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en el aula. Esto es para preocuparse mucho.

      ¿Qué uso se hace del ordenador en el aula? No podemos negar que esas tecnologías están ahí. A mí me parece muy razonable que muchos de los profesores de los centros educativos en Secundaria prohíban a los alumnos estar utilizando el teléfono móvil en clase, creo que puede distraer y que en gran parte de las actividades escolares el teléfono móvil es un distractor, pero, al mismo tiempo, para los adolescentes es buena parte de su identidad, de su modo de acceder a la información. Entonces, lo que les estamos pidiendo es que de 9 a 2 suspendan su identidad. Esto no lo van a hacer. Lo que tenemos que hacer es incorporar, al menos en algunas actividades, y en cuantas más mejor, estas tecnologías, que el alumno vea que el teléfono móvil no solo le permite chatear con el compañero, sino que también le permite acceder a saberes que están ahí, y ayudarlo a adquirir las competencias que lo hagan posible.

      Uno de los problemas que tenemos es que seguimos anclados en un sistema que evalúa a la antigua. Yo suelo decir una cosa muy gráfica, y espero que la mayor parte de la gente esté de acuerdo conmigo. Yo soy profesor de universidad, convivo con alumnos y profesores universitarios, y puedo afirmar que yo no aprobaría la Selectividad tal y como está diseñada. Pero, la mayoría de los profesores universitarios y de Secundaria, por no decir todos, tampoco la aprobarían. ¿Por qué? Porque esa Selectividad no evalúa lo que tiene que evaluar, no evalúa competencias, evalúa conocimientos. Cuando se está hablando ahora de cambiar la Selectividad por otro sistema de evaluación, me parece muy bien, pero, sobre todo, si se cambia la lógica. Si lo que se va a hacer es cambiar de nombre, pero se va a usar la misma lógica, entonces no cambiaremos nada. Un profesor de Secundaria sabe que sus alumnos van a tener éxito si superan la Selectividad, pero para superar la Selectividad no hay que ser competente, hay que tener mucho conocimiento. Entonces, tenemos un modelo mal pensado.

      En tu libro pones de relieve que un uso conveniente de las TIC podría favorecer ese tránsito a una cultura distinta del conocimiento y del aprendizaje, en la que se ponga énfasis en los aspectos relacionales del conocimiento y de la metacognición. ¿Podrías ampliar esta idea?

      Sobre las TIC hay dos discursos muy encontrados. Están los entusiastas de las TIC, que nos dicen todo lo que nos van a permitir, detrás de los cuales, además, hay claramente intereses de las empresas que tienen los dispositivos; y luego están los escépticos, que dicen que están empobreciendo el pensamiento, haciendo que los alumnos se distraigan y convirtiéndolos en más superficiales. Yo creo que tienen razón los dos, el problema es que tal y como se están usando las tecnologías realmente son empobrecedoras, son superficiales, propician unos usos muy inmediatos, muy poco reflexivos, muy poco críticos. Pero, al mismo tiempo, son el vehículo a través del cual se va a gestionar la información en las próximas décadas, con todos los cambios que va a haber.

      Cuando en el Renacimiento aparecen los libros como sistema de gestión de la información, hay grandes intelectuales de la época que dicen que eso es el fin de la lectura y el fin de la escritura, y estamos escuchando esto mismo también ahora. No, no es el fin, ni el comienzo, es un cambio, y el problema es que los ciudadanos lo podrán usar de manera más o menos compleja en la medida en que se les capacite. ¿Quién tiene que hacer eso? Lo tiene que hacer la escuela. Si no lo hace la escuela, ¿quién lo va a hacer? Los intereses económicos van a llevar a un uso cada vez más superficial, más inmediato, en el que el propio dispositivo, cada vez más, te llama a ti y tú no puedes seleccionar. Es el dispositivo el que te presenta la información, alguien quiere que accedas a ella y, con un toque…, ya no hay que saber ni leer ni escribir, simplemente vas tocando la pantalla, va apareciendo una información y te va buscando a ti.

      Tenemos que crear personas capaces de hacer las cosas de otra manera, y solo lo podremos hacer en la medida en que dispongamos de otros usos de esos dispositivos, usos no solo técnicos, sino, como nosotros los llamamos, epistémicos, para generar conocimiento, para generar capacidad de crítica, de reflexión. Decimos “los alumnos no leen”, ¡no!, cada vez leen más en pantallas, pero no quiere decir que vayan a desaparecer los libros, ni a desaparecer la información, sino que viene en otro formato. Ahora es raro coger un periódico y leerlo de la primera a la última página. Uno entra en una página y salta de una noticia a la otra, porque ve un banner a la derecha que le llama la atención, va saltando a la información que le ponen, no a la que uno busca. Hoy día el flujo informativo hace cada vez más exigente la formación ciudadana y creo que en este sentido lo más preocupante no es que tengamos éxito o no en PISA, sino que nos vamos alejando cada vez más de la gestión crítica de la información, y eso va a hacer una sociedad más pobre, más pasiva y más débil.

      Hace unos minutos esbozabas cuáles pueden ser las características del profesor y de la escuela en una nueva cultura del aprendizaje. Me gustaría que pudieras detenerte un poco más en qué tendría que hacer ese profesor para fomentar en sus alumnos la regulación interna, la gestión estratégica del aprendizaje, el aprender a aprender.

      Yo creo que la profesión docente vive un momento muy complejo. Hace unas décadas, en España, los docentes eran profesionales mal pagados, pero, sin embargo, muy reconocidos socialmente. Hoy día, la identidad docente está en crisis, como la de la propia escuela. Ser docente ya no es lo que era, ser docente ya no es solamente transmitir una información y un conocimiento, ser docente es, sobre todo, gestionar las relaciones humanas, pero gestionarlas para el conocimiento. Hay quien cree, erróneamente, que todo esto que yo estoy intentando comentar supone el descrédito del conocimiento y la idea de que los profesores tienen que saber menos, convertidos en animadores sociales. Todo lo contrario, ahora se exige tener el conocimiento que antes se tenía, incluso más, y también saber gestionarlo en espacios dialógicos, en espacios abiertos.

      Hay un autor que se llama Guy Claxton7 que dice algo así como “cuanto con más seguridad afirma algo un profesor, menos cree en ello”. Abrir un espacio dialógico de incertidumbre, en el que, en lugar de imponer una idea, haces a los alumnos contrastar varias, requiere saber mucho más que presentar esa idea como una idea verdadera. Ningún alumno va a discutir si el profesor dice “la célula tiene tantas partes”; sin embargo, si tú introduces un proceso de diálogo en el que dices “¿cómo podríamos explicar esto?” y muestras varias alternativas, necesitas todavía saber mucho más, no para transmitirlo directamente, sino para ayudar al alumno a hacerse mejores preguntas y a gestionar su proyecto de aprendizaje. Por tanto, se exige tener más conocimiento y, al mismo tiempo, se exige tener la capacidad de gestionarlo en las relaciones interpersonales, en los espacios sociales.

      Por eso, profesores que están intentando enseñar Matemáticas, Química o Historia, se encuentran con mil problemas en el aula —disrupción, bullying, familias que trasladan sus problemas a la escuela— que no podemos dejar fuera del aula, y tenemos que ser capaces de gestionarlos con ayuda de profesionales especializados. Junto al conocimiento de su materia, es necesario saber gestionar relaciones interpersonales, ayudar a los alumnos a cooperar, ayudar a los alumnos a dialogar, etc. El profesor ha pasado de ser, como dice Claxton, el profesor tradicional, el gasolinero que llena el depósito de conocimiento al alumno, para convertirse en un sherpa que ayuda al alumno en el viaje del conocimiento, sugiriendo, proponiendo, pero dando la iniciativa al alumno. Guiar es mucho más sutil que imponer. Hay que tener autoridad. Todas las figuras de autoridad han perdido poder, ahora la autoridad hay que ganársela transmitiendo al alumno, cuando tiene una duda o un problema, que puede recurrir a ti, que tú le puedes ayudar, le puedes guiar. Es un trabajo mucho más difícil, y yo creo que el gran problema en la formación docente es que un profesor no podrá hacer esto si no ha aprendido así, por eso creo que lo primero que hay que cambiar es la formación universitaria, la formación de los docentes en general. El famoso espacio de Bolonia, en el fondo, tenía un proyecto de cambiar las relaciones entre el conocimiento, los alumnos y los profesores, que en una medida muy importante se ha incumplido, al menos en nuestros países, donde se ha quedado, como casi siempre, en el papel, que lo soporta todo, pero la práctica es otra cosa.

      Hablas de la crisis del profesor como una crisis de identidad. A veces se pone el acento en la explicación de esa crisis en una falta de valoración social; sin embargo, las encuestas lo que arrojan es una alta valoración social de los profesores. Es decir, que parecería que son condiciones internas relacionadas con el sentido

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