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      —Bien —dijo Zack mientras abría el navegador—. «Antiguo Fuerte», ¿no es así?

      Zoey repasó con la vista los resultados de la búsqueda, había algunos sitios web para turistas al respecto.

      —Genial, ¿excursiones? —murmuró cuando leyó que la única forma de ingresar a los terrenos aledaños al antiguo fuerte era a través de recorridos para turistas que eran muy costosos—. No podemos gastar el dinero en eso.

      —Ni por casualidad —contestó Zack mientras leía un blog que mencionaba algo sobre la posible presencia de antiguos templarios en el lugar—. Nos colaremos, claro.

      —Ya quiero ver cómo lo haremos —suspiró Zoey, recargándose contra la silla—. Será divertido.

      —Como siempre.

      Se aseguraron de averiguar tanto como pudieron. Desde Viedma, tendrían que buscar un bus que los alcanzara a la localidad de Las Grutas, un balneario turístico en la costa atlántica que estaba a pocos kilómetros del Antiguo fuerte. Si podían hacerlo todo en un día, mucho mejor.

      El problema era, por supuesto, la locación de su destino en sí. La zona parecía ser difícil de acceder sin un vehículo y sin guías. Ella no podría subirse a la espalda de Zack bajo la luz del sol para recorrer el terreno, pero tampoco era seguro pasar allí la noche.

      Al final, después de debatir en voz baja sus opciones, resolvieron decidirlo cuando llegara el momento. Una vez que estuvieran allí y pudieran ver con sus propios ojos cómo era el lugar y de qué manera acceder, lo intentarían.

      —Bueno, morena infartante —dijo Zack, palmeándole el hombro—. ¿Lista para salir de aquí?

      No les costó mucho conseguir un bus que los llevara a Las Grutas. Pagaron por los boletos y se acomodaron en la pequeña terminal de corta distancia a esperar el siguiente horario de partida.

      Una vez a bordo, el viaje transcurrió en paz —salvo por un grupo de adolescentes que parecían haberlos tomado de punto y que no dejaban de soltar comentarios burlones por lo bajo—.

      Casi llegando a su destino, Zack no toleró más la situación. Movió los dedos, sin decir nada, y aguardó con una sonrisa. De pronto, uno de los jóvenes molestos se puso a llorar porque no podía controlar su propia mano, que le golpeaba el rostro una y otra vez.

      —Zack —reprendió Zoey.

      Él se limitó a reír por lo bajo mientras el bus se detenía. Le puso fin a la magia antes de descender.

      Allí, en Las Grutas, comenzaba la verdadera aventura.

      Pidieron mapas en una cabina de información turística y fingieron estar interesados en todas las excursiones al Antiguo Fuerte —o Fuerte Argentino, como le decían los locales—. Los contingentes salían del centro y atravesaban el campo en vehículos 4x4.

      —Tendremos que seguir el mapa —dijo Zoey mientras Zack inspeccionaba.

      —¿Te gustaría caminar, entonces?

      —No podemos gastar tanto dinero, es la única opción —recordó ella, con una mueca—. Las excursiones cuestan muchísimo, podríamos necesitar lo que nos queda más adelante.

      —Pues intentemos con un taxi, que nos deje lo más cerca posible y… veremos. Dijimos que lo resolveríamos en el momento, ¿verdad? —añadió él. Guardó el mapa y se aproximó a la esquina para detener un taxi.

      En medio de la nada, el vehículo se detuvo y los chicos miraron la calle de tierra que iba hacia el océano con extrañeza.

      —¿No quieren que los lleve de regreso?

      —No —dijo Zack al tiempo que le pagaba por el viaje.

      Sin esperar por el cambio, descendieron con prisa y se colocaron las mochilas.

      —No es una zona para que vayan solos —insistió el hombre a través de la ventanilla.

      —En realidad, solo estaremos por aquí, cerca de la carretera. Queremos tomar fotos —añadió Zoey, con una sonrisa genuina—. Tenemos el número de teléfono de la remisería para cuando queramos volver.

      —Se va a hacer de noche y nadie va a venir para este lado

      —avisó el conductor—. Chicos, mejor regresen conmigo.

      —Estaremos bien —zanjó Zackary mientras cerraba la puerta trasera.

      Sin más, comenzaron a caminar hacia la calle de tierra. Al remisero no le quedó más que aceptar y marcharse.

      Era una zona extraña. Estaba totalmente despoblada y el camino era polvoroso y seco.

      —Bueno, morena, tenemos mucho que avanzar. ¿Te subes?

      —propuso él. Dejó caer el bolso al suelo y señaló su espalda.

      No había ni una sola alma dando vueltas por allí, así que estaban seguros. Parecía que, a esa hora de la tarde, ya no había excursiones vigentes.

      —Si nos cruzamos con una 4x4 dando la vuelta desde el Fuerte, tenemos que aparentar ser normales —recordó Zoey mientras se subía y se acomodaba para poder cargar las mochilas de ambos durante el trayecto.

      Zack volvió a tomar el bolso antes de continuar.

      El primer tramo lo hicieron en silencio. Él corría, su ropa se ensuciaba con el polvo que levantaban sus pasos. En algún punto, alcanzaron una bifurcación que los obligó a sacar el mapa y decidirse por el camino de la izquierda. Mucho después, cuando ya estaban totalmente sucios y Zoey tosía como loca, notaron que habían conseguido llegar a una zona con rastros de presencia humana, con árboles y casetas que estaban cerradas y vacías.

      —¿Hoy no era día de excursión? —preguntó ella.

      Más allá de los árboles, imponentes y asombrosos, se delineaba el fuerte que solo habían visto en fotos.

      Zack ayudó a Zoey a poner los pies sobre la tierra y luego se sacudió el polvo de los pantalones. Con la boca abierta, negó a modo de respuesta.

      —Vaya, es enorme —exclamó al alzar la vista.

      —¡Es muy alto! —reafirmó ella. Sin dudas, no se lo había imaginado así.

      —Hay que recorrerlo.

      Despacio y sin prisas, caminaron por los terrenos hasta acercarse tanto como pudieron a la base del Fuerte Argentino. Se trataba de una meseta junto al mar, estaba llena de historias antiguas que ellos ansiaban descubrir.

      A medida que sus pies atravesaban el sitio, se encontraban con más rocas y dificultades para avanzar.

      —Ten cuidado —dijo Zack, señalando un pozo antes de que ella lo viera—. Supongo que los turistas no vienen por aquí… ¿por el otro lado, quizás? El lado del mar, digo.

      El Antiguo Fuerte medía cerca de cien metros de altura y parecía ser un sitio natural y alejado de las leyendas de internet.

      Zoey no solo prestó atención al lugar por donde pisaba y a las indicaciones de su compañero, sino que también se mantuvo al tanto del dije. Esperaba percibir alguna señal de su parte, teniendo en cuenta que ese podía ser el lugar de otro templo o secreto oculto que tuviera una estrecha relación con el collar. Sin embargo, el dije estaba en silencio dentro de ella, sin ninguna señal para su alma. No había pensamientos fuera de lugar, visiones, sueños o palabras con otra voz.

      —¿Qué piensas? Todo se ve normal, e igual de terroso que nosotros —murmuró Zack, después de que bordearan la enorme meseta hacia el lado del mar.

      —No

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