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El Arca. Ann Rodd
Читать онлайн.Название El Arca
Год выпуска 0
isbn 9788418013485
Автор произведения Ann Rodd
Серия Trilogía El Dije
Издательство Bookwire
Ella terminó de comer, un poco más relajada. Se esforzaba por no pensar en que, en realidad, la situación no era bonita. Intentaba ver solo el lado positivo porque no quería llorar.
—Entonces, ¿Azul?
Zackary estuvo de acuerdo. Ese realmente era el mejor lugar para poner a andar sus planes.
—Azul —afirmó él.
La cargó sobre su espalda una vez más y apresuraron el paso hacia la ciudad. Y, cuando se aproximaron a la entrada, comenzaron a caminar con normalidad porque las sospechas se levantarían en cuanto los vieran moverse a un paso inhumano.
Cansada como estaba, el andar de Zoey se volvió lento y Zack se ajustó al ritmo sin chistar. Así, el campo se convirtió en ciudad; la cantidad casas y el tránsito en las calles aumentaron de golpe. Pidieron indicaciones de la forma más discreta posible y compraron comida antes de detener a un taxi para trasladarse hacia la terminal de buses.
Al llegar, se dirigieron directo al mostrador indicado. Zoey pensó que sentiría nervios, pero enseguida su compañero se hizo cargo de la situación.
—¿Qué tal? —dijo a la señorita que atendía; la chica tendría unos veinticinco años y se notaba que lamentaba ser demasiado mayor para salir con él—. Quería dos pasajes para la provincia de Río Negro.
La chica los miró antes de teclear en la computadora.
—¿A Viedma?
—Exactamente —respondió Zack con confianza—. ¿Para cuándo podría ser?
—Veamos.
Zoey esperó detrás de él mientras miraba a su alrededor, Sabía que estaba siendo paranoica. Nadie allí les prestaba atención, a pesar de que los dos se veían jóvenes.
—Hay un bus que sale hoy a las 3:45 de la madrugada —explicó, entonces, la vendedora—. Son 230 pesos cada pasaje. Si no, hay otro mañana a las 12:50 del mediodía.
—El de la madrugada estará bien, ¿no? —Zackary se giró hacia su acompañante.
Zoey asintió con la cabeza. Cuanto más pronto estuvieran en viaje, mejor. Podría dormir en el micro.
—Voy a necesitar sus números de documento —añadió la empleada. Alzó la vista y los miró con más detenimiento—. Ambos son mayores de edad, ¿cierto?
—Sí, claro. Mi documento es 37.876.344, Zackary Collins —dijo, sin dudar—. Y el de ella es 36.023.250, Samantha Diana Collins.
Zoey abrió y cerró la boca varias veces. Ni de chiste ese era su documento de identidad, y ese no era su nombre. Pero no llegó a decir nada, pues la chica tecleó los números en la computadora sin objetar porque sabía que esos números pertenecían a personas que ya deberían tener más la edad indicada.
—¿Podrías mostrármelos?
Zack le tendió su documento y otro más, salido de la nada.
Zoey tragó saliva, preocupada. Sin embargo, la chica los miró por un instante antes de regresarlos a su dueño. No empezó a gritar ni tampoco los acusó.
—Perfecto. Primero de diciembre a 3:45 am. Dos pasajes a Viedma, Río Negro.
—Sí, así mismo.
Esperaron alrededor de un minuto a que la chica confirmara los datos e imprimiera los boletos.
—Muchas gracias por viajar con Plusmar —dijo mientras les entregaba los pasajes con una sonrisa.
Ambos agradecieron y se marcharon, con ganas de reírse y de respirar aliviados por el logro.
—Bueno, hermana, ¿qué hacemos mientras tanto? —consultó él cuando la empleada ya no podía oírlos.
—¿Le robaste el documento a tu hermana? —inquirió ella, incrédula. Zack se encogió de hombros—. ¿Y cómo es que no se dio cuenta de que no me parezco en nada a ella? ¿Qué dirá la verdadera Samantha si se entera de que supuestamente compró un pasaje a Viedma cuando en realidad estaba en su casa, repasando para un examen de la universidad?
Él rio.
—Jamás lo sabrá, creo. Me sé el número por una apuesta que hicimos de pequeños. Ella es la que me sigue en edad y la que más me peleaba. Cuando yo tenía cinco y ella siete, me dijo que yo era adoptado y que mi verdadera madre era un hada del infierno que me había intercambiado por su hermano real. Intentó colgarme por la barandilla de las escaleras… —resumió, sin verse afectado en lo absoluto, pero perdiéndose bastante en la historia que debía pasar por sus recuerdos.
Zoey hizo una mueca.
—¿Era así de malvada?
—Ahora debe estar más que arrepentida —suspiró él—.
Estoy seguro de que me extraña. Pero, volviendo a lo anterior: sí, se lo robé. Y la chica de Plusmar no se dio cuenta porque usé un pequeño truquito de magia —añadió y le tendió el documento en cuestión.
Zoey lo tomó y se dio cuenta de que la foto tenía su cara. Entonces, Zack lo tocó dos veces con el dedo y la imagen convirtió en el rostro de Samantha.
—¿Una ilusión?
Él se encogió de hombros.
—Me acordé de lo que hice con la pared del sótano y el túnel. Es genial, ¿no?
—Claro que sí —afirmó ella, aliviada y contenta.
Zack le sonrió y tiró de su mano en dirección al restaurante de la terminal.
—¿Y si te invito a merendar? —propuso, con un gesto galante.
Ella asintió, con ganas de aprovechar sus últimos momentos de normalidad, y entró al establecimiento. En unas horas sería una adolescente prófuga y los pequeños placeres, como comer algo en un sitio público, se terminarían.
1 Milanesa: filete de carne empanado. Muy común en Sudamérica.
Capítulo 3
Después de comer algo, y de que Zack bebiera café con leche como si fuese una persona normal y viva de dieciocho años, ambos caminaron por las calles de Azul para matar el tiempo. Faltaban varias horas hasta que el bus saliera en dirección a Viedma.
Pasaron por tiendas de ropa en las que ella se detuvo para ver las tendencias del verano. Las vacaciones y el verano eran dos cosas a las que también tendría que renunciar, no compraría un bikini y era probale que ni siquiera se aproximara a una piscina en el futuro.
Cuando estaban frente al reflejo de ambos en una vidriera, Zack tomó un mechón del cabello de Zoey y lo extendió en el aire. El rizo se estiró con el suave jalón.
—¿Qué piensas de cambiarlo de color? —opinó él—. Si lo oscureces, no será tan fácil que la gente te reconozca una vez que emitan una orden de búsqueda.
Ella hizo una mueca. Nunca lo había pensado y, aunque había odiado siempre su pelo —de tono rubio desvaído y con rulos indomables—, no se veía a sí misma con un color más oscuro.
—No sé cómo teñirme —admitió ella.
—¿Y si buscamos una peluquería?
—¿Ahora?
No podían malgastar el dinero. Teñir el cabello en un salón era mucho más costoso que comprar una tintura e intentarlo en el baño de un hotel. Además, tampoco tenían mucho tiempo.
—Es