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de que Abbie pudiera añadir nada más, la figura alta y esbelta de Stephano Lorenzetti apareció a la puerta.

      –Por favor, Penny, me gustaría hablar contigo un momento.

      Penny miró a su hermana y luego a Stephano.

      –No esperaba que volviera de trabajar tan temprano.

      –Está claro –respondió él en tono seco–. Ni tampoco se te ocurrió preguntar si quería o no que te llevaras a mi hija a la fiesta de cumpleaños de una desconocida, ¿verdad?

      –No es una desconocida, es mi sobrina –respondió ella–. Y ésta es mi hermana.

      Abbie arqueó las cejas.

      –Encantada de conocerlo, señor Lorenzetti –pero evidentemente lo dijo sin ganas, y rápidamente se metió en la cocina.

      –Sea o no la casa de tu hermana, me gustaría que cuando te lleves a mi hija a un sitio nuevo me lo comunicaras. He vuelto a casa para estar con ella, y me encuentro con que habéis desaparecido.

      ¡Para estar con Chloe! Penny lo dudaba mucho. Además, le dolió que no confiara en ella.

      –No me enteré de que había una fiesta hasta que Abbie me llamó esta mañana. Fue una decisión impulsiva, y se me ocurrió que Chloe se lo pasaría bien… Apenas juega con niños de su edad.

      Sólo de verlo se había puesto nerviosa otra vez, y Penny rezó para que no se le notaran los pezones tirantes bajo la tela de la camiseta.

      –Podrías haberme llamado por teléfono –respondió él–. Tienes mi número.

      –Me dejaste muy claro que sólo lo utilizara para una urgencia –alzó la cabeza, un poco dolida–. Una fiesta de cumpleaños no me parece una situación de emergencia.

      Penny deseó que el corazón no le latiera tan deprisa; su reacción le hizo pensar que con ese hombre corría un serio peligro.

      –Sea como sea, quiero saber lo que haces con Chloe. Me asusté al llegar a casa y no encontraros.

      –Se lo dije a Emily.

      –Sí, menos mal… ¿Por cierto, dónde está Chloe?

      –¿Te la vas a llevar a casa? –le preguntó Penny con incredulidad–. Se lo está pasando de miedo. ¿Por qué no te quedas aquí con nosotros?

      Lo dijo por decir, sabiendo muy bien que Stephano preferiría salir corriendo a quedarse con los niños. Penny no quiso que él notara su sorpresa y salió al jardín, donde había un grupo grande de niños dando vueltas, gritando y riendo.

      Chloe estaba en medio del corro. Se la veía feliz y animada, y Stephano se sintió un poco culpable por entrar así. Su hija estaba bien allí. Debería haberlo sabido, haber confiado en Penny.

      Y confiaba en ella. Sólo estaba frustrado. Había vuelto a casa temprano, porque Penny le había hecho sentirse culpable; pero también había tenido ganas de verla a ella, y al no encontrarla en casa, la decepción había sido doble.

      Entonces se había presentado allí muy enfadado, y al ver lo contentos que estaban todos se había sentido ridículo. Aunque intentó disimularlo. Se quedó allí de pie y observó a los niños con seriedad; hasta que Chloe lo vio y fue corriendo a saludarlo.

      –Papá, ven a jugar al escondite conmigo.

      Pero Stephano no se imaginaba jugando al escondite con un montón de niños. Sacudió la cabeza con una sonrisa en los labios.

      –He venido para llevarte a casa, Chloe.

      A la niña le cambió la cara.

      –¡Aún no, papi, por favor! ¡No me quiero ir, lo estoy pasando muy bien!

      Y últimamente no lo había pasado bien; perder a una madre no era nada divertido. Así que Stephano suspiró, y cedió.

      –Muy bien, nos quedamos un rato, pero sólo diez minutos más.

      La niña se marchó corriendo muy contenta.

      Cuando se dio la vuelta, Penny estaba ahí.

      –Gracias –dijo ella en voz baja–, es la primera vez que veo a Chloe tan contenta.

      –Echa de menos a su madre –dijo él.

      Penny asintió.

      –Nadie puede ocupar el lugar de una madre. Pero tú deberías aprender a relajarte más con tu hija; te sorprendería lo bien que lo puedes pasar.

      –Creo que me lo pasaría mejor contigo, Penny –rugió en voz baja.

      Penny sintió un latigazo de deseo y se ruborizó.

      –Creí que eso lo habíamos dejado claro. No me prometiste que nunca…

      –Sí –respondió sin dejarle terminar–. ¿Pero no son las promesas para romperlas? –añadió bajando el tono de voz.

      El sonido de su voz le provocaba unos estremecimientos difíciles de contener; y Penny se angustió por tener que dominar su reacción instintiva.

      Sería estúpido por su parte dejarse llevar, pero lo deseaba como no había deseado a nadie. Sabía que en ese momento no estaba utilizando la cabeza, sino el corazón.

      –A lo mejor para ti sí, pero yo no lo creo así –dijo Penny mientras se atrevía a mirarlo a los ojos.

      Cuando sus ojos oscuros la inmovilizaron, Penny deseó no haberlo mirado.

      –No puedes negar que sientes algo por mí –anunció él en tono suave–. Incluso en este momento te gustaría que estuviéramos en algún lugar a solas, que nuestros cuerpos se fundieran de deseo, que pudieras…

      Penny se tapó los oídos, con la esperanza de que nadie se fijara en ella.

      –Me niego a seguir escuchando, Stephano. Cometí un error, pero no es probable que vuelva a hacerlo. Te ruego que te marches; dentro de un rato, volveré a casa con Chloe.

      Todo aquello no tenía sentido. En ese momento, vio que su hermana la miraba y con la mirada le pidió ayuda. Abbie fue inmediatamente a donde estaban ellos.

      –Stephano, tienes una hija maravillosa. Debes de estar orgulloso de ella.

      Henchido de orgullo como lo habría estado cualquier padre, Stephano sonrió.

      –Bueno, gracias… Abbie, ¿verdad? En realidad, es más labor de su madre que mía; pero, sí, Chloe es una niña estupenda.

      –Y estoy segura de que Penny es de gran ayuda. Los niños se le dan de maravilla. Siempre ha dicho que quiere tener tres hijos por lo menos.

      –¡Abbie! –exclamó Penny.

      –Bueno, es cierto, ¿no?

      –Sí, pero no quiero que lo sepa todo el mundo; en especial mi jefe. ¿Qué va a pensar de mí?

      –Pues estoy pensando, señorita Keeling –empezó Stephano con una sonrisa cálida– que hay muchas cosas de ti que no sé, y que será un placer descubrir.

      Penny miró a Stephano y luego a su hermana, y notó el gesto de sorpresa de ésta. Abbie no tardaría en interrogarla. En realidad, su hermana no dejaba de decirle que ya era hora de que se buscara a un hombre, y tal vez le diera por pensar que Stephano Lorenzetti pudiera ser el candidato ideal.

      –No lo creo, señor Lorenzetti –declaró–. Prefiero que nuestra relación se ciña al plano profesional.

      Él arqueó una ceja con gesto amenazador.

      –Pues en esa capacidad, insisto en que traigas a Chloe a casa inmediatamente.

      –No puedes hacer eso –protestó, cada vez más enfadada–. Se lo está pasando bien. ¿No te das cuenta?

      La niña se escondió corriendo detrás de un arbusto, ajena a la conversación

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