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El Arca. Ann Rodd
Читать онлайн.Название El Arca
Год выпуска 0
isbn 9788418013485
Автор произведения Ann Rodd
Серия Trilogía El Dije
Издательство Bookwire
Zoey levantó una mano.
—Lo sé, lo sé —contestó, pero suspiró y movió la cabeza para afirmar—. Lo entiendo, pero eso puede ser un potencial desastre.
—Yo puedo ayudarte, siempre que sea necesario —aseguró Zack—. He visto a mi mamá teñirse el pelo.
—Será un desastre —insistió ella, pero no acotó nada más. No podía preocuparse por su cabello en esos momentos.
«Hay cosas más importantes», pensó. Como, por ejemplo, un loco ser milenario que quería matarla.
—Por ahora, compremos la tintura y luego vemos —propuso él. Se giró y señaló una perfumería en esquina opuesta—. Supongo que con decir que quieres un color oscuro bastará, ¿no?
Ella lo miró con la misma expresión estupefacta.
—Ni idea.
Ingresaron a la tienda y se aproximaron a la vendedora. Zoey habló con la mujer, que presentaba una actitud desconfiada, y le expresó su deseo de oscurecerse el cabello. La señora, de mediana edad, le mostró varias cartillas de color y se los quedó mirando con la boca abierta, como si estuviera a punto de hacer una pregunta acusatoria.
Al notarlo, Zack intervino.
—¿Y para mí cuál podría ir?
—¿Tú? —terció Zoey. Se giró y notó que estaba bromeando.
—Para cualquiera de los dos creo que este color quedaría precioso —contestó la mujer, riendo—. Con esos ojos claros que tienen, un negro caoba haría resaltar sus expresiones.
—Ah… —respondió el chico. Frunció el ceño.
Tanto Zack como Zoey querían algo que opacara sus expresiones, no que las resaltara.
—¿No es algo muy… osado?
—Cambiarte completamente el tono podría tomarse así, sí, pero un color lindo y muy clásico.
—Creo que a ella le quedará muy bien —admitió Zack al fin.
Zoey asintió. Si de ella dependiera, se iban a pasar el día entero allí sin que se decidiera por un color. No quería teñirse, aunque fuera una cuestión de fuerza mayor.
—¿Este, entonces? —sonrió la mujer—. ¿Quieres el kit listo o todo por separado?
Y, como no tenía ni idea de cuál era la diferencia, optó por la caja ya preparada. Sonaba más sencillo.
Inspeccionaron la caja mientras se alejaban de la tienda y, cuando Zackary volvió a asegurar que quedaría bien, Zoey se sintió un poco más confiada. Guardó la tintura en su mochila y suspiró.
Recorrieron el resto del centro de la ciudad sin apuro y regresaron a la terminal al anochecer. Cenaron en el mismo restaurante en el que habían merendado por la tarde; por segunda vez, Zack comió de verdad, masticando y tragando como si tuviese órganos que pudiesen procesar el alimento.
—Tengo una duda enorme —preguntó Zoey, cuando lo vio mordisquear la orilla de una porción de pizza—. ¿A dónde va todo eso?
—Creo que no voy a expulsarlo, pero ni idea —respondió Zack, sin mirarla y con los ojos en otra porción—. ¿Sabes qué es lo más extraño? Le siento algo de sabor.
—¿De verdad?
—Estaba seguro de que no sería así. Ya sabes que no siento dolor y, si te acuerdas de mis teorías con respecto al placer…
—añadió. Alzó los ojos para verla, le guiñó un ojo y ella se atragantó con la gaseosa—. Pero esta parte sí que no le encuentro sentido.
—Bueno, que yo recuerde, nunca habías probado comer.
—Zoey se limpió la nariz, que goteaba después de la tos que le había provocado el accidente con la bebida.
—Creo que no, ¡y está genial! —admitió Zack—. Voy a comer un montón de ahora en más. ¿Qué tal un McDonald’s? De seguro hay uno en Viedma, ¿no?
Zoey tomó el último trozo de pizza que quedaba. Se encogió de hombros y masticó despacio, sintiendo la garganta raspada y molesta por la tos previa.
—Puede ser… —respondió ella algunos segundos más tarde.
Dejó la pizza a medio comer y se encogió en la silla. El cansancio comenzaba a golpearla con fuerza, no podía dar ni siquiera otro bocado. Desvió la mirada hacia la ventana y observó, con expresión impaciente, a los buses que entraban y salían de la terminal.
Lo que Zoey más ansiaba era sentarse sobre la butaca mullida del micro y cerrar los ojos, desmayarse.
—¿Estás cansada? —preguntó Zack, inclinándose hacia ella por encima de la mesa.
—No puedo más.
—Lo estás haciendo bastante bien. Pensé que morirías mucho antes.
—No bromees —terció ella—. Yo también pensé que moriría mucho antes, como por comienzos de este año.
Esta vez, fue Zack el que frunció el ceño.
—¿En serio dices eso?
—¿En serio tú creíste que no iba a morir? —Zoey soltó una carcajada siniestra y se resbaló por el asiento para apoyar la cabeza contra el respaldo.
—Claro que no.
Sin más, ella puso los ojos en blanco. Zack siempre le provocaba las mismas reacciones, en todos los sentidos.
—Por supuesto, tu ego nunca falla —musitó ella.
Zoey guardó silencio mientras él se acababa la pizza; observó sus manías a la hora de comer, maravillada, en cierta forma, de contemplar acciones que nunca antes había podido apreciar de cerca. Así, él volvía a parecer vivo, mucho más que la mayoría del tiempo. Se veía normal, humano, mortal, necesitado de una cuestión tan básica como el alimento.
La chica sonrió y estrechó los ojos cansados.
—¿Qué? —preguntó él, tragándose la gaseosa—. No voy a engordar.
Zoey negó con la cabeza.
—No es eso. Estaba pensando en lo vivo que te ves ahora
—suspiró, todavía con la sonrisa en la cara—. Y en que de verdad me gustas mucho.
Zackary esbozó una sonrisa enorme y cargada de orgullo. Entrelazó sus dedos con los de ella por encima de la mesa y rio suavemente.
—Sí, tú también me gustas mucho. Especialmente cuando estás tan cansada que pareces drogada —se burló.
Zoey lanzó un manotazo débil al aire.
—¿Drogada?
—¡Pareces una china!
—Qué tonto eres —replicó ella, pero continuó sonriendo.
El cuarto de hora que faltaba para las doce de la noche se hizo eterno y todavía faltaba mucho para subir al bus.
Zack se cambió de silla para sentarse junto a Zoey, se convirtió en una cama humana por las horas restantes. Aunque pareciera increíble, ella se durmió sobre su regazó, en esa pose tan incómoda, y no despertó hasta que él la obligó a hacerlo. Faltaba media hora para la salida del bus y, al parecer, este ya estaba en una de las plataformas y pronto abriría las puertas a los pasajeros.
Pagaron la cuenta y se alejaron del restaurante sin dejar propina, no podían malgastar el poco dinero que tenían. Caminaron hacia el bus y aguardaron allí, con los boletos en mano, hasta que pudieron abordar e instalarse en los lugares indicados.
Zack ocupó de inmediato el sitio junto a la ventana porque, a pesar de su confianza, prefería