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a morir por el hambre, se dirigieron a Bucarest. En Checoslovaquia el gobierno había intentado ayudar a los campesinos, pero los funcionarios se robaron este dinero. En Berlín se produjeron enfrentamientos entre los manifestantes con la policía y se introdujo la ley marcial. En Hamburgo, las multitudes de desempleados hambrientos comenzaron a confiscar los bienes en las tiendas, a detener las camionetas con carnes. En España, más de seis mil campesinos hambrientos de Cataluña y Tarragona se dirigieron a la capital saqueando a su paso las fincas de la gente rica.

      En aquellos momentos la hambruna provocó que empeorara la «gran depresión» en Estados Unidos. Algunos estados de este país se hallaban sumidos en una verdadera epidemia de hambre. Los productores particulares de granos en los estados no alcanzados por la sequía destruían cínicamente sus cosechas para no disminuir los precios y aumentar sus ingresos personales. El gobierno de Estados Unidos se apuró a clasificar esos datos de la demografía de un periodo de 10 años y hasta la fecha los esconde minuciosamente. Según las cuentas indirectas de aquel entonces, en Estados Unidos habían desaparecido aproximadamente siete millones de personas. Hay que mencionar que las fotos horrorosas de la hambruna en ese país aparecieron en Rusia en la década de 1990 con el comentario: «es la Ucrania soviética».

      La URSS tampoco se libró de la sequía. En 1932, la verdadera hambruna abarcó grandes territorios –el norte del Cáucaso, el sur de Rusia (Kubán), Ucrania, el sur de los Urales, Kazajstán, la región del Volga (Povolzhie) y Siberia Occidental. El sistema soviético de manejo de la agricultura tampoco pudo prevenir a tiempo la catástrofe. Se tomaron medidas contra las personas que fueron igual de horrorosas que en Estados Unidos. Las regiones de la hambruna estaban acordonadas, lo cual no les dejaba a los campesinos una mínima oportunidad para salvarse.

      Pero solo ahora los analistas modernos son capaces de explicar los problemas globales de las fluctuaciones climáticas y de los errores administrativos sistemáticos. En aquellos tiempos los habitantes de los suburbios de Járkov y de cada región en particular afectada por la sequía creían que la mala suerte les ha tocado solo a ellos, y no esperaban la salvación de ninguna parte. Seguramente la madre de Yura, que en ese momento tenía 11 años, fomentaba entre él y sus hijos mayores el interés en plantar verduras en el jardín al lado de casa. Se tenía que sobrevivir. Knórosov no se olvidó de esto durante toda su vida. El niño notaba que los amigos con los que antes jugaba se convertían en sombras por la hambruna y poco a poco desaparecían. Además, se comentaba a escondidas algo realmente increíble: los casos de canibalismo. Yura le temía a los caníbales mucho antes de la hambruna. Al parecer sus padres o sus hermanos le habían contado algo semejante acerca de los tiempos de la Revolución y de la Guerra civil. Todavía en la infancia temprana, Yuri sabía que «el caníbal durante la guerra se dedicaba al vandalismo, a comer y a otras cosas nocivas para los sitsomerenskie». El caníbal, como el vampiro, «vive entre los setsomerenskie».

      Llegó el día del concurso musical. Junto con su madre y hermana Galina, Yuri se fue a Járkov. Yura tenía el cabello corto; llevaba puesta una camisa de pana oscura. Se puede imaginar cuánto brillaban sus grandes ojos azul claro por la valentía. Pero la interpretación lúgubre en cada turno y las miradas hambrientas provocaron que el niño se encogiera. Ahora nadie se acuerda de cómo le fue en la presentación. Probablemente, como le solía pasar a Yuri, todo había salido excelente. El mismo Knórosov nunca había contado sobre esto y a lo mejor ni siquiera se acordaba. Pero en 1990, cuando la verdad acerca del pasado de Rusia dejó de ser un secreto, varias veces mencionó en sus conversaciones conmigo, aunque de forma muy cuidadosa, el canibalismo de principios de 1930… Knórosov regresó a este tema más de una vez. Parecía que todavía no se atrevía a contar hasta el final todo lo que había visto en aquel entonces con sus propios ojos y lo que no pudo borrar de su memoria durante seis décadas.

      En 1933, la dirección de la escuela de música le otorgó solemnemente al «camarada Knórosov Yurkó» el certificado de vanguardista del cuarto año del primer quinquenio por el excelente trabajo y los resultados en la competencia socialista de 1932.

      Sin embargo, Yuri no tocó el violín nunca más. Lo rompió y lo guardó en ese estado dentro de su estuche durante toda su vida.

      No obstante, el amor a la música, que sentía y comprendía delicadamente, no desapareció, aunque prefería disfrutar de la música escuchando a Galina. Por lo regular, ella escogía a compositores potentes: a Músorgski, a Mushinski. A Yuri le fascinaba la imagen de su hermana: una muchacha con fina cara austera oriental y con largos dedos apergaminados enmarcada por una luz mate ante el piano de cola. Ella, como nadie más en la familia, se parecía físicamente a la famosa abuela armenia. A veces la comparaban incluso con la protagonista de la obra del escritor Mijail Shólojov –la cautiva turca, la madre de Grigori Melejov.

      Sea como sea, la música para Knórosov quedó para siempre bajo la sombra de la muerte. El 17 de febrero de 1937 él regalaría a su hermana un dibujo a crayón lleno de dramatismo místico, con la inscripción «Los acordes finales de Chopin»: el inspirado compositor está sentado en el piano de cola, agitando las manos antes del último acorde, mientras que por la ventana lo observa silenciosamente, escondida bajo una capucha negra… la muerte. Y firma: «a Galia, de su hermano Yurka».

      Además de la música, en la familia todos pintaban: la madre, el padre y los hijos. Los álbumes escolares guardados demuestran que la madre les enseñaba a sus hijos la técnica de la pintura.

      En el quinto año de la escuela, Yuri se aficionó seriamente por la biología. Ahí tuvo que ver también la influencia de su hermana Galina y su hermano Leonid. Para ese entonces la hermana ya estaba trabajando como investigadora en el Instituto de Endocrinología, dedicándose a la síntesis orgánica de los complicados medicamentos hormonales, y posteriormente pasó a la invención de medicamentos antineoplásicos. Leonid todavía era estudiante de biología. Posteriormente él defendería su tesis de doctorado y llegaría a alcanzar el grado de coronel del servicio médico, al convertirse en doctor militar y toxicólogo.

      Los muérdagos: una planta de hechicería

      En los árboles altos a lo largo del camino, al lado de la entrada a Yúzhnoye, hasta ahora están colgadas las bolas de muérdagos. Esta planta-parásito inmarcesible desde tiempos ancestrales se consideraba como el símbolo de la vida y de la inmortalidad. Hubo muchas leyendas acerca de ella. En la tradición druida, el muérdago había nacido de un relámpago dirigido a una rama de roble. Por esta razón la planta cuenta con cualidades medicinales particularmente. El jugo de sus bayas era un buen alimento para el cuerpo y el espíritu. Mucha gente creía que el muérdago era un objeto mágico que daba la felicidad, protegía a la persona y a los animales de las brujerías. Utilizaban sus hojas y frutos para curar la infertilidad, el reumatismo, la tisis, la epilepsia, los mareos, los dolores de cabeza e incluso la demencia. Algunos pueblos tenían la tradición de cortar el muérdago durante los solsticios de invierno y de verano, lo cual estaba mágicamente relacionado con la vida y la muerte.

      Los eslavos creían siempre que el muérdago era una planta milagrosa. El arbusto es eterno, no desaparece, no se muere, crece sin raíces, sin tocar la tierra, no tiene semillas. Se reproduce y crece entre el cielo y la tierra eligiendo solo las ramas de los árboles sagrados, tales como el roble, el fresno y la acacia. Todos los pueblos trataban el muérdago como la planta mágica que trae felicidad y protege de la brujería a las personas y a los animales. En Rusia la llaman «nido de pelo», cuando en español es «escoba de bruja». Los celtas lo nombraron como «rama dorada del Árbol de Vida». No hay que explicar por qué La rama dorada de J. Frazer se convirtió durante un tiempo en el libro favorito del pequeño Yura. Al leerlo seguramente sentía la cercanía con los misterios de los viejos druidas y los brujos eslavos. Precisamente en aquel periodo se apasionó por los experimentos, probando: ¿funciona o no? Sus experimentos

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