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problema de la formación permanente, la renovación de las prácticas, el cambio de mentalidad, de las formas de hacer, todo esto es muy exigente para un profesor, más aún cuando las condiciones del reconocimiento profesional y de la formación han retrocedido mucho. ¿Qué motivos puede tener un docente para esforzarse? Unos motivos, al final, muy simples y muy claros, su propia salud mental. Pienso que lo peor para un docente que cree en su trabajo y al que le gustaría que sus alumnos aprendieran, lo que sucede en la inmensa mayoría de nuestros profesores, es tener la sensación de que no están aprendiendo lo que tienen que aprender.

      A veces los docentes, ante la frustración, buscamos soluciones mirando al pasado, a lo tradicional, es decir, a lo que antes funcionaba, pero ya no existen esos alumnos ni esa sociedad. Se oye mucho esto de “los alumnos vienen cada vez peor formados”, esto lo decimos mucho los profesores y es empíricamente falso. Lo que sucede es que antes los alumnos que no estaban bien formados eran excluidos muy tempranamente, ahora no se puede excluir, ¿eso es malo? Creo que mantener cuanto más tiempo a los ciudadanos en el sistema educativo es algo muy enriquecedor para una sociedad, porque los problemas que no resuelve la educación luego los tienen que resolver otras instancias que normalmente tienden a ser más costosas, tanto económica como socialmente.

      El sistema educativo español tiene muchas limitaciones, pero no es peor que el del resto de los países. Igual que sucede con el sistema sanitario, tenemos grandes servicios públicos en este país, y sin embargo eso no quiere decir que sean suficientes. Si queremos avanzar como sociedad tenemos que mejorar mucho la educación, los primeros que son conscientes son los docentes, porque viven esa frustración continuamente. Pero hay que pensar que el problema no es solo de los profesores, es un problema institucional, es social. El problema de identidad se acrecienta cuando a los profesores se les está pidiendo, sobre todo a los profesores en ciertos niveles educativos, que hagan cosas que no pueden hacer, porque se necesitan equipos multiprofesionales, porque los procesos son más complejos y no se pueden resolver problemas complejos con soluciones simples.

      ¿La evolución acelerada que se produce en los ámbitos informales de conocimiento puede conducirnos a pensar que la escuela es una institución en crisis? Más allá del cambio que la escuela tiene que experimentar, ¿qué opinión tienes sobre la necesidad de la escuela como institución?

      Creo profundamente que la escuela es necesaria, a pesar de que hay datos que me deberían hacer descreer. Sobre todo, es necesaria desde el punto de vista de una sociedad más justa. Hay muchos niños y adolescentes que probablemente no necesitarían la escuela para gestionar el conocimiento. En Estados Unidos y en otros países, por ejemplo, es obligatoria la educación, pero no la escolarización, y hay ciertas personas que renuncian a la escolarización porque creen que sus hijos van a aprender más con ayuda de internet y con otro apoyo. Pero ¿su hijo se va a socializar adecuadamente? Tenemos que buscar una sociedad en la que las personas aprendamos a convivir con otros. Eso no se hace solo con un ordenador, la escuela tiene esa función, es una primera función muy importante. La segunda idea es que hay muchos alumnos para los que la escuela debería ser un espacio educativo imprescindible ante las limitaciones de su espacio familiar o social.

      La escuela cumple una función importantísima y tiene que seguir cumpliéndola, pero para poder cumplirla tiene que aprender mucho de esos espacios informales, aunque no signifique que los imite, porque la educación informal no tiene metas tan claras como la educación formal. En la educación formal nosotros creemos que el alumno tiene que estudiar Matemáticas, Ciencias, Historia, porque le va a hacer una persona más capaz, más crítica, pero, también, más feliz. Quiero creer en eso, quiero creer que el acceso al arte, a la cultura, hace que todos nos enriquezcamos, y para eso se necesita una educación formal. Ahora bien, esa educación formal debe repensar sus modos de hacer, de aprender, ir hacia espacios menos unidireccionales, espacios más abiertos, más dialógicos, porque, además, esa es la única manera de formar a esas personas para enfrentarse luego a esos espacios y extraer de ellos conocimiento. Hoy los adolescentes viven en un mundo un poco esquizofrénico: entran en un aula y les quitamos el teléfono móvil y el acceso a internet, salen del aula y vuelves al teléfono móvil, pero dejan de gestionar el conocimiento como lo gestionabas en el aula. ¡No! Juntemos más esas dos realidades.

      Cuando te refieres a la síntesis entre los dos mundos, el de la vida y el de la escuela, utilizas un concepto que me ha parecido muy claro, que es el de la “integración”, es decir, partir de la realidad, de las representaciones, de las motivaciones del alumno, pero no para pretender sustituirlas por la imposición de otras pretendidamente “correctas”.

      Claro, el alumno lo que aprende es que, de 9 a 10 toca Química, y se estudian las moléculas, pero cuando sale del aula ya no le interesan las moléculas, entonces…, ¿qué hemos conseguido? No hemos conseguido que utilice el conocimiento químico para entender el mundo en el que vive. Lo que estamos consiguiendo con eso es que no le guste la ciencia y que haya una verdadera crisis de científicos. Yo no estoy defendiendo que la educación informal, que los espacios informales o las tecnologías sean el modelo que debemos imitar, tenemos que introducirlos en el aula para enseñar a los alumnos porque creemos que pueden ser mejores a través del conocimiento, tenemos que seguir creyendo en esa utopía, si no, ¿para qué la educación?

      Capítulo dos

      La escuela en la encrucijada

      Mariano Fernández Enguita

      Es catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. Hasta 2010 fue catedrático en la Universidad de Salamanca, donde fundó el Grupo de Análisis Sociológicos8) y fue director del Departamento de Sociología y del Centro Cultural Hispano-Japonés. Creó en la USAL el portal de docencia universitaria en red Demos9 y, en convenio con el MEC, el de innovación educativa no universitaria Innova10. Ha sido profesor investigador invitado en las universidades de Stanford, Wisconsin-Madison, Berkeley, el London Institute of Education, la London School of Economics, Lumière-Lyon II y Sophia (Tokio) y de asesor de la ANEP, la CICyT, el CES, el CIDE, la ESF y otras instituciones.

      La educación y la escuela se encuentran en una encrucijada ante los retos que plantea de una sociedad en continua transformación que condicionan su presente y su futuro. ¿Deben cambiar los tiempos escolares? ¿Han de desaparecer los deberes? ¿Han de ser transformadas las aulas? ¿Tiene futuro la escuela? ¿Cómo abrir las escuelas al entorno?

      El tiempo es uno de los recursos fundamentales del sistema educativo; sin embargo, ¿es posible establecer una relación directa entre la cantidad de tiempo y los resultados escolares o dependen más de la calidad del tiempo empleado?

      La respuesta técnicamente sencilla sería, como dicen los matemáticos: “si el resto de las cosas permanecen iguales, el resultado es directamente proporcional al tiempo”. La relación entre tiempo y aprendizaje no es lineal. Hasta cierto punto, sí es posible que a más tiempo más aprendizaje, pero a partir de un momento la relación se vuelve decreciente, es decir, una unidad añadida de tiempo ya no produce una unidad añadida de aprendizaje. Por tanto, no se puede mantener que, cuanto más tiempo, mejores resultados, pero tampoco que es igual cuánto tiempo emplees.

      El tiempo es la principal variable del sistema educativo o una de las principales, porque estamos hablando de una actividad. Comprende, además, el tiempo del profesor, quien constituye el principal recurso del sistema educativo. Pero, además de entender la importancia del tiempo, es necesario considerar este en relación con las circunstancias concretas de cada colegio, cada alumno, el tipo de aprendizaje, la organización de la enseñanza y el aprendizaje, etc. De lo que sí podemos estar seguros es de que hay muchos alumnos que necesitan más tiempo y de que hay recortes de tiempo que son fatídicos para los alumnos.

      Muchos de los centros que emprenden proyectos de innovación educativa piden flexibilidad de los tiempos para poder desarrollarlos. ¿Sería esto realmente posible o flexibilizar los tiempos conduciría a un desorden en el sistema escolar?

      De hecho, es absolutamente imprescindible. Lo que llamamos orden

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