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de las TIC en la escuela se podría aplicar el mismo razonamiento sobre la desigualdad que antes con los libros. ¿Qué vamos a hacer si un alumno tiene la casa llena de Macintosh y el otro no tiene nada? ¿Qué vamos a hacer si unos tienen libros y otros no? Lo que tenemos que hacer es darles libros o facilitarles el acceso a los mismos. ¿Qué vamos a hacer si no tienen el mismo acceso al entorno digital? Lo que va a ocurrir es que se van a disparar las desigualdades fuera y, si la escuela no reacciona, se van a disparar aún más. Hace 10 años, según la encuesta del INE, los niños en edad escolar accedían a internet y a los ordenadores mucho más en la escuela que en casa. Ahora acceden muchísimo más en casa que en la escuela. La consecuencia es que a los que no acceden en casa no los salva nadie.

      Justamente porque esta desigualdad se da fuera de la escuela, lo que hay que hacer es garantizar el acceso físico y competente dentro de la escuela. Claro que hay que usar la imaginación. Habrá escuelas cuyos alumnos tendrán menos problemas, otras escuelas podrían pensar en equipar de un modo u otro a los alumnos, recurrir a donaciones, por ejemplo. Eso, combinado con el aula de Informática y la biblioteca del barrio o la parroquia, proporciona una solución, aunque no sea óptima. Lo que no soluciona nada es no emplear la tecnología de la información en la escuela porque hay desigualdades fuera de la escuela, porque entonces van a aumentar aún más las desigualdades, aparte de que va a costar que les interese algo en la escuela.

      ¿Realmente la escuela y los profesores están en condiciones de asumir el reto del papel que les asigna una nueva ecología del aprendizaje?

      Con “ecología” nos referimos a un sistema cambiante en el que se articulan de forma nueva los medios nuevos y los viejos y, a veces, de forma imprevisible. Por ejemplo, al aparecer los SMS no estaba previsto que funcionaran de ese modo; internet tampoco estaba previsto como un vehículo para los grandes medios de comunicación, y lo mismo sucede con los métodos de aprendizaje. Los profesores no mandan hacer cosas con los ordenadores en casa, pero los alumnos los emplean porque las realizan mejor de ese modo. Esa es la nueva ecología, el problema es que el profesorado no está preparado. Pero esa falta de preparación comprensible tiene unos límites, y cada uno tiene su responsabilidad. La responsabilidad del profesor, que tiene 175 días de clase, es la de actualizarse. Las universidades, el Ministerio, la Administración también son responsables y deben proporcionar formación permanente. Y lo han hecho, mejor o peor, pero los mismos profesores españoles declaran un nivel de formación superior, un nivel de competencia y más horas que la media de los profesores europeos, por ejemplo, en TALIS.

      Volviendo al informe TALIS, ¿no es sorprendente la posición que tienen los profesores españoles en relación con determinadas actividades como, por ejemplo, compartir con otro profesor el trabajo en el aula u otras directamente relacionadas con la mejora de la competencia profesional?

      A mí me parece que, por definición, un grupo de 60 alumnos con dos profesores es mejor que dos grupos de 30 alumnos con un profesor cada uno, y sin cambiar nada. No digamos ya si, además, se empiezan a cambiar cosas, como ya se está haciendo en algunos centros.

      Los profesores españoles destacan en esas encuestas por el número de ellos que declaran tener formación pedagógica. Una parte de estos corresponde, evidentemente, a los maestros que la tienen por su plan de estudios o a maestros que han hecho pedagogía después. Por supuesto, muchos profesores en Secundaria han tenido que realizar el CAP y destacan también las horas que dicen haber dedicado a formación y las que dicen haber hecho por cuenta propia. Pero también llama la atención las escasas actividades de cooperación en general, no solo trabajar en la misma aula con otros compañeros, sino que no hayan presenciado nunca el trabajo en clase de otro profesor, no haber recibido indicaciones sobre lo que hacen en el aula, etc. En definitiva, se da muy poco trabajo de equipo.

      En tu libro La educación en la encrucijada dices que a la escuela le corresponde una justicia escolar, pero no una justicia social, que son otras instancias las que tendrían que garantizar que hubiese una mayor equidad o un mejor acceso al trabajo.

      En la actual sociedad del conocimiento, la suerte de nuestros hijos no depende de que les dejemos unas tierras, un taller o dinero. El éxito en la escuela tampoco garantiza que tengas solucionados tus problemas sociales. El sistema productivo no se amolda a la escuela. El hecho de que haya 1 000 000 de licenciados no significa que se vayan a crear inmediatamente un millón de puestos de directivos. La escuela abre oportunidades, si no tienes ciertos niveles de conocimiento tienes casi todas las puertas cerradas, pero si los tienes, tampoco asegura que las tengas abiertas o que las atravieses.

      En este tiempo de crisis, me llaman mucho la atención las quejas de jóvenes que, porque han estudiado, consideran que deben tener un puesto de trabajo esperando. ¿Eso qué quiere decir? Actualmente, el 40 % de los jóvenes va a la universidad, el Bachillerato de sus padres era mucho más selectivo. Es un engaño pensar que el día que haya justicia escolar habrá justicia social. Si uno quiere justicia social, tiene que hacer justicia social, es decir, tiene que actuar sobre los salarios, sobre la fiscalidad, sobre los servicios públicos, sobre la propiedad, sobre la herencia, etc.

      Sin embargo, las expectativas de los estudiantes en relación con las instituciones educativas tienen que ver con el empleo. Tú te refieres a la dualidad entre lo que pretende la institución en relación con los alumnos y las expectativas de los propios alumnos. El hecho es que se está produciendo un fenómeno, diábolo, en la distribución del empleo. ¿Debemos pensar en una reducción del empleo como consecuencia de la utilización de la tecnología?

      Con cada ola tecnológica, se discute si va a eliminar mucho empleo. En general, las tecnologías no han reducido el empleo, han destruido el empleo de unas personas que no han podido encontrar otro, pero han sido sustituidas en otros empleos por otra gente más nueva, más formada o más joven. Es decir, la tendencia general del empleo es ascendente, lo que pasa es que la esperanza de vida ha aumentado enormemente, la escolarización ha aumentado y, sobre todo, las mujeres se han incorporado masivamente al trabajo. Lo que está sucediendo ahora es que se están destruyendo muchos empleos que hasta hace poco eran deseables para la clase media, lo que está también enviando al desempleo no solo a gente sin cualificación, sino a gente formada hace poco, que incluso había empezado a trabajar, pero que no encuentra un empleo estable porque su sector está siendo liquidado, como las agencias de viajes o el empleo bancario.

      ¿Cómo puede contribuir a cambiar la escuela que haya un horizonte de prolongación de la vida y una necesidad, además, de formación a lo largo de la vida y ante procesos de cambio cada vez más rápidos?

      Cuando hablo de escuela, suelo hablar de educación no universitaria. Si nos referimos a adultos, la formación permanente, el aprendizaje a lo largo de la vida, etc., tienen que ver con la formación profesional y con la universidad, enseñanzas para adultos vinculadas al mundo del trabajo. En este sentido, creo que tienen que progresar las fórmulas mixtas, las combinaciones de presencialidad con aprendizaje a distancia y utilización de redes y plataformas, con el fin de obtener mucha flexibilidad.

      Hay un punto, no obstante, en el que la propia escuela también tiene que ser flexible en la formación básica, me refiero a la inmigración. Me parece que la escuela es muy inactiva en la enseñanza de las lenguas. Recuerdo la primera vez que fui a Estados Unidos y quise buscar un contexto institucional en el que practicar inglés. Lo primero que me encontré es que todas las escuelas de Secundaria tenían clases y grupos para extranjeros, gratuitos y de acceso sencillo. El otro día leía un reportaje sobre los refugiados políticos sirios y la dificultad que están teniendo aquí con la lengua. ¿Por qué no hay clases de lengua para ellos? ¿Dónde está la escuela en este caso?

      El aprendizaje a lo largo de la vida rompe las barreras temporales de la escuela y de la tecnología digital, y el aprendizaje en red ha roto sus barreras espaciales. En consecuencia, la escuela, dices, debe adaptarse y abrirse a la comunidad. ¿En qué consiste esta adaptación? ¿Corre peligro la escuela de desaparecer si no es capaz de transformarse?

      Más que de desaparecer, diría que corre el peligro de pudrirse, o sea, de servir para muy poco o de suscitar un fuerte rechazo donde más se necesita compromiso, que es en el alumnado. La escuela, creo, debe abrirse a la comunidad en un doble sentido. Por un lado, ofrecerle y compartir

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