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pensaba en qué tan difícil iba a ser para Jessica y para James mantener la historia que habían inventado. En especial para Jessica que, por ser su mejor amiga, cargaría con la mayoría de los interrogatorios.

      Era probable que, en poco tiempo, investigaran también la terrible explosión en el bosque y que hallaran el templo destruido. Si los oficiales eran muy rebuscados, relacionarían su desaparición con ese hecho y Jess también tendría que luchar con los cuestionamientos al respecto. Zoey cerró los ojos por un momento y le pidió al universo que apoyara a su amiga y que no la dejara caer. Y, aunque Jessica se rindiera, ella no la culparía.

      A pesar de que le dolía pensar en lo que había perdido, Zoey también era plenamente consciente de que debía concentrarse en lo que se aproximaba. Tenía miles de datos en la cabeza, teorías conspirativas y múltiples hipótesis sobre lo que era el dije y sobre lo que Peat significaba para él.

      Y, entre tantas inseguridades, tanto ella como Zack tenían una cosa en claro: Peat estaba herido y se había marchado, pero se recuperaría y volvería por ellos. Y no pensaban esperarlo sentados. Esta oportunidad era la única esperanza que tenían para descubrir la Ciudad de Césares y para encontrar allí una pista que pudiera indicarles cómo protegerse y cómo deshacerse de la amenaza.

      Incluso en lo que refería al dije, seguían avanzando sobre, valga la redundancia, sobre nubes, sobre castillos en el aire. Porque, como siempre, ningún dato era certero y nunca estaban seguros de si algo era real o no. Para peor, el dije había permanecido en absoluto silencio desde la noche anterior. Era como volver tener un objeto muerto colgando del cuello; la incertidumbre de su ausencia desconcertaba a Zoey.

      Ella no podía dejar de darle vueltas al asunto, de preguntarse por lo que ocurría y si ese silencio significaba que Peat estaba lejos. Quería creer que sí y, a la vez, no deseaba aferrarse a ninguna creencia. Lo único que sabía era que necesitaba tranquilizarse, que todo estaría bien si iban con cuidado.

      —Tal vez deberíamos parar, ¿no? —preguntó Zack, dejando de pronto el chiste de las nubes. Redujo la velocidad y se detuvo en medio del camino de tierra que corría junto a la carretera.

      —¿Ahora?

      —¿No tienes hambre? —insistió él.

      Ella miró nerviosamente a la desolada ruta provincial.

      «Tranquilízate», se repitió.

      —No es que no tenga hambre, pero aquí me siento muy descubierta —admitió Zoey.

      Zackary miró a su alrededor y luego la bajó de su espalda. Se giró y le puso una mano sobre el hombro.

      —Hey, tranquila, no va a caer la policía tan rápido. No saben a dónde podríamos haber ido.

      —A menos que hayan quebrado a Jess…

      —Sí, claro, eso —replicó el muchacho y puso los ojos en blanco—. Van a encontrar el pasadizo que lleva a la iglesia antes de que hagan quebrar a Jessica. Además, no le creerían.

      El comentario hizo que Zoey sonriera. Su mejor amiga podía ser insoportable y difícil de manejar en ocasiones, pero seguía siendo una chica que aún no había cumplido los diecisiete años y que debería enfrentarse a policías y a detectives, a adultos atemorizantes con estrategias para hacer hablar a la gente.

      —Mmm —murmuró ella por fin.

      «Deja de ser paranoica, Zoey, cálmate», se suplicó a sí misma.

      —¡Por favor! —Zack alzó las manos—. ¡Si ha tolerado a Adam puede aguantar a cualquier policía malote!

      Esta vez, la que puso los ojos en blanco fue ella.

      Se sentó en el suelo y recibió la mochila que él había llevado colgando sobre el pecho junto al bolsito con su ropa.

      —Eso no estaría tan mal —rio Zackary, pero obedeció y se sentó frente a ella. Miró el cielo azul sobre sus cabezas mientras se relajaban un poco—. En unas horas tu cara estará en las noticias. Tendríamos que buscar la manera de que no te reconozcan porque, en algún momento, tendremos que ingresar a las ciudades por refugio y por comida.

      Zoey apretó los labios.

      —¿Podremos intentarlo esta noche? En verdad estoy demasiado cansada como para dormir en el campo.

      Con todo lo que había pasado en la madrugada, era un milagro que Zoey siguiera hablando y coordinando sus movimientos. Se tragó un pedazo de milanesa casi sin masticar y sacó la botella de agua de la mochila.

      —Sí, estoy de acuerdo con eso. No me preocupa Peat justo ahora, así que una ciudad no nos delataría con él.

      —¿Qué tan lejos estamos de Azul? —murmuró ella, quitándose su propia mochila para ver uno de los mapas.

      —El último cartel que vimos decía que estábamos a unos veintitrés kilómetros —respondió Zack, ayudándola a estirar el mapa—. Si tenemos que bajar hasta Río Negro…

      Azul era una ciudad pequeña que estaba en medio de la provincia de Buenos Aires, casi a medio camino de Río Negro, que era donde se encontraba el Antiguo Fuerte, cerca de la costa atlántica.

      —¿No crees que Peat sabe que iremos allí? —susurró ella.

      Los ojos grises del chico se clavaron en los suyos.

      —Ya te dije lo que creo —contestó él—. Creo que no está todavía en condiciones de buscarnos, pero tampoco tenemos

      demasiado tiempo.

      —¿Y qué sugieres?

      —Comprar boletos para un micro de larga distancia. Viajaremos más rápido, sin riesgos de que nos vean corriendo por aquí, y estaremos en el Golfo de San Matías en lo que se extingue un gas.

      Zoey hizo una mueca, con la boca llena de comida.

      —Zack…

      —Hablo en serio, ¿o tienes otra idea mejor?

      —No me refería a eso. —Zoey tragó con dificultad y, antes de agarrar la botella de agua, asintió—. Creo que es lo mejor. ¿Nos pedirán documentos para eso?

      Él se encogió de hombros.

      —No tengo idea —Sin más, sacó de la segunda mochila sus identificaciones—. Usaremos esto en caso de que sea obligatorio… Yo creo que sí podrían llegar necesitar los datos, pero… —Sonrió y agitó su propio documento de identidad.

      —¿Lo quieres sacar con el tuyo? —murmuró ella, que comprendía por fin por qué él había insistido tanto en asaltar su propia casa antes de empezar con el verdadero viaje. No era solamente un intento de tomar objetos de su propiedad a los que no había tenido acceso desde hacía meses, sino que se trataba de recuperar su identidad. Lejos del colegio, él no tenía que seguir estando muerto.

      —Si alguien te busca, no te ubicaran por un boleto comprado por Zackary Collins en la terminal de micros en la ciudad de Azul —explicó—. Puedo comprar todo con mi nombre. Para cerciorarse de que realmente estoy muerto, tendrían que entrar a algún registro. Y no creo que lo hagan en el momento.

      Ella sonrió en respuesta. Cuando había esperado, agazapada entre los maceteros de la entrada de la casa de los Collins, se había sentido fatal. No le había preguntado si había mirado a sus hermanas y a su madre o si solamente se había limitado a robar sus propias cosas del cuarto, todavía intacto. Tampoco quería

      ponerse a pensar en qué hubiera hecho ella en su lugar.

      —Eso será genial. Si buscan cosas relacionadas con mi nombre, sabrán que me subí a un micro que iba hasta Río Negro. De esta manera, no tendrán ni idea.

      Zack asintió y le mostró el cambio de ropa que había escondido en su mochila, bajo otro sándwich de

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