, lista para la batalla.

      –¿Pasa algo? –preguntó él mientras bajaba los pies y se ponía de pie.

      Penny plantó delante de él.

      –Desde luego que pasa, señor Lorenzetti –aspiró hondo, con la intención de escoger bien sus palabras–. Chloe acaba de decirme algo que me ha sorprendido muchísimo.

      –¿Chloe? –repitió, con los ojos muy abiertos–. Pensaba que estaba dormida.

      –Entonces supongo que se haría la dormida –respondió Penny–. Aunque bien pensado no es posible que concilie bien el sueño si piensa que su papá no la quiere –Penny lo miró muy enfadada, solidarizándose con aquella pequeña que sólo quería el cariño de su padre–. Si Chloe no me necesitara, me marcharía ahora mismo.

      Stephano se cruzó de brazos y la contempló unos momentos con mirada de advertencia.

      –Yo en tu lugar tendría cuidado, señorita Keeling. Te estás pasando de la raya.

      –Me da lo mismo –respondió ella, aunque por dentro estuviera muerta de miedo.

      Stephano dio un paso hacia ella, pero Penny no se movió, y tampoco apartó la mirada de la suya. La colonia de su jefe invadió sus sentidos, e irremediablemente recordó el beso que…

      ¡No! ¡No quería que se acercara tanto!

      –Dime, entonces, qué te ha dicho Chloe que te ha enfadado tanto –susurró Stephano con su marcado acento italiano, listo para la batalla también.

      Sin embargo, para Penny él no tenía defensa alguna; porque dejar abandonado a un niño era algo inexcusable.

      –¿Por qué quisiste hacerme creer que tú y tu esposa seguíais viviendo juntos cuando ella murió?

      Su pregunta lo tomó por sorpresa, pero Stephano echó la cabeza hacia atrás y entrecerró los ojos.

      –¿Eso

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